La unidad es el nombre de la recuperación democrática y popular

Cómo se inscribe el Pacto de Mayo que planteó Milei en el derrotero de la política argentina y qué rol debe jugar el peronismo frente al avance de la ultra derecha global.

14 de julio, 2024 | 00.05

¿Hablarán los futuros libros de historia argentina de un “pacto de mayo” que se celebró en Argentina en pleno mes de julio? Claro, la pregunta es puramente retórica: para que la reciente reunión en Tucumán de un conjunto de dirigentes políticos locales adquiriera una jerarquía que la autorizara a formar parte de la historia deberían concurrir circunstancias que hoy nadie se atrevería a pronosticar.

Debería haber un proyecto sólido y viable de desarrollo nacional que surgiera del evento; un proyecto de país (que obligatoriamente tendría que empezar por un acuerdo sobre cómo se lo saca de la gravísima crisis que nos atraviesa, que no empezó con la asunción de Milei, pero se agudizó y agudiza día a día con su gobierno). Debería construirse una institucionalidad duradera para organizar una verdadera discusión política sobre el futuro de la nación. Si nos detenemos en la mirada sobre las actuales prácticas parlamentarias, surge que la “institucionalidad” que practica el oficialismo no reconoce el estado real de las relaciones de fuerza políticas sino a un imperativo persecutorio del peronismo. El razonamiento es muy elemental: hay que aislar, y eventualmente excluir de la discusión sobre el futuro al peronismo. Lejos de constituir una novedad, esta es la historia argentina desde 1955 hasta nuestros días con la destacable interrupción democrática iniciada en 1983 cuyo influjo duró hasta la declaración de guerra de las corporaciones de los poderosos en el otoño de 2008, en ocasión del conflicto agrario. Fue esa la fecha exacta de la reconstrucción de un proyecto de país activamente promovido por los grupos económicos locales y transnacionales políticamente dominantes en la Argentina en íntima vinculación con las agencias norteamericanas que velan sobre la “normalidad política” en nuestra región.  

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¿Qué lugar ocupa el “momento Milei” en el interior de esa ruta? Para sus promotores es, inequívocamente, el de generar las condiciones para la exclusión drástica y definitiva de las fuerzas “que se oponen al cambio”. No pasó mucho tiempo desde que un embajador de Estados Unidos propuso a viva voz -como si estuviera hablando en una colonia norteamericana- de un “amplio acuerdo” de fuerzas democráticas con la exclusión implícita del kirchnerismo. El mismo proyecto que había tenido un primer intento con la experiencia del gobierno de Macri, pero con un modo de ejecución “más rápida” como aclaró el empresario ante la admirada mirada de Vargas Llosa en uno de los cónclaves internacionales en los que el tema era siempre “la recuperación de Argentina”. 

La ocasión es propicia para reflexionar sobre la diferencia entre los planes que los laboratorios elaboran y el resultado de esos planes aún en las condiciones de su triunfo electoral. El “segundo tiempo” de Macri no fue. Lo que realmente ocurrió es algo que en el tiempo en que se planificó la nueva ofensiva de la derecha no existía, o por lo menos no tenía la credibilidad y la potencia que finalmente alcanzó. Surgió una grave crisis de época mundial provocada por la pandemia, un notable vacío de políticas comunes en el interior del hemisferio que de una manera u otra resiste la refundación colonial de la Argentina. Vale aquí una digresión: el discurso en el que Cristina Kirchner designó a Alberto Fernández como candidato del espacio peronista-frentista fundaba la decisión en que “el mundo y la región cambiaron para peor” y “hace falta un acuerdo electoral muy amplio para ganar las elecciones y una política de unidad todavía más amplia para gobernar”. La frase fue drásticamente olvidada por todos los actores del drama que empezó entonces, incluida la propia Cristina.

Hoy podemos preguntarnos: ¿no será el momento de preguntarnos por el futuro de esa dramática apelación? ¿Es posible pensar en un proceso de recuperación democrática y soberana al margen de ella? ¿No será el tiempo de preguntarnos por qué lo que funciona exitosamente para evitar que se enquiste en la Argentina un poder autoritario sin ningún contrapeso popular y democrático no alcanza para darle estabilidad y horizontes al rumbo de una sociedad más justa, más independiente y más democrática?

El ciclo “interminable” de nuestra historia sigue andando. Hoy tiene un dato nuevo, angustiante y crítico. El gobierno surgido de la última elección no es un régimen “normal” de la derecha argentina. Ha adoptado el ritual de la ultraderecha global, la misma que acaba de ser frenada en Francia, pero está al acecho en una gran parte del mundo. Es una mirada que considera que las concesiones a la corrección política democrática no son ninguna solución, sino que son parte del problema. Llevan el discurso neoliberal a las fronteras de lo irracional… y crecen. Tienen mucho peso en la joven generación. Logran lo que la derecha casi nunca logró después de la segunda guerra mundial y la derrota del fascismo: convertir al orden autoritario en una promesa de redención humana.  

Como decía el tema que cantaba Mercedes: “cambia, todo cambia”. La consecuencia con los ideales de justicia, de libertad, de autodeterminación nacional no significa defender a ultranza nuestro vocabulario, nuestras formas. Las identidades populares, como es el peronismo en nuestro país, necesitan encontrar el vocabulario de la época. Y en nuestro país no es un cambio que empieza de cero: el frente político que llegó a la segunda vuelta y obtuvo un importantísimo resultado electoral no debe ser considerado una experiencia menor. Es la expresión de algo que debe ser sostenido, defendido frente a brotes sectarios que nunca terminan de abandonar la escena. No hay ninguna alternativa a una amplia y generosa unidad en defensa de la soberanía de la patria, en defensa de los derechos del pueblo. Ese fue el camino del reciente triunfo popular en Francia. El de la consolidación de las fuerzas populares en Brasil y en México. Esa fue la propuesta de Néstor y de Cristina en los primeros años de este siglo argentino. 

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