Falta un año, días más o menos, de acuerdo al calendario electoral, para que se consoliden legalmente las alianzas y las candidaturas que competirán en los comicios de 2023. Existen siete dirigentes opositores, sobrevivientes de una lista mucho más larga, que planean que su nombre figure en lo más alto de la boleta más importante. Todos ellos operan bajo la asunción de que el peronismo no llegará en condiciones competitivas y que aquel que logre emerger como la opción más popular en la vereda de enfrente tendrá garantizado el premio mayor: una estadía de cuatro años en la Casa Rosada.
En los últimos días, distintos movimientos independientes entre sí terminaron por consolidar un estado de situación más claro. Donde antes había una docena de aspirantes ahora quedan pocos más que la mitad. Según todas las fuentes consultadas para esta nota el nombre no saldrá de tres postulantes amarillos (Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich), dos radicales (Gerardo Morales, Facundo Manes) y dos autopercibidos como libertarios (Ricardo López Murphy y Javier Milei). Podrá variar la forma en la que diriman esa interna a varias bandas, pero esos son los protagonistas.
Afuera de la carrera quedaron, excepto que medie una sorpresa mayúscula, otros dirigentes que en público o en privado habían manejado la hipótesis de jugar, como María Eugenia Vidal, que imaginó que podría ejecutar ahora el doble parricidio que no se atrevió a llevar a cabo en 2019 pero tuvo que rendirse ante el peso de la realidad, o Martín Lousteau, que después de denunciar durante años que “Rodríguez Larreta todo lo que puede comprar, lo compra” encontró su precio y decidió dejar pasar este tren para subirse a la campaña del alcalde porteño.
La terna del PRO quedó definida por sus propios protagonistas a comienzos de abril, en un restaurante en la Costanera donde se cuidaron de dejarse ver. Allí decidieron que el candidato o la candidata de 2023 saldría de ellos tres y que no había lugar para otras aventuras dentro del partido. Vidal estuvo invitada a la cena pero no a la interna y, aunque desde entonces mencionó dos veces en público su intención de competir, no pudo traccionar ninguna adhesión que la posicione. Por el contrario, uno de sus principales aliados, Cristian Ritondo, volvió a acercarse a Macri.
El expresidente parece el mejor posicionado de los tres. Aunque tanto Rodríguez como Bullrich aseguraron que podrían enfrentarlo en una interna, lo cierto es que ninguno de los dos se siente cómodo yendo contra él, ya sea por sus dotes de liderazgo o por el material comprometedor que Macri pueda tener a partir de la actividad ilegal de inteligencia durante su mandato. Lo cierto es que todos los sondeos que circulan entre los dirigentes amarillos dan cuenta del marcado favoritismo con el que corre en cualquier escenario compitiendo contra ellos, al menos en este momento. Por eso nadie apura una definición.
El alcalde porteño, con su gobierno intervenido por los Macri (el primo Jorge, ministro de Gobierno digitado desde Acassuso, le disputa marquesinas y le embarra la sucesión), espera un guiño de la Corte Suprema en la causa por la coparticipación, que con un fallo a favor de la ciudad de Buenos Aires podrían financiar un año y medio de campaña a todo culo. Tercera en discordia gracias al trabajo hormiga de armado en el interior, Bullrich acaba de sumar a su equipo a dos actores con cierto peso en la interna como Emilio Monzó y Miguel Angel Pichetto y espera un renunciamiento histórico del jefe.
El pacto entre radicales se selló en la Convención Nacional que se celebró en La Plata hace dos semanas. El presidente del partido y precandidato, Gerardo Morales, ungió a la cabeza del órgano colegiado a Gastón Manes, hermano del neurólogo bestseller y precandidato Facundo Manes. De esa forma, se blindaron ante la posibilidad de que un tercero quiera meter la cuchara. Dirimirán la fórmula cuando llegue el momento en función de encuestas y de la activa interna de la UCR, donde uno cuenta con el apoyo del interior profundo y el otro se hace fuerte cerca de los puertos.
En las mesas donde se diseña la estrategia nacional del partido centenario evalúan la posibilidad de que aquel que quede rezagado en esa justa ocupe el lugar de copiloto en la boleta presidencial, una forma de contener a los que apostaron a perdedor y pueden tentarse con el calor de otros campamentos. Algo así les pasa con Alfredo Cornejo. El exgobernador mendocino, que tenía o tiene sus propias aspiraciones, faltó a la Convención por sentirse desplazado y desde entonces adoptó un discurso ultraliberal e inició una recorrida de alto perfil por los medios, buscando arrimar a otras costas.
Por ese andarivel viene avanzando a paso firme Javier Milei, cuyo crecimiento en las encuestas ya preocupa a los otros precandidatos opositores. Dejaron de verlo como un vehículo eficiente para blanquear en la arena pública temas y argumentos que hasta hace poco tenían el acceso vedado y ahora ya lo consideran una amenaza, tal como se pudo apreciar en el cambio notorio en la manera de tratarlo por parte de algunos canales y programas vinculados al establishment. Lo que no entienden es que a este tipo de fenómenos, cuanto más se hable de ellos, aunque se digan pestes, mejor les va.
Para tratar de condicionar al economista que se autopercibe libertario, y también a Macri, que viene haciendo luces de giro para pasarse a ese carril, Rodríguez Larreta habilitó un spot, el séptimo y último para esta carrera, para Ricardo López Murphy. En representación de una tal Confederación de Partidos Provinciales, que existe desde hace, literal, dos semanas y está conformada por sellos de goma conservadores de todo el país, el exministro de la Alianza es el único acepta el rol de sparring y piensa, más que en ganar, en alguna embajada interesante en el próximo gobierno, sea quien sea el que, finalmente, gane la contienda.