En resumidas cuentas, cuando las cartas están echadas las especulaciones iniciales, la esperanza de encontrar la fortuna en lo que nos es dado y el desenlace final es un tránsito que se expresa en el título de esta nota, interpelándonos e imponiendo un sinnúmero de reflexiones sobre el devenir, siempre incierto, siempre azaroso.
Una proposición inquietante
Comienzo a escribir esta nota el domingo 19 de noviembre de 2023 pasado el mediodía, sabiendo que no habré de terminarla hasta después del lunes siguiente: por cábala, por prudencia, por temor a equivocarme o, quizás, además de todo eso, por la pretensión de poder hacer una reflexión más razonada, aunque cargada de emoción.
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Hasta el día anterior, u oficialmente hasta el jueves 16 de noviembre en que a las 24.00 comenzaba la veda preelectoral, los candidatos y los referentes de las fuerzas políticas que se debaten en este balotaje, vinieron haciendo esfuerzos denodados por aprovechar -minuto a minuto- esas últimas horas para seducir a la parte del electorado que, al menos inicialmente, no estiman propio.
A la vez, las personas del común, como cualquiera de nosotros, también evidenciaba la ansiedad que se vivía y se vive en este domingo, que irá en paulatino aumento hasta que la información oficial de cuenta de una tendencia irrevocable o, para nuestros vapuleados corazones, no haya un indicador definitorio hasta la madrugada o, ya al borde del infarto, debamos esperar un conteo o decisiones judiciales frente a un virtual empate técnico. Pues, si nos guiamos por los consultores y encuestadores, todas esas alternativas están sobre la mesa.
Las emociones están a pleno, ganan de lejos a las reflexiones o las condicionan fuertemente. En verdad es lo que debe ocurrir en circunstancias como estas, porque hasta los indiferentes -que también supone una manifestación emotiva- se obnubilan ante esta “final” que, estrictamente, marca el comienzo de un nuevo ciclo cualquiera fuere el ganador.
El desafío que me planteo personalmente, que entiendo abarca a la gran mayoría de las y los argentinos, es cuánto seremos capaces de comprender de un fenómeno tan singular -y también universal- que nos presenta el ignoto porvenir.
Cuánto habrá de acierto en las predicciones -optimistas o pesimistas de cada quien-, cuánto sepamos advertir de nuestras percepciones en orden a los deseos que condicionan la interpretación de lo que viene sucediendo en la sociedad argentina.
Cuánto somos capaces de digerir de la “realidad”, palabra por demás polisémica o ambigua en lo conceptual, esa realidad que se nos devele “a medias” el próximo lunes.
Si bien en estas columnas semanales es ostensible mi postura política, mis percepciones y deseos que se enrolan con las de muchas otras personas, sin caer en lo autorreferencial sino en tanto -entiendo- es un sentir y pensar colectivo -cualquiera fuere la proporción que represente- considero un ejercicio útil reflexionar sobre esas cuestiones para intentar ubicar el lugar que nos espera en ese futuro cercano, que nos interpela.
Asistimos a un escenario electoral en el cual, para los que se interesan en la política la decisión es sencilla, porque a las dos únicas opciones ofrecidas se suma una clara definición de lo que, sustancialmente, representa cada una en cuanto al Modelo de país que proponen.
Para aquellos que se perciben lejanos a la política, o incluso para los que se definen “apolíticos”, puede no resultarles tan clara esa dicotomía futurista, pero tienen a su alcance elementos de juicio suficientes para apreciar, básicamente, las diferencias de los Modelos en juego.
Con el correr de las horas
La vigilia que resiste a la siesta, sana costumbre que hemos perdido hace tiempo en la ciudad de Buenos Aires, invita a repasar algunos temas que desvelan en torno a las salidas de crisis recurrentes cuyas causas no encuentran coincidencias de diagnóstico.
Los sistemas de representación que conocemos están en crisis en Argentina, y en Occidente, tanto por la baja densidad que ostentan a esos efectos las estructuras partidarias, como por los niveles crecientes de insatisfacción de quienes se suponen son representados.
Podría indicarse que lo dicho es una obviedad, que basta con recorrer el imaginario colectivo para verificarlo. Sin embargo, ese dato -por obvio- no le resta valor como constatación, en cuanto a que ninguna de las fuerzas políticas, directa e indirectamente comprometidas en este balotaje, constituyen realmente una superación de esa crisis sistémica.
Hace falta un “cambio”, parecería ser a primera vista una idea fuerza que atraviesa a todo el cuerpo social, aunque, cómo se lo concibe carece de univocidad y genera innumerables interrogantes acerca del sentido, del modo, de los presupuestos y de los fines que con ese cambio se propone.
Otra vez aquí se abre una disyuntiva fundamental y fundacional, entre las inclinaciones por una mayor y mejor democracia participativa -innovadora en las formas de participación para ser más representativa-, social, plural y respetuosa de las diversidades como atenta a las desigualdades que exigen implementar políticas que las mitiguen y permitan equilibrios indispensables para gozar de libertad; y tendencias autoritarias que sólo conserven un aparente apego democrático republicano, proclives a romper con reglas básicas de convivencia comunitaria e institucional, que renieguen de todo fenómeno colectivo por considerarlo amenazante de la libertad individual y del derecho más sagrado al que ubican como central para garantizar el afán libertario: el derecho de propiedad.
El “libertarismo” promueve una sociedad que garantice la libertad individual por encima de cualquier otro valor, el derecho de propiedad privada en función de la libre apropiación de todo cuanto esté al alcance de quienes están en condiciones de disputarlo y la asignación de recursos por la economía de mercado asegurando “mercados libres”, exentos de toda intervención del Estado como no sea en su rol de “gendarme” y custodio del libre albedrío de quienes alcanzan esa condición que no es natural, sino, determinada social y políticamente por el lugar que se ocupa en la configuración del sistema.
La “Plataforma Electoral Nacional” de La Libertad Avanza, comienza diciendo: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión, y en la defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada. Sus instituciones fundamentales son los mercados libres de intervención del Estado, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social.”
Destaca luego sus “VALORES”, manifestando que: “Desde La Libertad Avanza promovemos la eficiencia, la transparencia. la meritocracia. el esfuerzo personal, la defensa del derecho a la vida desde la concepción, el respeto por las normas y la honestidad en la administración de los recursos públicos como los presupuestos fundamentales para alcanzar una sociedad pujante y moderna …”.
Estableciendo, en su “DIAGNOSTICO Y PLATAFORMA ELECTORAL NACIONAL”, que: “A principios del siglo pasado la matriz productiva de la Argentina se mantenía gracias al esfuerzo, trabajo y motivaciones de ascenso social de su clase media trabajadora (envidiada en el resto del mundo), quienes producto del sacrificio personal y colectivo encontraban en esta ‘tierra prometida’ el lugar para crecer que les era negado en sus países de origen.”.
Y que, para “(…) revertir y concretar la reforma integral que se necesita costará, según lo proyectado desde La Libertad Avanza, 35 años, en tres etapas sucesivas. La primera etapa implica un fuerte recorte del gasto público del Estado y una reforma tributaria que empuje una baja de los impuestos, la flexibilización laboral para la creación de empleos en el sector privado y una apertura unilateral al comercio internacional. Ello acompañado por una reforma financiera que impulse una banca libre y desregulada junto a la libre competencia de divisas. En cuanto a la segunda generación se propone una reforma previsional para recortar el gasto del estado en jubilaciones y pensiones de los items que más empujan el déficit fiscal alentando un sistema de capitalización privado, junto a un programa de retiros voluntarios de empleados públicos y achicamiento del estado …”
La visión idílica y falaz de la Argentina a “principios del siglo pasado” no resiste el menor análisis histórico, pues era virtualmente inexistente la clase media ni se verificaban condiciones ni políticas para un “ascenso social”, mucho menos se concretaban los anhelos de los inmigrantes que, junto a la población nativa, se encontraban sumidos en la miseria y sometidos a formas extremas de explotación.
En cuanto a las propuestas libertarias, los “cambios” propuestos no son sino reediciones de los postulados en el país en 1955, 1976, 1990, 1999 y 2015, que dieron inicio a ciclos en los cuales se llevaron a cabo experiencias de ese tipo que, indefectiblemente, culminaron en grandes frustraciones.
Lo “novedoso”, quizás, sea el anacrónico planteo de construir futuro volviendo a un pasado remoto, retornar al siglo XIX, pero que sí presenta algo distópico regresivo en ese postulado, anhelar y proponer la vuelta a una sociedad y Estado “predemocrático” de un republicanismo ni siquiera asimilable a las Repúblicas monárquicas actuales que, a su pesar o como forma de preservarse, dejan permear instituciones democráticas en diverso grado.
En ese sentido no puedo ceder a la tentación de reproducir un texto que circula en las redes, tomado de “Historia Argentina” (Tomo 1, página 424) de Norberto Galasso donde se cita el pensamiento de Juan Bautista Alberdi sobre los liberales de esa época, hace 156 años, y en tanto Javier Milei al cerrar su campaña en la ciudad de Córdoba, arengaba con la siguiente frase: “Hay que animarse a abrazar las ideas de Alberdi” (sic).
Qué decía por aquel entonces J. B. Alberdi:
“A estos liberales no les temo por sus ideas, sino por su puñal. Los liberales pueden soportar y lo soportan todo, lo que no pueden soportar es la contradicción, la oposición, es decir, la libertad (…) Estos liberales quieren en cierto modo de buena fe la libertad, pero la quieren siempre par sí, jamás para sus opositores. Aceptan toda la libertad, a condición de que no se ejerza en su contra (…) Son liberales al estilo de los tiranos. Sabido es que ningún tirano quiere ser esclavo. Si hay en el mundo quien ame de veras la libertad, es el tirano; pero tanto como ama la suya, detesta la del otro (…) La tiranía en este sentido es la libertad monopolizada en provecho de uno solo (…) (…) Los liberales que gobiernan hoy en Buenos Aires, son un dechado perfecto de ese liberalismo sin libertad. Para discutir con ellos, para combatir a sus gobiernos, es preciso poner por medio el océano Atlántico. Al menos se asegura de ese modo la cabeza (…) Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto, ni conocen. Ser libre, para ellos no consiste en gobernar a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad (…) A fuerza de tomar y amar el gobierno, como libertad, no quieren dividirlo, y en toda participación de él dada a los otros ven un adulterio. La libertad de los otros, dicen ellos, es el despotismo; el gobierno en nuestro poder, es la verdadera libertad. Así, esos liberales toman con un candor angelical por libertad lo que no es en realidad sino despotismo: es decir, la libertad del otro sustituido por la nuestra (…) En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre y Sarmiento y compañía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos”
Haciendo la pausa prevista y con la lógica tensión
Pasada una hora del cierre de los comicios, sin información oficial sobre los primeros resultados del escrutinio, contando con algunas referencias no fidedignas ni relevantes cuantitativamente sobre las voces que encierran las urnas, me dispongo a dejar la escritura y hacer una pausa hasta el lunes, para continuar reflexionando sobre esta jornada tan especial.
Pues lo emocional -en uno u otro sentido- primará en lo que queda de este día, la mayor o menor satisfacción que provoque el dictado de las urnas, las inexorables dudas y reparos que depare la victoria o derrota de la fórmula apoyada; en fin, todo ese cúmulo de sensaciones no conforman un estado de ánimo que favorezca reflexiones que ayuden a comprender lo que -ya en este momento ocurrido, aunque desconocido- define la realidad en la que estamos inmersos.
Sí señalo como importante a estas horas, la masiva afluencia de personas a votar (casi un 77% de los empadronados), la normalidad -salvo algunas pocas excepciones- que se verificó en la jornada electoral y la sensación -al respecto- de una madurez de la ciudadanía que ha convertido esta nueva elección en una Fiesta de la Democracia.
Fiesta que, como es propio de una confrontación tan dual, llevará sólo a una parcialidad a unirse a los previsibles festejos de la noche, sin que ello le quite el carácter festivo para todo el Pueblo argentino que ha podido repetir ese rito cívico periódico durante cuatro décadas.
Retomando el análisis
Llevando encima las primeras e inmediatas impresiones, cargadas de emociones y sorpresas que alcanzaron al conjunto de la ciudadanía, a mediados de la semana retomo la escritura de esta nota.
La victoria del binomio Milei-Villarruel por una amplia diferencia sobre Massa-Rossi, quedó fuera del radar de encuestadores, dirigencias varias, militancias, analistas, periodistas y del común de las personas que habitan este suelo.
Confieso que carezco de los conocimientos y capacidad suficientes para desentrañar la razón -o sinrazón- que orientó ese caudal electoral, en lo que excede a quienes se identifican claramente con la ideología que sustentan los candidatos vencedores en el balotaje.
Si bien la forma en que se distribuyó el voto en la primera vuelta, unido a los apoyos recibidos por Milei de parte de buena parte de los referentes de las fuerzas que quedaron fuera de la segunda vuelta, podían augurar un crecimiento del electorado volcado a su favor, en política no basta con apelar a la simple aritmética y, además, lo acontecido en las semanas que mediaron entre ambos comicios parecían mostrar reservas, replanteos e incongruencias que, razonablemente, podían provocar dudas sobre una sumatoria lineal de los votos opositores al oficialismo actual.
Conclusión esta última que la realidad demostró errónea, tanto como suponer que una elevada inflación, una creciente pobreza, un desempeño deficiente del Gobierno nacional distante del compromiso electoral de 2019, internismos reiterados en el oficialismo sin destino colectivo y sin dar por resultado una conducción clara del peronismo ni de sus aliados, sería superable en el plano electoral.
Ahora bien, sabiendo quien tendrá la responsabilidad principal en dirigir el país desde el 10 de diciembre, no es ocioso revisar algunas de las máximas que ha sostenido Javier Milei a lo largo de este año. Como las que contenía la carta que dirigiera para su publicación al diario La Nación el 20 de junio de 2023, donde decía:
“(…) Estamos cada vez más cerca de las PASO, elecciones que pueden dar forma al nuevo orden político que regirá en la Argentina de las próximas décadas. Nuevamente asistimos a un espectáculo decadente de la casta política.
(…) Solo especulan con acuerdos de casta para sumar votos y seguir manteniendo el poder, aunque implique juntar el agua con el aceite.
(…) Seguramente los experimentados negociadores de la casta dicen que estamos solos porque no hemos aceptado ningún “negocio político” y rechazamos cada una de las invitaciones que nos hicieron para sumarnos a sus espacios condenados al fracaso.
(…) La elección que tenemos por delante es la más importante de las últimas décadas. Pero la disyuntiva no es compleja. Lo que los argentinos debemos preguntarnos es si queremos seguir con los mismos de siempre que ya han fracasado o si queremos construir algo distinto. Yo creo que la mayoría de los argentinos queremos algo distinto.”
En ese mismo sentido, ha sido lema de toda su campaña y fue repetido hasta el cansancio, que “Si seguimos haciendo lo mismo de hace 100 años no podemos esperar resultados distintos” y que “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”
Entonces, ya no remitiéndonos a lo ocurrido entre primera y segunda vuelta electoral, sino circunscribiéndonos a los primeros días posteriores al domingo del comicio, el “cambio” prometido pareciera descifrarse únicamente en su íntimo sentido antidemocrático y antirrepublicano, porque si de “casta” se trata -y de la peor- es la que viene siendo convocada -o inducida-para integrar el futuro gobierno del flamante presidente electo.
Siempre la realidad supera a la ficción
Las libertades cuya defensa se proponen quienes confluyen en la formación del próximo gobierno se limitan a las de “mercado” y de “negocios”, haciendo absoluta abstracción de otros valores, bienes y, particularmente, de las profundas asimetrías sectoriales.
La soberanía nacional no se cuenta entre las prioridades, pues estará sometida a las conveniencias del Mercado y de sus operadores, allí también es donde debe buscarse la razón de propender a la desarticulación y desguace del Estado, especialmente, respecto de sus principales activos.
La libertad de contratación en materia de alquileres mediando un déficit habitacional tan enorme, no puede hacer pensar que sólo será otro negocio entre particulares en donde propietarios e inquilinos ostenten equilibrios mínimos para arribar a acuerdos que contemplen una justa composición de los intereses de ambos.
La liberación de las relaciones laborales de los marcos regulatorios tutelares que imponen derechos mínimos irrenunciables, instando a su progresividad, garantizan beneficios de la seguridad social y aseguran la organización gremial de las personas que trabajan munidas de los derechos inherentes a la libertad sindical (autonomía, negociación colectiva y huelga en sus diversas manifestaciones), mal pueden concebirse como un avance y menos como un medio de generar empleo digno y de calidad.
Ser oposición no significa renegar de la democracia, tampoco lo es no admitir como aceptable la implementación de políticas que redunden en perjuicio de la soberanía nacional y que conspiren contra la justicia social, por lo cual mal podría desearse que sea exitoso un gobierno que sintetice todo aquello que rechazamos por antidemocrático, antinacional y antipopular.