El celular de Patricia Bullrich sonó a las once de la noche del martes. Mauricio Macri le había mandado un mensaje. “Venite a casa”, le dijo. No fue la única persona que recibió el texto. También se lo envió a Javier Milei, a Guillermo Francos y a Diego Santilli, que "lo invitaron a una reunión y fue". Los referentes se acercaron al domicilio del ex presidente, mostrando un nivel de cercanía importante. Él lo tenía pensado hace bastante.
La ex candidata presidencial no se tomó el tiempo de digerir el resultado para tomar una decisión. En realidad, la decisión fue de Mauricio, que ya lo tenía pensado. Fue el autor intelectual y ella la material, el brazo ejecutor, la cara de una inminente ruptura del PRO y de Juntos por el Cambio. Todavía nadie decretó ni el final del partido ni el final de la alianza. Pero la formalización llegará.
La obsesión de Mauricio es terminar con el kirchnerismo. No importa con quién. Con Javier Milei, con el espacio libertario, las ideas de algunos dirigentes de Juntos por el Cambio encajaron más cómodamente que en el sistema ideológico de Juntos por el Cambio, donde también está la UCR con posicionamientos más “conservadores”.
En conferencia de prensa, los radicales apuntaron contra Mauricio y Patricia por dejar a Juntos por el Cambio al borde de la separación, pero prefirieron no ser los ejecutores del quiebre. “Que rompan los que dinamitaron” la alianza, dijo un histórico dirigente boina blanca después de resolver una posición de neutralidad.
La relación entre Macri y la UCR se mostró como tóxica desde el comienzo, pero sirvió para llegar al poder en distintas provincias, en la Nación y crear interbloques potentes en el Congreso. Ahora, con dos elecciones presidenciales perdidas al hilo, pareció llegar el momento de cambiar de traje y dejar atrás la oposición “tibia” de los centenarios.
El movimiento no generó preocupación en quienes decidieron abrirse de la alianza. De hecho, se consideró que llegará la calma, después de la tormenta. Esa tranquilidad reconfigurará el mapa político de la Argentina. Esperan que haya, una vez más, dos polos: el peronismo y el antiperonismo. Algo parecido a lo existente, pero reconfigurado ante la falta de resultados. Macri movió las fichas pensando en romper, en sacarse dirigentes de encima.
Detrás de la jugada de Mauricio está el deseo de terminar con el peronismo. Algo que podría hacer con la unificación de fuerzas. Se vio que una oposición dividida favorece al peronismo, pero una unida lo puede vencer. Entonces se hizo necesario identificar, para poder ejecutar el plan de Macri, quiénes están más cerca de Sergio Massa y quiénes de la idea de dinamitar todo.
Massa, Gerardo Morales (UCR), Horacio Rodríguez Larreta (PRO), Emilio Monzó (peronismo no K) y otros dirigentes configurarían un núcleo de poder. Del otro lado, Macri. Mauricio, “el uno”, acompañado por referentes como Bullrich y Milei. El titiritero de la oposición, el amo de lo “anti”, el que abrió la puerta al armado de un posible futuro y hueco Gabinete en caso de un triunfo libertario en el balotaje.
Milei no tiene estructura, no tiene dirigentes. Macri le dará todo eso, y experiencia. Bullrich ya está adentro. Otras figuras podrían ser Guillermo Dietrich, ex titular de Transporte o Hernán Lombardi, el vaciador de los medios públicos. ¿Y si no gana? Si Massa resultara victorioso, probablemente el poco armado de La Libertad Avanza se desintegre.
Con la noticia fresca, fue difícil calcular el costo – beneficio de la elección de los halcones. La Coalición Cívica se desmarcó; la UCR siguió por el mismo camino. Los dos apuntaron contra Mauricio Macri, en forma acertada. María Eugenia Vidal hizo uso de la ficticia “libertad de acción” y se mostró neutral, Larreta dio una conferencia de prensa para sentar una posición “coherente”, en contraposición a la cambiante Patricia, y ubicarse en una posición intermedia, misma fórmula que los gobernadores. En la previa, ni Milei ni Massa.
Los gobernadores, condicionados por una decisión que erosionó a la alianza y quitó poder en legislaturas, incluso en el Congreso, públicamente prefirieron aguardar a ver quién resultará victorioso para poder garantizar la gobernabilidad. Por eso, los rupturistas esperaron incorporaciones en caso de ganar y se habilitó la prudencia momentánea. Es que el bullrichismo dijo sentir el apoyo, por lo bajo, de algunos. Pero, públicamente, la postura dejó renga a Patricia.
Quienes abrazaron la estrategia de patear el tablero confiaron en que, en algunas semanas, el tablero se ordenará. Por el momento, trabajarán no sólo para evitar problemas sino, sobre todo, para que gane Milei. Con el voto “anti-casta” presuntamente garantizado, intentarán convocar a aquellos ciudadanos que lo consideran loco o temerario.
La llegada de Bullrich, de Macri y de algunos otros dirigentes que se mostraron pro – rupturistas, intentará mostrarlo como una persona que no está dispuesta a romper todo, que no toma en serio la venta de niños, de órganos, la libre portación de armas o la destrucción del Banco Central. A quienes quieren que haya educación y salud pública pero se oponen a los sindicatos.
Además de intentar reinventarlo frente al público, también querrán darle estructura y fiscalización, especialmente en la provincia de Buenos Aires aunque haya algunos dirigentes de Juntos por el Cambio que ya empezaron a tender puentes con Unión por la Patria. A Milei, sea como sea, la incorporación “le va a sumar”.
Por enojo, discrepancia o precaución, Bullrich recibió más silencios - y hasta críticas - que adhesiones, que fueron pocas. Por eso, la relación costo – beneficio fue dificultosa. El bloque en el Congreso se partiría. Los gobernadores quedarían pedaleando. La mayoría de las provincias propias son radicales. Otras dos – casi igual al número que maneja el PRO – son aliadas. Los socios en la Ciudad se mostraron en contra. ¿Por qué arriesgarse a perder una base experimentada para aventurarse con improvisados?
Más allá de la obvia respuesta de los cargos, mencionados anteriormente y negados, hasta ahora, por los libertarios, aparecieron como respuestas el ego y el odio al kirchnerismo. Bullrich, que habló en nombre de la ex fórmula presidencial con el radical Luis Petri, se creyó con la suficiente autoridad moral y política como para hablar en nombre de la totalidad de electores de la alianza.
Para ella, los votos que se perdieron desde las PASO hasta las generales fueron de Larreta. Por lo tanto, se consideró casi propietaria de los sufragios obtenidos. Una representante de la gente que la eligió, que optó por una forma de liderazgo e ideas no representadas en los socios.
Así como en la interna con Larreta escuchó los golpes por su falta de responsabilidad de gestión, lo que le impediría tener autoridad para cuestionar decisiones de gobierno de otros, ahora se adueñó, casi como una venganza, la experiencia electoral como argumento suficiente para decidir sin consultar. Ella fue la que ganó la PASO y participó de las generales, los otros no. Bajo esa lógica, su paso por las urnas la obligó a tener que posicionarse.
Todavía ninguno se animó a decir que formal, institucional y legalmente, el PRO ni Juntos por el Cambio. Las diferencias que surjan en este tramo de la campaña podrán detonar la interna. En el mejor de los casos, podría demorarse hasta después del balotaje, con el blanqueo de los posicionamientos. En un escenario más favorable, después del diez de diciembre. Pero Mauricio quiere sacarse el corset hace tiempo.