En una reciente reunión de países denominada "Cumbre por la paz en Ucrania", el presidente Javier Gerardo Milei sostuvo: "Mi máximo apoyo al pueblo de Ucrania y al amigo Zelenski, rechazamos cualquier tipo de violencia y la guerra como mecanismo ilegítimo para dirimir conflictos entre naciones. La guerra no puede ser nunca la respuesta a problemas que deben saldarse en la esfera política". La última oración de esta declaración hecha en un foro fallido, ya que sólo estaba presente una de las partes beligerantes, plantea correctamente la cuestión, los problemas deben saldarse en la esfera política. Lo que oculta en este caso de política exterior, es que los problemas deben tratarse entre enemigos. Las negociaciones de paz, los tratados provisionales, o los tratados permanentes de paz, cierran conflictos entre enemigos, los aliados no necesitan tratados de paz.
Y eso supone hacer política en pos de la pacificación, pero es absolutamente imposible hacer política de este tipo, cuando uno asume la perspectiva de uno de los beligerantes en modo incondicional. Porque en ese caso es como cuando un jugador de un juego de naipes juega con cartas marcadas, y claramente condiciona el resultado del juego.
Si el presidente Milei quería tener un rol pacificador activo, la única línea correcta ante eso es la neutralidad activa, en consonancia con una larga tradición argentina en conflictos internacionales. Pero esto supone que la posición de nuestro país debería ser equidistante de ambos contendientes.
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Y también eso exige romper con una lógica maniquea, que aparece en esta conferencia de paz, una lógica maniquea que se impone en medios de comunicación, en tertulias públicas, e incluso en foros académicos. Y que básicamente sostiene que en este conflicto, las razones de uno de los contendientes, se explican exclusivamente en términos psicopatológicos de su presidente. El conflicto se presentaría entonces como una lucha entre el bien y el mal, entre la cordura y la locura. Esta es la visión que precisamente pretende introducir la posición estadounidense, dado que es funcional a sus intereses: "Poco a poco se han ido aclarando cuáles son los objetivos de Estados Unidos en la guerra. El senador Lindsey Graham señaló recientemente que Ucrania tenía activos naturales críticos de entre 10 y 12 billones de dólares y que no se les podían dejar esas riquezas a Rusia para que las compartieran con los chinos. Y en la Conferencia de Zúrich, la vicepresidenta Kamala Harris anotó en su discurso que Estados Unidos no estaba involucrado por altruismo sino por sus intereses nacionales estratégicos".
Cualquier análisis de las guerras en la historia de la humanidad, muestra que estas son multicausales, y que, entre los factores causales que convergen en su desencadenamiento, las cuestiones históricas y territoriales son centrales. Por ello no se puede analizar un conflicto, sobre todo en aras a abrir una negociación o un canal de diálogo que permita llegar ulteriormente algún tratado de paz provisorio definitivo, sin tener presente estos factores, que las naciones tienen intereses permanentes, y que muchas veces esos intereses se afincan en largo procesos históricos de su constitución nacional, como sujeto político desde el pasado. Esto no significa justificar cualquier posición, precisamente el maniqueísmo intenta demonizar la comprensión, afirmando a priori que toda comprensión es una justificación. Por el contrario, lo que se impone para cualquier posible diálogo que lleve a una paz es la comprensión profunda de lo que está en juego en el conflicto. Pero eso no fue el espíritu de la llamada "Cumbre por la paz en Ucrania", sino que más bien parecía una suerte de reunión de consorcio que intenta cambiar el color de la entrada del edificio desoyendo la opinión de alguno en particular. Pero la política exterior no seguía por reglamentos de votación de social y civiles.
El gobierno de La Libertad Avanza ha perdido una oportunidad más de honrar una tradición nacional de neutralidad activa, que es el único modo de abordar este conflicto dramático con una hoja de ruta que parta de un cese el fuego provisional sin ningún efecto jurídico que permita negociaciones transitorias que permita la recuperación de la vida civil en las áreas involucradas en las fronteras y una negociación que podrá ser dura, difícil, pero inevitable. La Argentina ha elegido el otro camino, la beligerancia y la adhesión a la versión de una nación que todavía pretende un hegemonismo unilateral.