Las palabras de Javier Milei en el acto de Córdoba importan. Pero no tanto por su novedad política (casi inexistente), sino, ante todo, por la claridad y la radicalidad que el presidente quiere asignar a su discurso. Con esto no quiere afirmarse la “novedad” de sus dichos. Todo lo contrario: desde la música que venía de las fanfarrias militares hasta el relato histórico llevado hasta el extremo del sectarismo, el revanchismo y la irresponsabilidad, pronunciado por el presidente: todo devolvió la mirada hacia los peores tiempos de la historia política argentina relativamente reciente.
Fue, en su conjunto, el discurso de la revancha. El de la reivindicación de una tradición política argentina en contra de las otras. La reconstrucción de una Argentina previa a 1983: la de la imposibilidad del diálogo entre la historia popular desafiante del museo histórico construido por el liberalismo y las demandas de grandes masas populares. Fue un discurso antiperonista, signado por la rabia y la revancha. Con un cierto tono, además, de una amenaza, la de la “rebelión de la gente decente” contra los portadores del principal proceso de recuperación histórica del peronismo desde la caída de Perón y desde la derrota y la frustración del proyecto de refundación pacífica que su regreso supuso.
Desde 1955 hasta ahora, la historia del debate político en el seno de las “clases cultas” tiene un lugar esencial: ¿favorecer un peronismo “moderno”, “conciliador”, “democrático” o apuntar a su definitiva destrucción y a la construcción de una Argentina en la que ese discurso y esa práctica fueran definitivamente derrotadas y erradicadas?
Esa pregunta dividió, incluso, a los líderes de las más audaces aventuras dictatoriales, incluida la del terrorismo de estado implantado en 1976. La más exitosa de esas aventuras refundacionales transcurrió entre el comienzo del gobierno de Menem y la retirada catastrófica del radicalismo con De la Rúa en 2001. Es decir, el gobierno de Milei vuelve a proponer una fórmula desastrosamente fracasada durante décadas en la política argentina.
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Es en este punto donde radica la principal originalidad del actual proceso político. El discurso de este gobierno no aspira a una “unidad nacional” que incluya al peronismo (aunque fuera en un lugar simbólico y formal). El proyecto al que Milei le pone la cara es el de una “refundación”. En eso consiste la funcionalidad del discurso extremista del presidente: se necesita combatir el problema “desde la raíz” y no, como otros han intentado, de modo de negociar con el peronismo aprovechando sus probadas querellas internas cada vez que se trata de colocar su discurso originario sobre el plano de las realidades históricas y concretas en cada momento. No es la negociación pacífica y orgánica sino la virtual rendición incondicional del peronismo lo que las actuales clases dominantes- dirigentes están impulsando. Y se han encontrado de modo circunstancial y, según ellos creen, providencial con un mundo social e ideal que es absolutamente funcional a su proyecto.
Este “nuevo movimiento” no tiene estructuras ni límites partidarios, pero sí premisas claras sobre el rumbo en el que Argentina debería incorporarse. Su programa económico-estructural no es demasiado diferente del de los Martínez de Hoz, Cavallo y otros surgidos del mismo mundo intelectual y político: la novedad no está en la filosofía ni en el programa. Está en la radicalidad que expresa el marco de sus apoyos: la posibilidad de acercar sectores populares a la interpretación antiperonista y antipopular que auspicia soluciones hasta ahora unánimemente favorables a los programas económicos y políticos neoliberales.
La palabra “libertad”, unánimemente celebrada en las demostraciones públicas por el mileísmo, resulta una clave interpretativa. Sindicatos, organizaciones sociales, partidos populares dejan de ser, en esta interpretación, afluentes de una participación libre y democrática de la opinión y la voluntad popular para pasar a ser mecanismos regresivos y manipulables por los “aparatos partidarios”. ¿Puede esta maniobra en contra de la continuidad de los últimos ochenta años de la historia argentina prosperar? ¿Puede construirse sobre estas “nuevas voces” aquello que no se consiguió en la saga de la “renovación peronista” de los años ochenta del siglo pasado, paradójicamente triunfante con la emergencia del menemismo”?
Difícil de predecir esta deriva del conflicto político en la Argentina. Ante todo, porque en ese interrogante hay una incógnita central: la suerte del gobierno de Milei. En el acto en Córdoba se hizo pública – una vez más- la existencia del armado de una articulación orgánica entre las palabras dirigentes y la línea de las expresiones que vienen “desde abajo”. Esa parecería ser la línea principal a seguir por la cúspide gubernamental. Parece lógica. Es muy difícil imaginar alguna otra cuando se asiste a un enorme trabajo de las cúpulas de la ultraderecha por unificar un discurso que sufre las asechanzas del crítico momento que vivimos.
No habrá “pacto de mayo” y es muy difícil su resurrección en junio o julio. El camino de Milei se ha empantanado. Por supuesto que una carta central en este juego será el modo en que terminará la discusión de la “ley bases”. El gobierno podría -en el mejor de los casos- conseguir una resolución que habilitara su conversión en ley. Pero, al mismo tiempo, cierto giro de la discusión alimenta la esperanza de una recolocación las fuerzas políticas y “político-parlamentarias”. Si esto se diera en contra de la prepotencia oficialista (heredera de la admirada presidencia de Menem) estaríamos en el tránsito a una grave crisis del régimen mileísta y a una nueva y auspiciosa situación nacional.