Con una sola figurita importante por jugar, los equipos de Juntos por el Cambio quedaron conformados para encarar las PASO. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich supieron identificar sus debilidades y fortalezas para buscar compensarlas con otras herramientas. En la recta final, cada uno hará foco en las virtudes construidas y logradas hasta el momento con la intención de dar el último impulso, el que más importa, el de los días cercanos a la ida a las urnas, cuando gran parte de la sociedad define su voluntad.
El jefe de Gobierno logró llevar a su tablero a la mayor cantidad de figuritas posibles. Todavía sin un Mauricio Macri que haya blanqueado abiertamente sus preferencias, aunque algunos guiños fueron bastante claros, Larreta encontró aliados por fuera del partido que integra.
Ya hace un par de años, Larreta encontró una limitación en el PRO a la hora de buscar apoyos por tres razones. La primera, su presidenta es Bullrich, la competidora. La segunda, el reemplazo circunstancial de Patricia forma parte de su equipo. La tercera, el ex presidente maneja la cúpula institucional del espacio.
Si bien este año fue un año de pujas por el poder dentro del PRO, en los papeles el partido amarillo es halcón. Hubo tironeos e incluso se empezó a necesitar el doble comando para aprobar y avanzar con determinadas decisiones. Firma larretista y bullrichista para no dejar heridos. Pero a la hora de mencionar autoridades, las macristas no están con Larreta.
Eso obligó a que el jefe de Gobierno tuviera que construir por fuera del partido. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Qué fue primero, el espíritu aperturista o la necesidad de ser aperturista por no encontrar apoyos entre los propios? Larreta llevó para su molino a todos los presidentes de las facciones de Cambiemos y las figuras más destacadas salvo a la cúpula de su espacio político.
A la hora de disponer el tablero, y sólo por mencionar algunas caras, se quedó con prácticamente todo la UCR, salvo los disconformes con la conducción boina blanca. Logró no sólo que Gerardo Morales, titular centenario, abandonara su discurso de poder para convertirse en un acuerdista al bajar su candidatura, sino también que la generación autodenominada “renovadora”, en cabeza de Martín Lousteau, sellara un pacto con este sector. También Facundo Manes, militante de un radicalismo que no agache la cabeza. El neurocientífico tuvo que declinar en sus pretensiones cuando la autoridad máxima decidió sellar un pacto con el PRO.
Morales y Lousteau, con sus tropas por debajo, no fueron los únicos presidenciables neutralizados por Larreta. María Eugenia Vidal también cayó en las redes de su amigo de casi treinta años para apoyarlo y abandonar la neutralidad. Para Bullrich, el neurocientífico y la gobernadora no pueden aportar nada, no movilizan a la población ni garantizan votos, sólo los propios: dos. Uno de cada uno.
También se quedó con Miguel Ángel Pichetto, del peronismo republicano que coqueteó con Macri años después de haberlo acompañado en una fórmula presidencial. Sumó al liberal José Luis Espert y la conservadora Cynthia Hotton. Mantuvo su alianza con Elisa Carrió y toda la Coalición Cívica, se anotó como propios a algunos candidatos potentes en el interior, como Claudio Poggi y Rodrigo de Loredo – un ganador y un perdedor con caudal de votos -, entre otros nombres de peso incluido Diego Santilli, su postulante en Buenos Aires.
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Esos movimientos dirigenciales y superestructurales deberían alcanzar, según algún análisis interno, para mantener cierta superioridad el 13 de agosto. Pero, más allá de la clásica venta del producto y el vaticinio de una victoria, se mostró cierta cautela. El día de la PASO se verá si la estrategia fue la acertada.
Lo cierto es que estos movimientos le dieron, a Larreta, mayor volumen a una estructura bastante sólida. Hace años que el larretismo trabaja en la construcción de vínculos y bases propias en todo el país, tiene más recursos económicos que su contrincante, más experiencia, dos elecciones victoriosas encima, más equipo. Pero menos carisma.
Por eso, el jefe de Gobierno explotará, además del músculo que sacó en el sprint final con los apoyos, la virtud de la experiencia. Pero, sobre todo, con un mensaje a Bullrich y por elevación al Macri del pasado. No se gobierna con frases cortas y slogans, es necesario, por el contrario, profundizar en el cómo. Mostrar propuestas y un desagregado de las mismas. Algo que hizo hasta ahora aunque sin la suficiente profundidad en la parte operativa.
Pararse en la vereda de enfrente de una Bullrich con frases efectistas, lanzadas para conseguir votos y movilizar a la ciudadanía pero de imposible cumplimiento o de catastrófico cumplimiento. A eso se le sumarán el “yo ya lo hice”, por su experiencia en la gestión; que la firmeza debe estar en los hechos y no en las palabras; que es necesario dialogar con el centro y ampliar la coalición para conseguir cambios durables.
Algo de esto, pero con otro tono, adelantó Luciano Laspina en una exposición ante el Wilson Center. Para JxC, la coalición tendrá los votos parlamentarios para avanzar con las reformas. El economista ligado a Patricia Bullrich confirmó la existencia de diálogos con el espacio de Javier Milei y Horacio Rodríguez Larreta quiere tener los mismos lazos pero con los del centro, aunque probablemente no reniegue de los libertarios.
Como en el caso del jefe de Gobierno, Bullrich también explotará virtudes que surgieron de debilidades. Puntualmente de lo novato de su construcción, si bien su equipo trabaja con ella hace años, y de la falta de estructura y acompañamientos dirigenciales. Para el bullrichismo, la figurita que quieren todos es la de Patricia. El resto, decorado.
Lo cierto es que la ex ministra de Seguridad logró sumar menos nombres conocidos y con espalda que Larreta. Lo incorporó a Cristian Ritondo, de fuerte armado territorial en la Ciudad y Buenos Aires, a Néstor Grindetti, alcalde de uno de los distritos más populosos del conurbano, y después algunas figuras reconocidas por la historia negra del país como Ricardo López Murphy, Hernán Lombardi o Federico Pinedo, todos nombres del 2001.
Encontró algunos apoyos en el radicalismo pero ninguno que pueda pisar fuerte. Maximiliano Abad, de la UCR bonaerense, acotado a la provincia; Alfredo Coreno, senador y posiblemente próximo gobernador de Mendoza y Carolina Losada, una promesa de la oposición que sufrió un duro golpe en Santa Fe.
Frente a un tablero desequilibrado, Bullrich, que intentó no mostrarse molesta con las decisiones internas aunque sin éxito, se abrazó a lo que mejor le sale: el contacto con la gente. Desde hace años, eligió trabajar vínculos. Llegar antes a los lugares, compartir con la militancia, caminar, abrazar. Prefirió la cercanía a los pactos dirigenciales.
Y seguirá en ese rumbo. Será “ella”, apelará al voto emocional en un año en el que las broncas y enojos se mostraron a flor de piel, se pondrá al lado de la “austeridad” reforzando sus viajes en vuelos comerciales y no privados. O su ambición de quedarse en el departamento propio y no mudarse a la Quinta de Olivos en caso de triunfar.
Lo más importante, entonces, será enfocarse en el territorio. Llenar plazas, recibir reconocimientos y cariño pero también mantener la posición de propietaria del coraje para tomar decisiones, de ordenar todos los aspectos de la vida de los argentinos.
La gran diferencia que enfrentarán los dos candidatos este año, un escollo que no tuvieron en el 2015 y que sintieron con rigor en 2019, es la falta de expectativa. Ya no hay sensación de novedad, sino de un proyecto que comandó el país y fracasó pero que podría volver sólo por haberse constituido como oposición al kirchnerismo.
La novedad es Javier Milei, que ya lanzó propuestas como eliminación de ministerios clave. Por lo que Juntos por el Cambio tuvo que virar para concentrarse en otra cosa: la experiencia. Larreta, en la gestión de la Ciudad. Bullrich, por haber formado parte de un equipo de gobierno.