Ley Ómnibus: una victoria que abre nuevas posibilidades

Defender los derechos de la inmensa mayoría de los argentinos y argentinas es la brújula más precisa y operativa en estas horas. Se disputa hoy en la resistencia contra el modelo de despojo y hambre.

11 de febrero, 2024 | 00.05

Nadie empujó a Milei a la situación crítica que atraviesa su gobierno. La idea de adjudicar la grave situación de incertidumbre política que atraviesa el país a una ofensiva desestabilizadora de la oposición es una ocurrencia pobre que no tiene en cuenta los hechos reales. El fracaso de la “ley ómnibus” en el Congreso no se debió a la voluntad de obstrucción de la oposición: fue el propio oficialismo el que cerró todos los caminos posibles de un acuerdo. Después de sellada la caída del proyecto oficial y después de un largo y sugestivo silencio, el presidente emprendió un operativo de ataques verbales y amenazas políticas contra la oposición. A esta altura ni la impericia, ni la inexperiencia ni la torpeza pueden explicar la conducta presidencial: está claro que Milei intenta construir un cuadro crítico, limítrofe con el caos, para producir una suerte de “cambio de régimen”, una situación de excepción en la que podrían tener cabida “soluciones” completamente antagónicas con el funcionamiento del estado de derecho. En la práctica de estos días ha vuelto a tener vigencia una “normativa” ajena a cualquier principio constitucional; consiste en la habilitación de la violencia represiva contra cualquier manifestación de disidencia política. La historia argentina reciente (los dramáticos hechos de diciembre de 2001) son una clara advertencia del riesgo político-institucional que la prepotencia -que igual que entonces encarna la ministra Bullrich-supone para el régimen democrático. El presidente, frente al fracaso de su propuesta legislativa, dobla la apuesta de su mirada intolerante y violenta, la amenaza y el insulto son sus únicas armas de gobierno: la historia argentina de siempre enseña que por ese camino no se fortalece la gobernabilidad democrática. 

Una vez más se insinúa una salida de la crisis sostenida en una “ampliación” de la base política del gobierno: Macri se pone en el centro de un operativo refundacional del gobierno que hace poco elegimos los argentinos. La memoria -incluida la memoria “corta”, “inmediata”- muestra la endeblez del operativo de desembarco del macrismo en el gobierno libertario. La suma de Macri más Milei no promete ningún proceso estabilizador basado sobre la racionalidad y el buen sentido. A lo sumo asistiríamos a una ampliación relativa de la base de sustentación de la misma hoja de ruta política: ajuste, privaciones populares, violencia policial y amenazas contra cualquier forma de oposición democrática sería el producto de ese rumbo. Y el contexto social y económico en el que esta escena se desarrolla adelanta riesgos muy importantes e inmediatos para la paz social y la democracia en la Argentina. El fin del verano, el retorno de las clases, la sensación generalizada de que el ajuste alcanzará formas de una grave amenaza para la vida de millones de argentinos y argentinas constituyen un marco muy delicado, ¿se piensa acaso que la violencia represiva será un sostén suficiente y eficaz para la paz social? No hay ninguna experiencia más o menos cercana que le dé certidumbre a ese cálculo. 

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Para la política argentina es una prueba muy exigente la que se avecina. La ofensiva del establishment que ya muestra todo su rigor en estos días está dirigida a naturalizar (una vez más) la idea de que el ajuste es el único camino. Y hoy la idea de la dolarización de la economía aparece como una variante “normal” más entre otras posibles. Alcanza con mirar la realidad de nuestro vecino Ecuador para advertir que esa línea -hoy muy naturalizada- es un viaje sin regreso. Es la aceptación de la pérdida de la soberanía monetaria que arrastra hacia la renuncia a los márgenes más modestos de la soberanía nacional. Es la colocación en el interior de un mundo que hoy aparece seriamente cuestionado por una tendencia muy fuerte hacia el fin de la unipolaridad que gira en torno a Estados Unidos y los países de la OTAN. Es el camino opuesto al que ha encarado el Brasil de Lula y que hoy avanza hacia nuevas formas y niveles de soberanía política y económica. Argentina no puede cerrarse a esa alternativa, los gobiernos que pretendan llevarnos por ese camino serán cómplices del sufrimiento que eso significará para nuestro pueblo. 

Es muy importante lo que ocurrió en el Congreso de la nación. Es muy significativo que la ofensiva mediático- política a favor del ajuste violento contra nuestro pueblo -y sobre todo sus sectores más débiles- no haya logrado quebrar una tradición política argentina, como lo hiciera, por ejemplo, en la década de los noventa. Sin embargo, el huevo de la serpiente privatizadora y dolarizadora está vivo y muy activo. En los años de Menem y Cavallo el remate de los bienes públicos fue el combustible que habilitó un respaldo social a la “convertibilidad”; cuando ese recurso se agotó sobrevino el caos social y el derrumbe político. No hay ninguna razón para esperar que hoy ocurra algo totalmente diferente. El país tiene la oportunidad de insertarse en una estrategia local, regional y mundial completamente diferente. La derrota electoral frenó nuestra incorporación a los BRICS que es una de las experiencias regionales más avanzadas de la concepción de un mundo cooperativo, alternativo al dominio unipolar estadounidense y europeo. No se trata, como argumentan falsamente los voceros del imperio, de un proceso de “aislamiento” del país. Por el contrario, se trata de una ruta de pleno aprovechamiento de nuestros recursos y potencialidades, abierto al mundo sin fronteras “ideológicas”. 

El presente puede parecer muy problemático para el logro de esta ruta de desarrollo alternativo. Argentina tiene un presidente que adora nuestra pertenencia incondicional al bloque “atlantista”. Que cree que Europa es una “amenaza comunista” y que los países del mundo no alineado con Estados Unidos son la expresión perfecta del pasado que hay que superar.  Es la batalla política que hay que dar. Y no desde abstracciones economicistas sino a partir de las demandas más importantes y urgentes de nuestra sociedad. El proyecto del actual gobierno y sus aliados es -una vez más como tantas otras veces en nuestra historia- el del ajuste y las restricciones para los sectores populares, el de la reproducción ampliada de las desigualdades y de los dolores populares. El programa de desarrollo independiente de la Argentina no es una abstracción ni una apelación a un futuro impreciso. Se disputa hoy en la resistencia contra el modelo de despojo y hambre que está vigente entre nosotros. Defender los derechos de la inmensa mayoría de los argentinos y argentinas es la brújula más precisa y operativa en estas horas. Asegurar que los pibes puedan seguir en la escuela, bien alimentados y seguros. Que los trabajadores tengan un salario digno. Que funcionen los derechos y las garantías constitucionales, especialmente para quienes expresarse en defensa de su vida y de sus derechos.

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