La crisis política en desarrollo

El nudo político que hay que desatar es la cuestión de cómo transformar lo que hasta ahora ha sido una pretensión de subsumir al país en las alucinaciones de un grupo gobernante por un ámbito de diálogo político que respete por igual la voluntad popular.

28 de enero, 2024 | 00.05

“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, sentenciaron Marx y Engels en el célebre manifiesto comunista. Se podría usar el principio -no sin un cierto goce- para describir el mal momento por el que pasa el presidente y su gobierno. Pero la objeción se dispara sola: ¿Qué tuvo de “sólida” la primera etapa de este gobierno? Ciertamente no mucha, en principio. Pero en este juicio está implícito un problema: quién juzga qué es sólido y qué no lo es. Por si alguno no lo notó: los autores del texto del que estamos hablando no eran “economistas” (ni sociólogos, ni politólogos). Eran políticos. Los textos “económicos” están, invariablemente escritos en expresa conexión con la acción práctica del proletariado y se escriben con el fin principal -y a veces excluyente- de fortalecer en términos ideológicos a los militantes del partido. En el caso de El manifiesto, lo deja fuera de discusión el propio título que encabeza el texto.

 En un sentido el gobierno de Milei fue, durante los primeros meses, “sólido”. Tenía casi los mismos creyentes que en el domingo de su elección. Faltaba conocer un “pequeño detalle”: qué haría Milei para evitar que sus reveses políticos y económicos lo situaran en medio de una gran “crisis”. Las crisis políticas no pueden medirse de un modo aritmético, como las encuestas. La encuesta tiene una relación solamente lateral con la vida política. Puede ayudar, perjudicar o ignorar al gobierno. Lo que no puede es inventar una crisis. La crisis es una convergencia contingente, algo que no puede planificarse. La crisis no la “produce” nadie. Es el resultado de complejísimas circunstancias. Hoy está visiblemente en una crisis el gobierno de Milei. Y está en crisis porque está mermando de modo sostenido el arco de fuerzas que lo apoya. Milagros del sistema representativo: los legisladores actuaron a favor de una crisis y, de algún modo, la crearon. O fueron dignos coprotagonistas de su creación. Crisis significa que lo de ayer ya no será.

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La oposición “dialoguista” ayudó a la crisis. Seguramente sus cuadros más experimentados intuyeron que dejar avanzar el propósito de cambio de régimen que, en la práctica sugería cada paso del gobierno y, fundamentalmente de su presidente terminaría desatando una catástrofe. El primer período del gobierno de Milei terminó, ahora empezará a despuntar el “nuevo período”, cuyo nombre publicitario podría justificar, o por lo menos generar cierta expectativa. El desarrollo de la discusión en el congreso de la ley ómnibus es un episodio que tiene muchos significados, y el principal de ellos es la incertidumbre parlamentaria. La certeza mediática del apoyo a Milei y su gobierno ha perdido cualquier sostén que pudiera haber tenido. La enseñanza -claro que no nueva- es que la expectativa inicial no equivale a alineamiento automático mayoritario de la sociedad. Nada de esto es definitivo. Una de las posibilidades, aunque no la única ni la más probable, es que el gobierno reflexione serenamente sobre la situación. El primer problema, el urgente, es el cambio de lenguaje y de actitud ante la sociedad. Y esto luce imposible en el actual estado de cosas. Las poses extravagantes, las amenazas y la prepotencia no nacieron en un coach de especialistas. Lo que nosotros conocemos es a Milei, no hay otro Milei. Parafraseando a Perón: atención porque el pedido de “perdón” por parte de un presidente solamente puede concebirse en casos muy excepcionales. ¿Tendría credibilidad un giro explícito de Milei? Y atención con otro elemento de análisis: el plan que presentaron Milei y su gobierno en el Congreso no surgió en la oficina del presidente y las leyes del ómnibus tienen marcado el pulgar de varios puntos altos del gran empresariado, y no solo del argentino.

De manera que no estamos hablando solamente de los problemas de un gobierno. Estamos hablando de un cuerpo social y nacional, de una tradición de pensamiento que no es patrimonio de un partido o de una corriente política importante. La conclusión que sacó Macri y reveló al auditorio de su charla con Vargas Llosa (“lo mismo que hicimos, pero más rápido”) ha sido la norma de estos meses. Es muy difícil separar esa afirmación de la primera etapa del gobierno de Milei. Y es muy difícil que la red de intereses y de miradas históricas que atraviesan (y separan) a las fuerzas que querían colaborar, pueda ser suturada en poco tiempo. Entre otras cosas necesitarían un líder efectivo que no fuera Milei, lo que en su comprensión literal comporta una crisis y un reemplazo presidencial. El presidente se las arregló para que el rechazo orgánico y masivo de su gobierno se fuera construyendo y terminara empalmando con una visible crisis interna del gobierno. Y las sesiones parlamentarias todavía no terminaron y no sabemos en qué consistirá realmente su decisión.

Pero esta semana se sumó otro elemento decisivo. La jornada de protesta de todo el movimiento obrero y de afluentes de otros movimientos sociales incorpora un elemento de gran importancia para estos días. Para demostrar esa importancia conviene revisar la patética obsesión de la ministra Bullrich por minimizar su concurrencia. La manifestación obrera y popular cerró la etapa del supuesto apoyo del pueblo argentino al gobierno. Es en momentos como éste donde se revela la talla de un estadista cuya principal virtud debería ser la atención a los reclamos y el armado de un dique político-institucional que impida una dislocación del orden democrático cuyas consecuencias nadie está hoy en condiciones de prever. El nudo político que hay que desatar es la cuestión de cómo transformar lo que hasta ahora ha sido una pretensión de subsumir al país en las alucinaciones de un grupo gobernante por un ámbito de diálogo político que respete por igual la voluntad popular recientemente manifestada por los argentinos y argentinas y la afirmación de derechos bruscamente conculcados por este gobierno.

Es un tiempo de diálogo político en Argentina. No como un ejercicio de superestructuras ni como una rutina organizada para las fotos, sino como premisa para defender el orden democrático y las condiciones de vida del pueblo.

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