Con matices, los candidatos de Juntos por el Cambio para la Presidencia de la Nación plantearon dos estrategias claras. Por un lado, la del aprovechamiento e incentivo de los extremos de la grieta, la famosa polarización alimentada de un antagonismo constante. Por el otro, la presunta intención de buscar acuerdos más amplios para garantizar la gobernabilidad y el sostenimiento, a largo plazo, de un mismo proyecto. Lo que pasó en las elecciones de Brasil, con una división en mitades casi iguales de la sociedad, o la victoria de la ultraderecha italiana, funcionaron como una señal, para los halcones, de estar en el camino correcto. En ese contexto se enmarcan Mauricio Macri y, sobre todo, Patricia Bullrich.
Para la oposición, las relaciones internacionales con Brasil deberían fomentarse sin importar qué fuerza política conduzca el país vecino. Al menos así lo plantearon desde lo discursivo. Es lo que el ex presidente definió como el “swinger” de la geopolítica. Un poco por eso y también para no quedar atados a una fórmula perdedora, el comunicado de la alianza, tras la derrota de Jair Bolsonaro en la primera vuelta brasileña, fue bastante moderado. No se habló de nombres propios sino del marco democrático y de la participación popular.
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Sin embargo, la historia reciente dejó en claro los favoritismos hacia el actual presidente del país vecino. Desde hace años, Bullrich plantea que en Juntos por el Cambio son “los maestros de lo que está haciendo Bolsonaro” o que “en la ley anticrimen de Brasil están todos los conceptos que planteamos nosotros". Ambos conceptos son del 2019 y los expuso la titular del PRO. Ahora bien, más allá de las coincidencias ideológicas y de forma, el mensaje de Brasil fue el de la polarización. Algo que, algunos podrían pensar, le daría la razón, salvando las distancias propias de las diferencias entre los dos países, a un sector combativo que apostó a la grieta como espíritu de campaña.
Joaquín de la Torre, uno de los candidatos de Bullrich para intentar gobernar Buenos Aires, lo dejó en claro al plantear que “Bolsonaro es un ejemplo de que el cambio ultra profundo es posible”. Esa era la señal que esperaban desde un sector de Cambiemos, en este caso comandado por la titular del PRO, frente a los que, encuestas en mano, consideraron que la sociedad está harta de la grieta y necesitada de una opción más racional y con capacidad de diálogo.
Para el bando más moderado, Bullrich se define solamente por la oposición al otro, en este caso al kirchnerismo. Por lo tanto, no tendría ningún valor extra por fuera de una pelea entre dos polos. Para la estrategia de la ex ministra de Seguridad, la división tajante en la sociedad sería un valor que la colocaría en el lugar de la estrategia correcta. Todavía no está claro cuál funcionará pero son las dos herramientas que optaron manejar en Juntos por el Cambio.
Bullrich se mostró cómoda con ese discurso de la confrontación. Los ejemplos son numerosos, pero en el último tiempo optó por encabezar la cruzada concentrada en la Seguridad, ministerio en el que se desempeñó hasta hace tres años: contra la comunidad mapuche en Villa Mascardi y con fuertes críticas al manejo que se hizo con la seguridad en el fútbol. En el primer caso, sus dichos precedieron a la represión y las detenciones, en el segundo caso fue posterior al desarrollo de los hechos.
Si bien este área funcionó como un espacio natural para la ex ministra de Mauricio Macri, también se mostró como una especie de límite. De hecho, fue una de las observaciones que le hizo el ex presidente al analizar la evolución de sus candidatos. Sobre Bullrich, dijo que necesita extender su margen de acción hacia otras ramas que no sean la seguridad.
Bullrich, que encabezó una campaña electoral con un gran protagonismo en el territorio, está bien en las encuestas y, por eso, varios dudan que pueda llegar a bajarse de la contienda. El vínculo de la presidenta del PRO cara a cara, con los militantes de su espacio, con más tiempo que sus contrincantes en los distritos, obedeció a la necesidad de poner el cuerpo. La ex ministra no cuenta con la estructura que puede tener Horacio Rodríguez Larreta, mucho menos con la amplificación mediática que otorga comandar la Ciudad de Buenos Aires. Pero tiene la cercanía.
Así como Larreta decidió volver una y otra vez a la gestión porteña como ejemplo para todo, Bullrich eligió aparecer personalmente en cada evento que pueda identificarla, como fue la marcha en Villa Mascardi. Para el jefe de Gobierno, el hacer, el comandar la Ciudad, es la mejor forma de publicitarse. Ella, sin esa ventaja, se recostó en la presencia y el compromiso con algunos tópicos que puedan profundizar su postura.
La polarización y la no polarización protagonizaron la batalla del último mes y medio. El disparador fueron las vallas en lo de Cristina Kirchner. Ese día, se tomó una mala decisión política, según dijo una persona con silla en el Gobierno porteño, sin contemplar los efectos de la acción oficialista. También reconoció que Larreta sufrió presiones internas para ir hacia la represión y que la rechazó. Las fotos y videos, pocas horas después, demostraron que la consecuencia fue la contraria y que hubo represión.
Pero el episodio puso sobre la mesa la tenencia o carencia de “coraje”, de “determinación”, de “valentía” para hacer un “cambio profundo”. Un debate que siguió con el correr de las semanas. Larreta, sin nombrarla, acusó a Bullrich de mostrar firmeza sólo para profundizar la grieta, algo que no tendría mayor efecto que títulos en los medios de comunicación pero ninguna transformación real. Según dijo esta semana en Córdoba, caracterizar a toda la vereda de enfrente como “corrupta”, sólo cierra las puertas a acuerdos necesarios para gobernar. Por lo tanto, la firmeza debería ser empleada en determinados hechos, y no siempre. No oponerse por oponerse.
Esa es la principal diferencia entre ambos. Pero también hay coincidencias. El viernes, sin ir más lejos, de uno y otro lado del PRO salieron a cuestionar al Gobierno por abstenerse en la votación del Comité de Derechos Humanos de la ONU para definir la continuidad de la investigación sobre la presunta violación a los derechos humanos en Venezuela.
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Más allá de los casos puntuales, la batalla por el posicionamiento continuará. Cuando triunfó la extrema derecha en Italia, desde uno de los muchos bandos moderados advirtieron que algunos aliados podrían confundirse y pensar que esa victoria se podría trasladar a la Argentina. La polarización de Brasil también podría funcionar como horizonte para los más duros. La conclusión para este sector es que no hay espacio para terceras vías.
Esta disputa se evidenció con la confrontación con Facundo Manes. Más allá de los rompimientos que no sucederán, incluso más allá de la mala relación del radicalismo con Macri, el mensaje que le enviaron al diputado fue claro: no se pueden encarar aventuras por fuera de uno de los dos polos que hoy representan a la sociedad argentina. Es kirchnerismo o antikirchnerismo, no hay otra opción. Fue, también, el concepto que Macri y Elisa Carrió expusieron cuando quisieron establecer ciertos límites a las alianzas con sectores del peronsimo no K.
Según dijo Larreta, hace meses se encararon conversaciones con potenciales aliados de un potencial gobierno de Juntos por el Cambio. El objetivo, planteado por el jefe de Gobierno en Córdoba, será llegar a diciembre de 2023 con consensos internos a la alianza y charlas avanzadas con esos sectores. El primero, ya se convirtió en un desafío enorme que, hoy por hoy, sólo quedó garantizado por la polarización.