Se vive un tiempo de locos, se palpa en las calles, en las familias, en los círculos sociales que frecuentamos, quizás sea por ello que no atinamos a detenernos a reflexionar sobre lo importante frente a las urgencias, porque lo esencial y evidente está a la vista, no es invisible a los ojos ni a la razón.
Una realidad desconcertante
En nuestro país parecería nunca colmarse la capacidad de asombro, estando a la velocidad con que se producen y reproducen los acontecimientos que, ni aun por vividos o conocidos, dejan de discurrir en un clima de expectativa, de tolerancia o de perplejidad inexplicables.
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Las proclamas libertarias contra “la casta”, hasta el momento, no han tenido por destinatarios del accionar depredador (motosierra/licuadora) más que al pueblo llano, al ciudadano del común, a la gente de a pie. Licuación de ingresos general con devaluación brutal mediante, acompañada de caída en picada del salario con sus afectados directos e indirectos -por su impacto en el nivel de consumo y poder de compra-, miles de despidos tanto en el sector público como en el sector privado, recesión con altas tasas inflacionarias que vuelve incierta la continuidad de empresas pequeñas y medianas, tarifazos en los servicios y anuncios de otros aún mayores en abril/mayo, constituyen una escueta enunciación de lo vivido en apenas cuatro meses.
Uno podría plantearse interrogantes de este tipo: ¿Cómo llegamos a esto? o ¿Cuáles y de quiénes son las responsabilidades? Darles respuesta exigiría cuanto menos un “ensayo” o, quizás, hiciera falta un “tratado” interdisciplinario de varios tomos. Uno u otro exceden los límites de esta nota y la capacidad de quien la escribe. De ahí, que me circunscriba a algunas reflexiones u opiniones y, sin ninguna pretensión, a ciertas proposiciones.
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Más de lo mismo y con los mismos
La campaña electoral que entronizó a un panelista de televisión con cero antecedente en gestión y con ínfulas de economista de salón sin pergaminos de ningún tipo que, convertido en Presidente, se autotituló “doctor” y se caracterizó como “soberano” nostálgico de un pasado elitista, reivindicando la llamada generación del ’80 del siglo XIX al servicio del capital extranjero e invocando una realidad imaginaria sustentada en datos por demás falaces, esgrimiendo como mantra fundamentalista de su antipolítica la lucha contra “la casta”.
Concepto que jamás definió más allá de ambigüedades o en contraste con otras referencias de opacidades semejantes, como “gente de bien”. A la par de una denostación generalizada de las dirigencias (sociales, sindicales, políticas), una obsesión antiestatista, el endiosamiento del “Mercado” como un ente ordenador exento de toda influencia ajena o monopolizante y, poniendo especial énfasis, en una necesaria renovación total de los ejecutores de su “Plan Maestro” de gobierno que sintetizaba en que “hacer una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”.
La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida, como dice una conocida canción y bien podría constituirse en un canto libertario cargado de ironía, pero al fin, exponente de una franqueza brutal e innegable.
Pues resulta que “la casta”, la que iba a soportar todo el peso del cambio, somos la gran -la enorme- mayoría de la población: las y los trabajadores, jubilados, estudiantes, emprendedores e integrantes de la economía informal comenzando por cooperativistas, estudiantes, profesionales, comerciantes e industriales Pymes.
El desguace del Estado comienza y termina cortándose por lo más fino, con decenas de miles de despidos de empleados públicos y desapareciendo -o paralizando- organismos enteros, generando el consiguiente vacío para llevar a cabo políticas esenciales: de controles soberanos y estratégicos; de acceso a la salud, educación, vivienda, trabajo; de protección a los consumidores y a los sectores más vulnerables o vulnerabilizados; de desarrollo autónomo científico-tecnológico; de promoción de economías regionales; de defensa de una comunicación e información plural.
Advertimos, sin precisar ser expertos, que la Economía sometida al Mercado no proporciona mayor libertad sino la exacerbación de un sometimiento esclavizante determinado por los Grupos concentrados que imponen precios, sobreprecios y condiciones oligopólicas, fomentando una distorsión absoluta en toda la cadena de valor que conlleva a la pérdida de valores de referencia y a una conducta antisocial de salvación individual que sólo conduce a un hundimiento colectivo de las capas medias y bajas de la sociedad.
Y si algo faltaba para el asombro de los que confiaron -y de los que, paradójicamente, aún confían- en la construcción de una nueva Argentina anticasta y para esa anodina categoría de gente de bien, un breve repaso al elenco principal de gobierno -con o sin cargos formales- nos ilustra que está conformado por los “mismos de siempre”, los que forjaron las etapas más funestas de nuestra Patria. Las que empobrecieron masivamente, las que fortalecieron los lazos dependientes de intereses contrarios a la Nación, las que descapitalizaron fugando las ganancias obtenidas en el país y endeudándonos por varias generaciones, las que siempre terminaron en tragedias y distanciándonos del legítimo anhelo de un mejor vivir.
El totalitarismo neoliberal
El fascismo responde a una serie de axiomas que, como tales, se plantean como dogmas sin necesidad de demostración y que se trasunta en un régimen totalitario por definición en función de la intolerancia extrema a toda disidencia.
Sin embargo, esta última cualidad no es exclusiva de ese tipo de expresiones políticas, pues se verifica en otras y, en definitiva, configura un emergente que permite una cierta analogía, pero, que no se confunde necesariamente habilitando por sí mismo una identidad ideológica.
En todo caso, da cuenta de una forma de acción política que comparte con vertientes disímiles. Es preciso tomar en cuenta, que el fascismo si bien totalitario es abiertamente antiliberal e históricamente reconoce una impronta nacionalista, sesgada y con rasgos xenófobos. Algunos procesos políticos actuales en la Unión Europea abrevan en esas fuentes ideológicas, sin que parezca adecuado analizarlos, lineal y ligeramente, con los que vive nuestra Región y, en particular Argentina, forzando una traspolación guiada por la común recurrencia a categorías eurocéntricas.
Por empezar, el Neoliberalismo del que hacen gala las fuerzas políticas que se nutren de sus postulados dogmáticos, carecen de todo sentido, convicción y sentimiento nacionalista, aunque alberguen determinadas xenofobias dirigidas a todo aquello que no responda a un supremacismo blanco y que recae en su propia población como en la de países limítrofes que consideran atrasadas o expresiones de “barbarie” como señaló el Presidente Milei en el acto
conmemorativo de los caídos en la guerra de Malvinas.
La nueva etapa del Capitalismo en clave neoliberal, recoge los modos más salvajes y deshumanizantes de sus inicios, una ilimitada concentración de la riqueza, la apropiación del Estado como garante de los privilegios de las elites -hoy, básicamente, representadas o ligadas al capital financiero- y el rechazo de toda disidencia que implica la consiguiente represión de sus manifestaciones populares y de las que se pretendan canalizar por las instituciones
republicanas.
El Neoliberalismo es, por definición y por acción, ostensiblemente totalitario y ese rasgo de gran relevancia no agota su caracterización ideológica ni conduce a una simple identificación con otras ideologías que participan de métodos autoritarios de igual cuño. No advertirlo, limita la comprensión de aquel fenómeno y coadyuva a una colonización cultural como a un menosprecio del pensamiento nacional en función de nuestras experiencias e idiosincrasias
singulares.
No es locura, salvo que dejemos que nos vuelvan locos
Las evidencias de ciertos desórdenes mentales, la “cananización” de la familia al definirla como integrada por los “perros-hijos” clonados de su numen máximo y asiduo interlocutor desde el más allá, la invocación a unas “fuerzas del cielo” que mixturan lo religioso y lo pagano, los arrebatos furiosos ante cualquier reparo a las propuestas oficialistas, son sólo ingredientes que funcionan como vectores que potencian lo ideológico. La cuestión principal reside, justamente, en la ideología y en quienes se valen de esa personalidad extravagante para adueñarse de nuestras vidas, haciendas y de la Patria misma.
El pregonado “anarco-capitalismo” se resume en realidad en un “apátrida-cipayismo”, que combina la -hoy más que nunca- acertada afirmación de que “el Capital no tiene Patria” con la denigrante condición de lacayo y servidor de los intereses de quienes oprimen al propio Pueblo y expolian a la Nación cuyos destinos le fueron confiados.
Analizar lo que nos sucede como sociedad y dar con las respuestas necesarias para descifrar los puntos ciegos como los caminos que nos ofrezcan una salida exitosa a una crisis provocada perversa y deliberadamente por el Gobierno actual, no será escudriñando en patologías sino recurriendo a la Política en su mayor y más variada dimensión.