Casi como una frase aprendida de memoria, en la oposición se repite una y otra vez que el Frente de Todos tiene mandato constitucional de cuatro años y, por lo tanto, debería cumplirlo y someterse al voto popular en las elecciones presidenciales del 2023. Sin embargo, el ánimo expectante transita los pasillos y equipos de la dirigencia cambiemita que analiza, día a día, distintos escenarios posibles con pros y contras para su armado. La estrategia es la de dejar que la realidad se coma al oficialismo pero no a Juntos por el Cambio.
Para la oposición, un cambio de gabinete nacional, con señales fuertes, podría ser una de las últimas balas del gobierno para lograr resultados favorables para calmar a los mercados y llevar estabilidad económica. El nombre de Sergio Massa es repetido, hace tiempo, como el único que podría llegar a solucionar la crisis económica actual. En caso de no conseguirlo, la opción de elecciones anticipadas, convocadas por el propio Frente de Todos, aparece en el análisis. Al menos de un sector.
En caso de llegar a ese escenario, Juntos por el Cambio se encontraría con dos variables. Una, negativa, es la de no estar ni sentirse preparados para asumir antes de tiempo. La alianza hoy se ve como la opción más potable para gobernar el país y la confianza en que así será se convirtió en algo difícil de ocultar. La otra, más "positiva", es la consideración en las encuestas. Si los comicios fueran hoy, los números podrían ser más favorables que en medio año, por ejemplo. Sin embargo, aseguran que una situación de ese nivel no sería buena y que, si se pudiera elegir, preferirían llegar a Casa Rosada el 10 de diciembre del año que viene.
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A diferencia de lo que ocurrió después de la PASO de 2019, con una fuerte disparada del dólar, en la alianza opositora creen que en la elección del año que viene un triunfo de su tropa generaría el efecto contrario, el de calmar a los mercados y frenar la crisis económica. La distancia entre las primarias y las generales en las que triunfó el FdT sería, así, el inicio de la delicada situación financiera actual pero una victoria, sea cuando sea, de Juntos por el Cambio sería el epicentro de la tranquilidad.
Día a día, Cambiemos analiza propuestas económicas, lo que debería hacerse en determinada situación de coyuntura, y los planes transitan las oficinas aunque todavía no encontraron su forma final, acabada, de presentación en sociedad. Algo que se pronostica para fin de año o, incluso, con el lanzamiento de candidaturas cada vez más postergado. Si bien muchas postulaciones ya pasaron a ser viejas, aún no fueron anunciadas formalmente por el simple hecho de que a la población no le interesa, en este momento, aventurarse a la discusión política por lo que se convertiría en un tema de nicho.
Más o menos en la misma línea se ubica la disputa por el liderazgo de la coalición. Quien surja como el mandamás ganaría adeptos pero también adversarios y, sobre todo, rechazos en la ciudadanía. Acá podría insertarse otra lectura, la de la capitalización de una división fuerte en materia política, la famosa polarización. Dentro del universo de la moderación, no tendría sentido pero dentro del universo de la grieta podría convertirse en un valor de cualquier candidatura. Por el primer bando, Horacio Rodríguez Larreta. Por el segundo, Patricia Bullrich o Mauricio Macri.
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Más allá de eso, Cambiemos sigue de cerca lo que sucede en el oficialismo. No lo hace desde ahora sino desde hace tiempo. Tal vez, como se aventura a grandes rasgos, desde los últimos dos años. El Congreso se transformó en un lugar de contemplación activa, tal vez más que en los Ejecutivos o en las esferas dirigenciales. Ya lo expresaron los referentes de la alianza: las acciones pasan por el único lugar institucional que ocupan, el Parlamento. Algo se pudo ver con el pedido PRO de moción de censura contra Juan Manzur, jefe de Gabinete en Diputados, o el pedido de juicio político contra Alberto Fernández presentado por José Luis Espert.
Estas acciones, conferencias de prensa, entrevistas en los medios y otras herramientas serán aprovechadas, entonces, para profundizar la crisis del Frente de Todos y ganar lugar en las pantallas de televisión, radios y portales. El mantenimiento de un escenario de debilidad serviría por dos razones. Por un lado, para intentar convertir en realidad el sueño recurrente de la postergación del peronismo a un lugar marginal de la política argentina. Por otro, borrar la experiencia Cambiemos del imaginario social. Que la situación actual sea tan mala que haga creer que antes, con Mauricio Macri, se estaba mejor.
Uno de los grandes discursos, en ese sentido, ya viene repitiéndose por lo bajo hace algún tiempo. El intento de comparación entre Alberto Fernández y Fernando de la Rúa y la apuesta por el debilitamiento de la imagen presidencial. Lo paradójico es que varios de los nombres opositores formaron parte de la gestión de La Alianza que derivó, como fin de la convertibilidad, en la crisis del 2001. Una convertibilidad que también volvió a plantear, como posible plan, Cambiemos.