El retorno a un sistema bipartidario (o bicoalicional quizás) convierte hoy al macrismo no solo en la principal fuerza opositora, sino probablemente en la única con solidez política. Y digo macrismo y no Juntos por el Cambio porque ya la UCR como otros espacios que se los suele identificar con distancia respecto de Mauricio Macri, han declinado con el paso de estos pocos años (desde 2015) en seguir sosteniendo y cultivando una identidad propia que los diferencie de los principios rectores que estableció el ex presidente. Es claro que hoy todos giran alrededor de la identidad y dinámica que Macri le imprimió al espacio ya durante su presidencia, lo cual manifiesta la vigencia de su liderazgo al interior de la coalición. Lo que existe son disputas internas, y cada vez más evidentes, por el control del espacio que implica principalmente la definición de candidaturas, pero no asoman cambios nodales en lo que JxC quiere ofrecerle a la sociedad.
De allí que es importante señalar que el principal éxito de Macri fue lograr la supresión de las identidades pre existente o algunas que se surgieron junto a su ascenso, para que finalmente su impronta fuese aceptada por todo el espacio que hoy involucra a JxC.
Sin dudas de las identidades prexistentes la más relevante es la de la UCR. El partido centenario que ocupó varias veces la presidencia de la república decidió en el recordado Congreso de Gualeguaychú de 2015 no solo apoyar la candidatura de Mauricio Macri a la presidencia, incorporándose a la nueva alianza sino que, al confirmar esa incorporación, aceptaba suprimir su propia identidad o en todo caso, retornar el rumbo del unionismo post Yrigoyen, cuya principal preocupación era la sobrevivencia del partido y rechazar la tradición popular que vinculada a sus orígenes y al yrigoyenismo. Una vez en el poder, y hasta el día de hoy, el radicalismo no ha cuestionado las decisiones capitales presentadas y llevadas adelante por Mauricio Macri.
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La pulsa en las PASO 2021 en la Provincia de Buenos Aires donde el radicalismo presentó una lista separada, no incluyó sin embargo cuestionamientos a esa línea y se limitó a la (razonable) pugna de poder y candidaturas. En estos días ante la invasión rusa a Ucrania, es difícil recordar que la UCR defendió históricamente la neutralidad en asuntos se política internacional en los que los intereses de Argentina no estuvieran afectados; por el contrario, todos sus referentes no dudan en estos días en posturas intervencionistas, y aun cuando es razonable condenar la invasión, lo hacen bajo análisis superficiales con notable ausencia de lecturas geopolíticas. La figura de Raúl Alfonsín, el primer radical que logró vencer al peronismo, ingresa en una habitación de sombras.
Desde las elecciones de noviembre se hace referencia a la proyección de Horacio Rodríguez Larreta. Volvió a triunfar en su distrito y a la vez en la PBA. Pero en el primero sufrió una pérdida de votos respecto de las anteriores elecciones legislativas y en el segundo la victoria se debió más a la pérdida de voluntades del FdT que al acrecentamiento propio. Ambos datos no les quitan valor a los resultados obtenidos, pero le puso rápidamente límites a su inevitable enfrentamiento con Macri si quiere ser presidente. Así, queda claro que no cuenta aún con una fuerza electoral suficiente detrás suyo para dar vuelta la página y dejar allí a Macri y al macrismo. De ese modo el "estilo" de Larreta comienza a diluirse lentamente para sumarse a la dinámica macrista caracterizada por la intransigencia, muy lejos de señales de diálogo y consensos.
A esa impronta del ex presidente se acopla Patricia Bullrich que con su discurso confrontativo y por momentos violento, obliga al Jefe de Gobierno de la CABA a repensar su estrategia presidencial. En los últimos meses hemos visto que el Larreta conciliador, planificador casi apolítico, le abre paso a uno que intenta radicalizar su discurso para enfrentar cierto juego de tenazas que Macri y Bullrich parecen llevar adelante sobre él.
Lo notable es que esta lógica viene de la mano de un ex presidente cuyo gobierno se caracterizó por la ausencia de éxitos. No hay indicador económico o social que haya mejorado mientras el macrismo ocupó la Casa Rosada y que coronó convocando nuevamente al FMI para solicitar un cuantioso préstamo y con él, el ingreso del organismo a las decisiones de la política económica de nuestro país, quien sabe por cuantos años. De mejorar ese recuerdo se encarga un nutrido número de periodistas que han asumido sin más la defensa diaria del macrismo, que lo expresan principalmente fustigando de manera constante al gobierno de Alberto Fernández.
Desde luego, en esa posición se encuentran las empresas de medios a las que pertenecen. Pero no es solo discursiva la adhesión ya que se involucran cada vez más en la construcción del macrismo cuando observamos que sus listas reservan un lugar destacado a periodistas estrellas que parecen sentirse a gusto en ese rol. Ya no se trata solo de un grupo de comunicadores que pueden estar cercanos en este caso al ex presidente; asistimos a otro fenómeno de construcción de discurso político y liderazgos que tiene en la prensa, un espacio de legitimidad de identidades, discursos y candidaturas, como antes lo eran la militancia barrial, sindical o estudiantil. En los 90, los políticos empezaron a “ir” a la TV para lograr nueva popularidad o alguna figura mediática “iba” a la política. Hoy pareciera que anexaron política y medios en una construcción que se sostiene y convive en un nuevo formato.
En todos los casos lo notable es la impronta que Macri logra imponer. Desde la aparición del peronismo la derecha construyó su identidad ya no en términos propios, sino como oposición, esto es, el antiperonismo. En los 90, con el menemismo como conductor, la toma y reforma del Estado, la privatización masiva, fueron sus naves insignia. El paso del macrismo por el gobierno no dejó una construcción de objetivos semejante. Mas allá de discursos impugnadores hacia el peronismo gobernante y ataques a sus políticas que deambuló entre calificarlo de infectadura o de intentar envenenar a la población con vacunas, no se explicita cuál es el modelo que el macrismo, alineado detrás del ex presidente, le propone hoy a la sociedad. Y allí radica el liderazgo de Mauricio Macri que ha impedido con éxito una relectura de su propio gobierno que señale sus errores, límites y fracasos; clausuró esa posibilidad, con una coalición que solo funciona teniéndolo a él como eje de rotación. Ese es el futuro de Juntos por el Cambio que no espera.