Semanas atrás, se hicieron públicos una serie de presuntos chats de un grupo integrado por los jueces Julián Ercolini, Carlos Mahiques, Pablo Cayssials, el ministro de Seguridad y Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, Marcelo D'Alessandro, Pablo Casey y Jorge Rendo, directivo y CEO del Grupo Clarín respectivamente.
El supuesto grupo de chat se formó con el objetivo de armar pruebas falsas para ocultar que Clarín les financió un viaje privado al predio que tiene Joe Lewis en Bariloche, zona de Lago Escondido, así como los motivos del encuentro. Este suceso puso en evidencia la connivencia de un sector del poder judicial, la oposición macrista, funcionarios de Larreta y la corporación mediática. Fue una demostración “con las manos en la masa” del accionar de una verdadera asociación ilícita en el terreno estatal, judicial, político, comunicacional y económico a favor de prácticas delictivas. Así operan los grupos de tareas en las democracias del siglo 21.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Cristina Kirchner en su alegato en el juicio de vialidad, luego de recibir la condena sin pruebas por la que quedó proscripta para ejercer cargos públicos, habló de un poder paralelo. La vicepresidenta afirmó que una asociación entre el partido judicial y la corporación mediática se había enquistado en el Estado legal, conformando una mafia y un Estado paralelo. En esta situación anómala el ejercicio del gobierno resulta imposible, por lo que el conflicto político actual se traduce en los términos de democracia o mafia.
El supuesto grupo de chat visibilizó un accionar mafioso en la Argentina, que debe inscribirse en la trama de un contexto global caracterizado por el ascenso del fascismo y las derechas radicalizadas que llevan a cabo prácticas antidemocráticas. Como ejemplo reciente, en un esquema similar al del asalto al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021, encontramos el intento de golpe de Estado en Brasil contra Lula da Silva y la toma de las sedes de los tres poderes brasileños, el 6 de enero pasado. Twitter, Telegram, Facebook y WhatsApp resultan herramientas fundamentales para organizar estas prácticas mafiosas.
El filósofo Rocco Carbone sostiene que el poder mafioso constituye fundamentalmente un método que despliega una estrategia criminal dentro de una sociedad. Su táctica consiste en la intimidación, la corrupción y la colusión para afectar, a través de acuerdos secretos, a dirigentes políticos y sociales del campo popular. Las mafias constituyen verdaderas redes delictivas desplegadas en el interior de las instituciones vitales del poder constitucional-estatal. Se organizan alrededor de la violencia y se caracterizan por presentar una racionalidad legal y otra ilegal, trabajando ambas en contra de los intereses populares.
La desregulación y la compulsión ilimitada del neoliberalismo han logrado que los poderes mafiosos se reproduzcan, entramándose con los Estados y llegando a superar el poder de los gobiernos democráticos, a los que logran condicionar. Resulta una obviedad afirmar que, si las democracias no anteponen su autoridad y sus valores, si los Estados no intervienen, las ultraderechas se apropiarán de todo.
Surge así un problema político ¿Cómo encontrar límites democráticos capaces de frenar al poder antidemocrático que funciona en lo que se puede definir como el reino de la impunidad? Dicho de otro modo, ¿cómo se limita al poder mafioso y se sale del laberinto planteado?
La producción del límite no está fuera de las luchas y de los actores sociales –periodistas, legisladores, dirigentes políticos y militantes– comprometidos con la verdad, la justicia, lo nacional y popular. Sin embargo, a veces irrumpen acontecimientos que subvierten la situación y el estado de cosas.
El acontecimiento siempre es un hecho imprevisible, no calculado y por eso mismo irreductible a los determinismos y a las series causales. La visibilización de los supuestos chats del “grupo de tareas” constituyó uno de esos acontecimientos, una contingencia que interrumpió el frustrante e impotente estado de situación. Cuando tomaron estado público esos mensajes quedó súbitamente constatado cómo opera la mafia contra la democracia.
El modo de gobernar de Alberto Fernández, caracterizado por el rechazo del conflicto político, los cálculos, el letargo discursivo que repite sin cesar que no dan las condiciones, que la correlación de fuerzas no alcanza etc., no seduce a la subjetividad, habiendo llevado a una sensación anímica social de desafección política.
Quedó demostrado a raíz de las multitudinarias movilizaciones que causó la obtención del campeonato mundial de futbol, que la sociedad no se encuentra desvitalizada, sino que es el funcionamiento actual de las instituciones el que produce desánimo, insatisfacción y desconfianza. En la democracia ellas deben mantenerse vivas, móviles, capaces de un empuje instituyente para que el deseo, la política y el entusiasmo social no se desanuden.
Cuando los presuntos chats del grupo mafioso salieron a luz funcionaron como un fenómeno de videncia: la sociedad súbitamente pudo ver cómo opera el poder real, aquello que los medios hegemónicos pretenden velar. La aparición visible del modus operandi del partido judicial, los medios hegemónicos y las corporaciones económicas permitió una mutación en la percepción social. A pesar del ocultamiento que operan el Grupo Clarín y La Nación, lo que se pudo ver y tomó estado público mejora las condiciones para desarrollar una conciencia colectiva sobre ese poder real antidemocrático que cogobierna.
El fenómeno imprevisto de los supuestos chats puso en marcha consecuencias que no pueden saberse ni detenerse, como el pedido constitucional de juicio político a los cuatro miembros de la nueva mayoría automática de la Corte Suprema.
Retomando nuestra pregunta sobre cómo se limita al poder mafioso y se sale del laberinto planteado, evocamos las expresiones de Hölderlin en su poema Patmos: “Allí donde está el peligro, crece también lo que salva”. En sintonía con el poeta alemán, nosotros decimos que donde está la crisis del laberinto impune, puede aparecer una falla, algo que escapa al dispositivo mafioso y que, junto con la acción política de las fuerzas populares, puede producir una salida democrática capaz de limitar al poder mafioso.
Una contingencia cortó la situación y, articulada con la acción de dirigentes, funcionarios y militantes, abre un nuevo campo posible, un inédito horizonte allí donde todo parecía imposible.