Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta compartieron una foto para respaldar a Gerardo Morales tras la feroz represión en la provincia de Jujuy. La imagen, completamente impensada hace tan sólo unas horas, fue un logro del “kirchnerismo”, según se leyó desde la oposición. La alianza optó por abrazarse a una estrategia clara: crear una realidad en la que el gobierno nacional inició una serie de movimientos desestabilizadores ante una retirada, desde la óptica de Juntos por el Cambio, prácticamente obvia de los lugares de poder.
Lejos de analizar la violenta jornada jujeña como una mancha para su discurso del republicanismo, las libertades, la democracia, la defensa de las instituciones y representatividad del pueblo, para Juntos por el Cambio la defensa de la represión fue fruto de una decisión estratégica, la de polarizar. Los riesgos existieron y continúan como una posibilidad latente, cuidada pero posible. Sin embargo, en la pulseada ganó la necesidad de confrontar con Unión por la Patria.
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Algo así como recordar que el verdadero “enemigo” está fuera de Juntos por el Cambio y no dentro. Porque, en definitiva, el plan elaborado por las cuatro Fundaciones de la coalición y la plataforma electoral presentada ante la Justicia Electoral será la misma para cualquiera de los precandidatos.
Morales, quien sonó fuerte como posible vice de Larreta, mostró en los hechos lo que Bullrich reclamó en palabras. El famoso “coraje” para enfrentar a quienes no quieren el “cambio”. En este caso, traducción mediante, el mega operativo policial represivo, con efectivos de civil, con la caballería montada y con oficiales con piedras en sus manos, listo para enfrentar a quienes repudien la reforma constitucional.
Habrá que ver si esta situación lo dejará bien acomodado electoralmente o si lo perjudicará en sus aspiraciones en una semana clave. Porque así como consiguió el respaldo de los socios, también mostró una provincia incendiada y un desgaste importante, incluso con fake news en redes sociales. Esa conflictividad encerrada en su figura podría ser un problema o, todo lo contrario, una demostración de firmeza de las palomas que no existen.
De darse el primer escenario, se interpretó en el entorno de la ex ministra de Seguridad, el más perjudicado sería Larreta porque perdería un vice con territorialidad, manejo del Senado y vocación de amplitud. Eso lo obligaría a tener que buscar otro compañero, pero el bullrichismo alertó que no podría ser Juan Schiaretti. Legalmente, el cordobés todavía cuenta con chances de ingresar, como extrapartidario, a Juntos por el Cambio. Para hacerlo, debería ser candidato.
Pero Schiaretti, pese a armar un espacio antikirchnerista, se ganó la etiqueta de amigo K. Un sello que le puso el bullrichismo y que reforzó Mauricio Macri, un viejo aliado del gobernador, cuando frenó su incorporación al acusarlo de votar todas las leyes del oficialismo. “Andá a explicarle a los cordobeses que no es kirchnerista”, se dijo.
De hecho, los antes únicos poseedores del título de "combativos" interpretaron que los episodios jujeños dejaron al descubierto que es imposible dialogar con el kirchnerismo y, por ende, le pusieron un límite a la ampliación. Para el larretismo, sin embargo, este escenario benefició al jujeño.
En Jujuy, Juntos por el Cambio dio vuelta lo que sucedió. La violencia estatal no fue el objeto de crítica sino que se puso el foco en los “violentos” militantes, seguramente “kirchneristas” y de “izquierda”, que llegaron para alterar el famoso “orden” tantas veces pregonado por la oposición. La razón, simple: ante la casi certeza de una derrota electoral, la necesidad de dejar una situación conflictiva para el próximo gobierno y generar temor.
De hecho, la represión en la provincia del Norte no fue el único mensaje que la oposición eligió mostrar. También se agarraron de un “ataque” a una unidad básica del PRO en Mar del Plata, donde gobierna el partido amarillo y en Morón, donde quiere volver a conducir. “Se le nota mucho al kirchnerismo la pretensión de generar caos en su retirada. Sólo les queda eso. Pero no nos van a meter miedo”, dijo Hernán Lombardi, hombre de Mauricio Macri dentro de los equipos de Bullrich. Como si desde distintas latitudes el peronismo intentara debilitar o amedrentar a la alianza.
Y ante la necesidad de cuidar lo poco gobernado, la obligación de salir a defenderlo. Por eso, y por el gusto por el comunicado veloz, no faltaron los apoyos desde los distintos ámbitos institucionales. Juntos por el Cambio comanda solo cuatro distritos en el país y no puede darse el lujo de perderlos o tenerlos en una situación delicada.
Entonces, JxC buscó instalar que la represión estatal formó parte de una historia de lucha de poder entre dos modelos que se enfrentarán en las elecciones que dejarán un perdedor. Una espacio político derrotado que no se quedará tranquilo porque perderá “privilegios” y buscará “bloquear” esa merma por cualquier medio, incluso la violencia.
Según la tesis cambiemita, el actual oficialismo se observó a sí mismo como el perdedor de los comicios. Por consiguiente, como una futura oposición sin mayoría en las Cámaras del Congreso. En ese escenario JxC, más los votos libertarios, podría avanzar con cualquier tipo de reformas para poner en jaque lo construido desde la gestión de Néstor Kirchner.