En el mismo acto en el que consiguió lo que quería, Javier Milei expuso al radicalismo a una crisis que se viene incubando desde hace tiempo. Con el blindaje al veto contra la ley que recomponía algo de lo que perdieron los haberes licuados de los jubilados, el presidente dejó en claro que el ajuste más grande de la historia de la humanidad no lo paga la casta. Pero además, trasladó parte del costo político a los doblados del radicalismo, que se arrastraron hasta la Casa Rosada para ser exhibidos como conversos. En la UCR, lo admiten y tratan de justificarse: se ven como el chivo expiatorio de una actitud acomodaticia que trasciende los bloques.
Hace más de dos semanas, el tucumano Mariano Campero ya se lo había avisado a radicales y opositores en el Congreso. “Yo voy a jugar con La Libertad Avanza porque quiero ser candidato a gobernador”. Heredero de una familia política, ex intendente de Yerba Buena y con un tío abuelo que gobernó dos veces la provincia, Campero es un soldadito de Patricia Bullrich y expresa al radicalismo que se mimetizó primero con Macri, después con la ministra de Seguridad y ahora con la extrema derecha de Milei.
El más visible de los conversos de la UCR no solo fue el líder del grupo que se dio vuelta: además se encargó de invitar a los diputados que se reunieron con los Milei, Bullrich y Martín Menem en Balcarce 50. No todos estuvieron dispuestos a quedar expuestos. Pero a los votos pro Milei de Campero, el cordobés Luis Picat, el neuquino Pablo Cervi, el correntino Federico Tournier y el misionero Martín Arjol, hay que sumar las ausencias del chaqueño Gerardo Cipolini y la santacruceña Roxana Reyes, otra dirigente que sueña con que LLA le financie la campaña a gobernadora en su provincia. La extrema derecha les promete lo que el PRO de Mauricio Macri, devenido en colectora de Milei, ya no puede.
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El primer tránsfuga había sido el entrerriano Galimberti, que dejó su banca para ocupar un cargo que Rogelio Frigerio le consiguió en la represa de Salto Grande. Galimberti también quería abandonar el Congreso y volver a recostarse sobre su territorio.
Los ocho diputados radicales que alquilaron su voto, su banca o su ausencia son antiperonistas y tienen grandes coincidencias ideológicas con el país de Milei. Por eso, estuvieron dispuestos a borrar con el codo lo que habían escrito con la mano hace apenas unos meses, cuando acompañaron la iniciativa de su propio partido para devolverle a los jubilados algo de lo que perdieron con Milei. Era la oportunidad de empezar a mostrar el retorno de un radicalismo popular, el oxímoron por el trabajan algunos cerca de Manes. De todos ellos, el más querido en el Congreso es Cervi, considerado incluso entre algunos del peronismo como un empresario modelo. Quienes lo conocen sostienen que su argumento es lineal: oponerse a Milei cuesta muy caro en Neuquén.
Un grupo de diputados que responden a Facundo Manes y Martín Lousteau decidieron pedir la expulsión de los doblados. La crisis partidaria está a la vista y no es fácil de resolver. En Diputados, la conducción del cordobes de Rodrigo De Loredo está plagada de cuestionamientos y Emiliano Yacobitti presiona para obligarlo a renunciar. Propone, en su lugar, a Carla Carrizo. Sin embargo, De Loredo tal vez sobreviva porque nadie quiere ocupar el lugar ingrato que hoy él asume sin beneficio de inventario. “Nadie conduce nada y nadie se quiere hacer cargo de presidir un bloque donde nadie quiere obedecer a nadie”, dice uno de los 26 radicales que votó en contra de Milei. La falta de liderazgo excede lo que sucede en las dos cámaras del Congreso, se replica en un partido que trata a Lousteau como un extranjero y se expresa con mayor nitidez en el juego de gobernadores radicales que se pelean por quedar bien con el presidente. En el Senado conviven Lousteau con Maximiliano Abad, que viene de la escuela de Ernesto Sanz y pretende ser el nuevo jefe de la bancada.
Con la nueva represión en las inmediaciones del Congreso y los votos de los conversos radicales, crecen dentro del gobierno como nunca las acciones de Bullrich. Por primera vez, la ex jefa del PRO hace un aporte político que excede el despliegue de las fuerzas represivas y le suma apoyo legislativo a un oficialismo también dividido y sin conducción. Milei le debe cada día un poco más. Mientras el operativo desgaste de Santiago Caputo sobre Guillermo Francos se vuelve una constante.
No es la primera vez que el radicalismo se dobla a pedir de un presidente que en campaña dejó en claro hasta qué punto desprecia al partido de Raúl Alfonsín. Ya en el tratamiento del DNU que aprobó los 100 mil millones de pesos para la SIDE, Campero, Picat, Cervi y Tournier habían sido parte del grupo de siete radicales que levantaron la mano a pedir de Milei. Junto a ellos, habían votado Reyes y los mendocinos Lisandro Nieri y Pamela Verasay.
Los intercambios de favores y la compra o alquiler de votos no nacieron con Milei. La novedad en todo caso es que el outsider que nació de las entrañas del poder económico aprendió muy rápido cuánto cuesta el apoyo de una casta que está de remate.
Para un radicalismo que, entre el 2001 y el kirchnerismo, se diluyó en el mapa de la centroderecha, la reconfiguración es absoluta y nadie sabe dónde termina. El proyecto de Manes, que apostó sin éxito en 2023 a ser el “Milei del sistema político”, está también tomado por los desafíos y las dificultades. El partido no lo apoya y los focus group que encarga a la nueva consultora que contrató le indica que la UCR es para él una mochila de plomo. Si quiere trascender, piensa, tiene que pivotar entre la identidad radical y su condición de recién llegado a la política. En medio de la sesión, el periodista acreditado en el Congreso Marcos Giorgetti le preguntó: “¿Cómo ve el clima interno en el bloque?”. El neurólogo respondió con otra pregunta: “¿Qué bloque?”.