Tanto en la inauguración de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana (EuroLat), celebrada el 13 de abril en el Centro Cultural Kirchner, como durante la visita que le realizó en el Senado dos semanas después la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Cristina Kirchner no sólo reivindicó la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, también denunció -como lo hace cada vez que puede- que la OTAN aprovechó la usurpación británica para instalar en el archipiélago una base militar permanente.
Un gesto fuerte, el suyo, de enorme significado, además, porque en 2022 se cumple el cuadragésimo aniversario de la guerra declarada por el dictador Leopoldo Galtieri, episodio cruento que, por sus características especialmente dolorosas –muchas veces y de modo paradójico-, es utilizado para totalizar lo que Malvinas tendría que significar para las nuevas generaciones, ocultando que hubo Malvinas antes y hay Malvinas todavía, después del conflicto bélico.
Cuando era presidenta, Cristina Kirchner mandó a construir el Museo Malvinas, que hoy funciona dentro del predio de la ex ESMA, junto al Faro de la Soberanía. Su director fundador, el periodista y ex preso político Jorge Giles, recibió una indicación general (que Malvinas no fuera solamente la guerra, sino su historia, sus recursos y sus posibilidades a futuro), que él cumplió sobradamente, cosa que se ve reflejada en la curaduría general del proyecto, hoy comandado por Edgardo Esteban, periodista también y ex combatiente, cuya historia inspiró la película “Iluminados por el fuego”, dirigida por Tristán Bauer, el actual ministro de Cultura.
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Al frente del área de Investigación del Museo se encuentra otra fundadora, la infatigable Silvina Gutiérrez, quien rescató la que podría considerarse prueba documental indubitable de respaldo al reclamo soberano argentino: el diario de Emilio Vernet. Allí se relata cómo se construyó el primer pueblo en las islas en 1828, con más de 100 habitantes, que festejaban las fiestas patrias entonando el Himno Nacional, cinco años antes de la invasión inglesa. La editorial ConTexto, con el título “Así se construyó Malvinas. El diario de Emilio Vernet en Puerto de la Soledad. 1828-1831”, acaba de presentarlo en la Feria del Libro.
Entre la reveladora oferta del museo, tal vez el más moderno del país en su tipo, con pantallas táctiles y hasta prácticas inmersivas, corresponde destacar el espacio dedicado a Arturo Illía. Fue su canciller, Angel Zavala Ortiz, quien logró que la ONU, mediante la resolución 2065, reconociera la soberanía argentina en las islas. Llamativamente, la más “maléfica” de las peronistas es la que decidió homenajear a un radical que mantuvo a Perón en el exilio durante su Presidencia y a un canciller que había sido comando civil antiperonista en los ’50. Cristina Kirchner es la que instaló también el busto de Raúl Alfonsín en la Casa Rosada, demostrando que las antinomias son superables cuando, además de voluntad política, hay honestidad intelectual.
De una “presidenta malvinera”, como a ella le gusta llamarse, no podía esperarse otra cosa. La usurpación la subleva, la misma generala Richardson lo señaló, admirativamente: “La vicepresidenta Cristina Kirchner muestra una gran pasión por su país (…) Para mí ha significado mucho conocer Argentina y ver lo apasionados que son los argentinos por su tierra”. Habían hablado, ella y CFK, de Malvinas. Y de la OTAN.
Si sobre el primer tema, ya se dijo, intentando que no se reduzca a la guerra perdida e incluya el tema de los recursos naturales expoliados, asunto que no parece conmover a la oposición cada vez que las islas son parte del debate. Pero si sobre eso existe un manto de neblina planificada, qué se puede decir del peligro de tener una base de la OTAN en territorio nacional, donde no está descartada la existencia de arsenal nuclear, a las puertas mismas de la Antártida, principal reserva de agua dulce del planeta.
La OTAN no es un club de barrio donde los veteranos se juntan a tomar el vermouth dominical con ingredientes. Es una alianza política, tecnológica y militar en estado de beligerancia activa, creada para sostener la “guerra fría” contra la Unión Soviética y las naciones del Pacto de Varsovia y que, cuando ésta sociedad militar comunista sucumbió, siguió con su avance territorial para neutralizar una nueva amenaza al orden mundial: el crecimiento imparable de la República Popular China. La actual guerra en Ucrania es apenas una batalla de lo que algunos califican “la tercera guerra mundial en curso” y que va a definir la hegemonía global futura.
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El 4 de febrero, en Beijing, meses antes de la avanzada rusa, Vladimir Putin y Xi Jimping firmaron en público un documento que proclama que Rusia y China tienen “una alianza superior a las alianzas políticas y militares de la Guerra Fría”, la cual no tiene “límites ni áreas restringidas”. En el mismo texto, las dos potencias declaran oponerse “a una mayor ampliación de la OTAN”. Por eso China no condena la guerra, porque comparte el argumento ruso que la justifica.
Es probable que “la tercera guerra mundial” no vaya a comenzar, sencillamente, porque ya fue declarada en silencio hace unos años cuando la OTAN decidió penetrar con sus bases en los países que integran la histórica zona de influencia rusa, acercándose peligrosamente al territorio chino.
Este es el mundo ardiente donde Cristina Kirchner habla de Malvinas y de la OTAN. Un mundo inflamado, incierto en su configuración final, donde la idea de ir ofrecerle un gas que todavía no tenemos a Europa, cuando Rusia respondió a sanciones económicas de Occidente, precisamente, cortándole el suministro de gas a Europa, quizá sea una idea genial, pero no en un momento tan genial como para sacar algún provecho de ella sin consecuencias.
Tal vez se trate de una opinión personal, conviene no cargar las tintas al respecto: Javier Martínez, galardonado en 2016 en Madrid por la Organización de Periodistas Iberoamericanos, escribió un artículo donde se ocupa de esta reciente oferta de gas de Vaca Muerta, recuerda que Moscú proveyó vacunas a la Argentina y titula, algo ampuloso, hablando de “hipocresía” y “traición”, nada menos que en el portal de Sputnik, del multimedio estatal de la Federación Rusa.
Seguramente son palabras excesivas y prepotentes, fuertes, sin duda. Aunque nunca tan fuertes como las emociones que el tiempo que viene promete.