“¿Puede funcionar el mundo sin política? No. ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política? Nuestra respuesta a estas últimas preguntas es: ¡no! ¡La política sirve! Me viene a la mente lo que un Papa dijo sobre la política: Es la forma más elevada de la caridad, es la forma más elevada del amor”. La política sirve.”
La frase pertenece al Papa Francisco y fue pronunciada en la última reunión del G7. El neoliberalismo -particularmente sus variantes más autoritarias y violentas- está en la vereda exactamente opuesta; nunca había aparecido de modo tan perverso como a partir de la reunión de un grupo de diputados con personas que pagan con la cárcel sus crímenes de la época del terrorismo de estado. A la luz publica y a viva voz se ha constituido un grupo de personas que dicen reclamar “justicia completa” intentando hacer retroceder cuarenta años la historia argentina. La derecha autoritaria parece haber interpretado que éste es el momento de producir un vuelco político en la Argentina. Intuyen que los sufrimientos acumulados en los últimos años sobre las espaldas del pueblo argentino -a los que ya hay que sumar la intensificación de sus padecimientos en unos pocos meses de violento viraje neoliberal- conforman el marco propicio para la construcción de una hegemonía duradera de los grupos dominantes de nuestra sociedad.
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En la interpretación “libertaria” la política es el curro. Es lo que extrae maliciosamente recursos de las “clases honradas” para alimentar a “la política”. No es nuevo el discurso. Lo usaron todas las aventuras antipolíticas que en el país han sido. Lo agitaron de modo sistemático y perverso los grandes grupos de la comunicación, potenciada hoy su eficacia por una maquinaria que predica la libertad de expresión, pero practica el monopolio más abyecto de la palabra pública.
Hay que decir que las formas en las que se expresa el presidente no tienen antecedentes: constituyen por sus formas entre delirantes y ridículas una innovación histórica que no habría que subestimar. Porque actúan sobre el terreno fértil de la pérdida de fe de la población en la política: en estos días el escándalo político- policial protagonizado por el ex presidente Fernández resulta absolutamente funcional al “clima de fin de época” que se está intentando imponer. Un fin de época “larga”. Que se remonta al tiempo que nació en 2003, aunque en realidad naciera en las puebladas de diciembre de 2001. La política renació en las multitudes que enfrentaron -en algunos casos hasta la propia muerte- la violencia policial descargada por orden del presidente De la Rúa. De esos hechos históricos nació la experiencia política democrática más intensa y fructífera desde la caída de Perón. Sin ningún disimulo la derecha político-empresarial- “servicial” se propone cerrar definitivamente ese capítulo de nuestra historia. De ahí el uso de los símbolos de la dictadura, aun cuando algunos de sus portadores fácticos se presenten a sí mismos como “pobres viejitos indefensos”. La herencia de Videla y compañía nunca había sacado tanto pecho desde 1983. En esta ocasión no necesitaron ni siquiera pintarse las caras; forman parte del gobierno en funciones.
Para que el cuadro esté completo, el gobierno dizque “libertario” pone en marcha una política económica agresiva en contra de las mayorías populares; una acción que merecería el entusiasta apoyo de Martínez de Hoz y cuenta con Sturzenegger y Caputo, dos infaltables en cualquier operativo de enriquecimiento de los grandes grupos financieros y penurias de la gente de trabajo. Todo tiene así el sello de lo obvio, de lo de siempre. Sin embargo, no hay que dejar de mirar lo novedoso de este giro de nuestra historia. Porque a los nombres propios habituales el “giro Milei de la historia” le agrega un elemento misterioso cuyo papel podremos ir mensurando a medida que transcurra la historia. Es algo así como un neopopulismo entre cómico y patético que no han tenido otras etapas que sí tenían economistas de la city y políticos de derecha. Se podrá decir que en este cuadro económico -social no hay mucho lugar para circo… pero no hay que estar tan seguro de eso: los años de dolores y privaciones suelen ser también tiempos de emociones fuertes, de ilusiones con menos sustento que voluntarismo irresponsable. Se ha dejado de hablar de los grupos radicalizados del neolibertarismo que constituyeron la novedad que aportó una muy interesante congregación de cientistas sociales: pero el fenómeno no ha dejado de existir porque no se reduce a una simpatía política ocasional sino a un fenómeno crítico que habita nuestro mundo urbano. Hasta el fracaso económico-social de los gobernantes actuales puede operar como una oportunidad para el caos, como la voz de orden para terminar con las mentiras de la política, con las mentiras de la democracia.
Y el punto crítico de la etapa está en el llamado “campo popular”, que no se limita al peronismo, pero es inconcebible sin el peronismo. Esta es otra “novedad” que se suma al libertarismo radical juvenil. Es la vieja historia del “verdadero peronismo” que trajera al debate el gran sociólogo Carlos Altamirano. Se trata de un peronismo “existencial” que no es un partido ni una corriente ideológica claramente delimitada y definida. Es una “identidad” definida más allá del tiempo. Hecha de historias, de mitos, de sacrificios individuales y colectivos, de utopías y de frustraciones. Hoy, el peronismo verdadero está en disputa. Durante los años de ascenso kirchnerista, Néstor y Cristina fueron sus referencias indiscutidas. Hoy siguen siéndolo de una influyente porción de sus filas; el Perón verdadero podría hoy decir lo que alguien dijo alguna vez: “las noticias acerca de mi muerte son, por lo menos, apresuradas”. En ese sujeto misterioso, en ese peronismo verdadero hay personas de toda la amplia gama de peronismos posibles. Lo que une al conglomerado es la sensación periódicamente repetida de que el movimiento ha sido traicionado, o por lo menos, mal interpretado y por eso derrotado. Tendría que ser demasiado aguda la diáspora peronista para que la discusión sobre la herencia “verdadera” del movimiento no sobreviva y se reactive.
Pero éstos son todavía los tiempos de Milei. Y no hay ningún indicador que sostenga con seguridad tal o cual rumbo de los acontecimientos. Los datos son lo que son: un pueblo con una importante capacidad de movilización (hay que prestar gran atención en esta etapa al movimiento estudiantil) un peronismo que no se ha atomizado, aunque luce insuficientemente unido y organizado; la entrada en un año electoral será, sin duda, un factor muy potente para su activación. Ahora bien, la cuestión principal es -cada día que pasa lo es más- la penuria de la gente del pueblo. Usada esta expresión en su sentido más preciso y menos literario. La apuesta de las derechas a la represión violenta debe ser considerada un factor de la cuestión, pero en ningún caso como reaseguro firme de la capacidad de “controlar” la respuesta popular. Como ya se ha probado sobradamente en nuestra patria eso “puede fallar”.
Para volver al principio y volver al Papa: la política sirve.