La interna del Partido Justicialista alcanzó un nuevo pico de tensión. El vector de la sobrecarga fue el diputado Máximo Kirchner, líder de La Cámpora y co-gestor de la candidatura de su madre, Cristina Fernández, a la presidencia del PJ. “Alguien que no puede decidir entre (Ricardo) Quintela y Cristina me obliga a reevaluar las cosas”, disparó Máximo en relación a un eventual respaldo de su espacio a la eventual candidatura presidencial de Axel Kicillof. La frase, dicha en una entrevista donde abundaron las críticas al gobernador, funciona a la vez como una advertencia y una revelación: el cristinismo -con La Cámpora como columna vertebral- se reserva el derecho de admisión a quienes se disciplinen bajo el mandato ordenador de la ex presidenta, sin espacio para elaborar construcciones propias que encarrilen una futura disputa por “el bastón de mariscal”.
Esa disputa, en tal caso, debería ocurrir en los tiempos, la cancha y las reglas que fije Cristina, lo que otorgaría una ventaja extra a quienes, como Máximo, integran el círculo íntimo de la lideresa.
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Como suele ocurrir con los adversarios cercanos, las estocadas de Máximo en la entrevista concedida a Jorge Rial alternaron entre la crítica política y el reproche personal. “Cristina tenía una debilidad enorme por él… Me parece que no se hacen esas cosas”, dijo, respecto a la falta de apoyo explícito de Kicillof a la candidatura de Cristina. Incluso fue más allá y sostuvo, en tono de denuncia, que funcionarios bonaerenses habían recolectado avales en favor del gobernador riojano Ricardo Quintela, adversario de Cristina en la puja por la presidencia del PJ: “Sí, se han juntado varios en la provincia de Buenos Aires”.
La historia de la candidatura de Quintela no estuvo exenta del repertorio que ahora se abate sobre Kicillof. Hace unos cuatro meses, en La Rioja, el gobernador manifestó su vocación por conducir el PJ frente a un tribunal de neto corte K: Oscar Parrilli, Anabel Fernández Sagasti y Juliana Di Tulio le dieron el visto bueno para salir a caminar. Pero a poco de andar, y luego de que el gobernador obtuviera respaldo de Kicillof, Cristina anunció su súbita vocación por la conducción del PJ a través de un tuit. En el entorno del mandatario bonaerense anotan la anécdota como parte de las “emboscadas” que le tendieron desde que la crisis comenzó. En esa lista también está el acto de Merlo, donde el gobernador fue invitado a escuchar a Cristina desde la platea, y el reciente acto en conmemoración de abuelas, donde un grupo de militantes le cantó “Cristina presidenta” en la cara a pesar del pacto previo para evitar una guerra de canciones que podría terminado en algo peor.
La presentación radial de Máximo incluyó chicanas delicadas.“Ya lo intentó Alberto el tema de las formas y salió mal. Alberto nunca entendió lo que tenía que hacer y cuál era el dispositivo”, señaló, comparando la postura de Kicillof con la falta de definición que, según él, caracterizó al ex mandatario. La alusión a la fallida experiencia unionista no es menor. Entonces, como ahora, el cristinismo se mostró como víctima de “destrato”. “Nos juntamos antes que el gobernador viaje a Italia a ver al Papa... y no sonó el teléfono”, reprochó, para remarcar la ausencia de “esa gimnasia política” que considera fundamental en el diálogo interno del peronismo.
El repetido método de exhibir a La Cámpora como víctima de descortesías gubernamentales contrasta con la avanzada que la organización despliega sobre el gobernador. Con el antecedente de la intervención forzada durante el primer mandato, La Cámpora intenta ahora evitar que Kicillof construya su proyecto presidencial tejiendo alianzas que exceden los confines del peronismo. La presidencia del PJ puede alentar o poner límites a esa construcción: por estatuto, sólo la conducción del partido está en potestad de sellar acuerdos y alianzas electorales. La presidencia pone en manos de Cristina la tutela y, sobre todo, el destino de la construcción que pretenda hacer el próximo candidato a presidente con el PJ como pilar.
De ahí la importancia de la frase de Máximo sobre su respaldo -y el de Cristina- al proyecto presidencial de Axel en 2027. Para esa pelea falta una eternidad, pero la preliminar legislativa del año que viene es clave para fundar una alternativa creíble que aleje el fantasma de “títere” o poder delegado que fracasó en el última experiencia PJ-K. Para que su proyecto sea sustentable, Axel necesita que el ecosistema de poder lo considere un primus inter pares, no un mero delegado de la ex presidenta o su hijo, heredero natural de Cristina, pero no de su proyecto político, que prohijó tanto a Máximo como a Kicillof. Hace tiempo que Cristina seleccionó a La Cámpora como su organización predilecta dentro de la nutrida constelación kirchnerista. Pero nunca, hasta ahora, lo había manifestado con tanta nitidez. La elección dejó a Kicillof en la necesidad de componer “nuevas canciones”, concepto que irritó a Máximo, que le respondió con una grosería: “Vení que te presto la mía”.
Durante la entrevista radial, el jefe de La Cámpora se burló del gobernador bonaerense alterando su tono de voz. Incluir agresiones personales en el debate político constituye un riesgo extremo cuando por delante asoma un polvorín.