“¡Lo que hubieran hecho San Martín y Bolívar si hubieran tenido helicópteros, Néstor!”, bromeaba Hugo Chávez con Néstor Kirchner en una pista bajo un calor abrasador, ubicada en la zona fronteriza entre Venezuela y Colombia, plena selva. Un grupo de periodistas argentinos viajamos aquel fin de 2007 junto a Kirchner para cubrir el operativo de rescate de tres rehenes de las FARC que negociaba el entonces presidente venezolano y fue la vez que más tiempo pude estar cerca suyo. Los helicópteros a los que hacía referencia eran dos MI-17 de origen ruso pertenecientes a la Cruz Roja que partieron en ese momento hacia Villavicencio, la capital del departamento colombiano de Meta, donde recibirían la instrucción final de donde se haría la entrega. El problema, supimos entonces, era que las FARC no terminaban de precisar las coordenadas donde se haría la liberación, así que Chávez llenó el tiempo exhibiendo mapas, saludando soldados y dándole charla a la delegación de observadores encabezada por Kirchner, quien hacía apenas unos días había dejado la presidencia en manos de Cristina y lo seguía por la árida pista gris con ojos desorbitados.
Chávez se acercó a los soldados que estaban cerca nuestro. Le preguntó de dónde eran, para cada uno tenía alguna historia sobre su pueblo. Un colaborador le acercó un pocillo de café. Nosotros lo mirábamos incrédulos, debía hacer 40 grados a la sombra. "Cuando hace este calor tienen que tomar café", nos dijo. "Así la temperatura del cuerpo se equilibra con la de fuera y no se transpira", aseguró. ¿Sería así? De boina roja, chaqueta militar verde y camiseta roja debajo, no parecía tan acalorado como nosotros. Nunca me olvidé esa explicación y cada tanto la dejo caer ante algún conocido. "Se lo escuché decir a Chávez", retruco ante cada gesto torcido. Un respaldo de peso.
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La operación para liberar los rehenes se denominó "Emmanuel", por nombre del hijo de Clara Rojas, que era la detenida más famosa de la guerrilla junto a Ingrid Betancourt. El presidente colombiano Álvaro Uribe y su canciller Luis Restrepo mostraban muy poco interés en el operativo, pero no tuvieron más remedio que participar cuando llegó la delegación de garantes internacionales que encabezaban Kirchner y el canciller Jorge Taiana. La misión se armó de urgencia ante la inminencia de la liberación. Pero las horas pasaban y Chávez no recibía las famosas coordenadas. Los garantes se impacientaban porque se acercaba el fin de año y querían estar de vuelta en sus casas. “Tenemos un problemita que estamos solucionándolo”, les aseguraba el venezolano.
El viaje de Chávez y los comisionados al aeródromo fronterizo fue una manera de cortar la ansiedad de la espera en Caracas. Para nosotros, además, la posibilidad de observar al comandante a pleno. Ninguno de los comisionados internacionales -incluyendo un desorientado Oliver Stone que andaba por allí filmando un documental- tenía un currículum de experto en helicópteros como para que la inspección a las máquinas tuviera algún significado. El venezolano, vestido de fajina, aprovechó para un despliegue con destellos de show.
Apenas bajaron los MI-17, puso un mapa sobre el suelo y empezó a mostrar con un puntero los distintos caminos posibles que se trazarían hasta llegar al lugar donde se encontrarían los rehenes. En el aeropuerto el clima era pegajoso y, cuando salía el sol, sofocante. El expresidente argentino, a su lado, lo escuchaba y cada tanto hacía algún comentario.
–Por aquí vamos a llegar, Kirchner, sin escalas –le mostró el venezolano.
–Sin escalas –aportó Kirchner.
–Sin escalas –ratificó Chávez.
“¿Tienen alguna pregunta, señores comisionados? Están ustedes muy callados, no quiero ser el único que hable”, siguió. “Marco Aurelio, ¿quieres preguntar algo? ¿No?”, lo invitó al brasileño Marco Aurelio García, el enviado de Lula. Como los comisionados no hablaban los fue presentando de a uno, incluyendo a Stone, a quien burlonamente definió como “el enviado del presidente Bush”. “Aquí han venido estos compañeros, apoyando la integración. De Bolivia, de Ecuador, Néstor...”, siguió, de nuevo en referencia a Kirchner. “Cuando yo entregue la presidencia me iré a descansar tres meses, Néstor la entregó hace dos semanas y está aquí en batalla. Y se quiere ir en helicóptero.”
–¿Y cuándo entregás la presidencia? –lo apuró Kirchner, provocando carcajadas.
–I really don’t know –respondió Chávez, apelando al inglés para salir del paso–. Algún día seré expresidente, tú espera.
Transpirados, los comisionados seguían cada vez con más impaciencia los movimientos de Chávez por la pista, respondiendo a los periodistas, saludando a soldados o sacándose fotos con quien se lo pidiera. “Me voy a hacer cargo del operativo, vamos”, le dijo Kirchner, con la camisa empapada, en un momento. Chávez hizo la venia y se subieron al avión.
No resultó como habían esperado. Las coordenadas nunca llegaron y Alvaro Uribe tiró una bomba en la conferencia de prensa final, revelando que el niño Emmanuel vivía desde hacía tiempo en un hogar para menores bajo otro nombre. Fue una nueva pelea del colombiano con Chávez y su entonces canciller Nicolás Maduro. "Los comisionados consideramos conveniente la suspensión provisoria de su presencia en territorio colombiano", anunció Kirchner en el aeropuerto. Nos volvimos en el Tango 01 a toda prisa, tanto que el 1 de enero de 2008 nos tomó a mitad del vuelo. Uno de los recuerdos fue la foto que nos sacamos con Kirchner brindando. El otro, aquellos diálogos con Chávez a un costado de una pista en medio de la nada bajo un sol calcinante. Y una recomendación que suelo repetir: "¿Estás transpirando mucho? Tomate un café bien caliente".