Larreta, la Corte y la negación subversiva de la derecha

22 de mayo, 2021 | 19.00

Circula entre nosotros la demanda de “despolitizar” la pandemia. Es digno el propósito humano que lo inspira. El virus nos ataca a todos y, por lo tanto, no hay razón para que no podamos unirnos en su contra y dejar las diferencias políticas para otro momento. El deseo es análogo al de muchas personas que añoran los tiempos en que las reuniones familiares eran tranquilas y felices sin “discursos políticos” que las alteraran. Es una lástima, pero no se puede alcanzar ese retorno a la armonía perdida. Habría que ver, además, si ese retorno sería tan favorable como se lo imagina. Y hasta habría que averiguar si ese consenso feliz existió alguna vez entre nosotros o tal vez el silencio de los “disidentes” salvaba la armonía familiar (no se puede en este punto dejar de recordar algunas reuniones familiares en la época de la última dictadura).

La pandemia es política en su naturaleza más íntima. No vino desde fuera de la civilización humana. No es un ataque alienígena. Nació en el corazón de la civilización del capitalismo globalizado. Es un emergente del tipo de vida que los humanos -en tanto comunidad hegemónica en la tierra- hemos implantado. La pandemia es política porque ataca más ferozmente a los débiles, porque interfiere la normalidad de un modo de vida al estremecer los automatismos del mercado capitalista, al promover preguntas incómodas sobre la desigualdad, sobre el uso y la propiedad de la tierra, en fin, sobre si es inevitable vivir del modo en que vivimos.

El antagonismo global que estamos viviendo no es un mal entendido, ni un producto de hordas subversivas que quieren alterar nuestro modo de vida con la absurda apelación a la condición común de los seres humanos y a la consecuente, e igualmente absurda, reivindicación de la solidaridad y la fraternidad.

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Lo curioso de esta etapa es que la negación subversiva viene de la derecha. O por lo menos eso parece en la superficie. Las derechas “libertarias” toman la palabra cuestionando los cánones convencionales, los sistemas de significados más o menos habituales. El cuidado entre nosotros aparece, así, como un reflejo autoritario, como una regresión a la desaparecida ilusión del comunismo. Una parte de la civilización humana no está dispuesta a cuidarse de la muerte: la prefiere a la dictadura de los estados. Intuye que la dictadura de los estados es el modo de la destrucción del mundo tal como es. Es la emergencia de un orden diferente en el que nuestro “modo de vida” puede colapsar.

Hace unas pocas notas, en este lugar, decíamos que Larreta había tomado un camino temerario. Apostaba a jugar hasta las últimas consecuencias la carta de la pelea frontal contra el gobierno nacional. Seguramente era el camino que les sugerían los focus groups. El despropósito del jefe de gobierno tomó vuelo: se convirtió en la desobediencia a un decreto presidencial con fuerza de ley y en un fallo favorable a esa temeridad de la Corte Suprema, por el cual, tarde o temprano, sus miembros tendrán que dar explicaciones y, con seguridad, pagar el daño infligido a la sociedad argentina. Los medios monopólicos hicieron, hacen y seguirán haciendo todo lo posible por defender la curiosa concepción que postula que ante la amenaza del dolor y de la muerte hay que mantener a como dé lugar la supremacía de los intereses del “mercado”. Por supuesto, el disfraz manipula el estado de ánimo de cansancio de las familias por las dificultades de todo tipo que producen los esfuerzo de cuidad: atribuye esas dificultades a la maldad del ogro Estado. Un Estado al que, al mismo tiempo, se lo presiona, se lo rodea, se lo extorsiona, se lo amenaza.

Larreta ha retrocedido de su apuesta temeraria. No hay que ser muy agudo para imaginar que el viraje tiene más que ver con los nuevos focus groups que con la consideración de la gravedad de lo que sucede. Como sea, es una buena noticia para quienes creemos en la política para enfrentar esta catástrofe. Lo que acaba de hacer el gobierno macrista de la ciudad es el reconocimiento de su fracaso y el intento de reducir sus daños colaterales. No es muy difícil adivinar la naturaleza de los fuegos artificiales que la mentira mediática pondrá en escena para paliar los costos del recular en chancletas del jefe de la ciudad autónoma. Pero lo importante es que el conflicto político se ha revelado como tal y ha dejado claramente establecido cuál es la cuestión que se discute.

El gobierno, por su lado, ha producido un giro muy fuerte. Hay una cuestión saliente en el discurso presidencial: la decisión de ejercer el poder. La corte suprema, por su lado, está viendo en su propio espejo las consecuencias del escandaloso fallo contra el decreto presidencial anterior. Sabe -no en términos jurídicos sino esencialmente políticos- que su situación se ha complicado: Larreta acaba de cambiar el signo de su decisión soberana sobre la “educación”, lo que comporta un reconocimiento (tardío) del daño de su política hasta aquí. La Corte acompañó a Larreta en su temeridad. Ahora corre el riesgo de acompañarlo en el pago de sus costos. Claro que los costos y los pagos no son una cuestión jurídica. Se definen en la política. Y la política retoma su dinámica. Su agenda se vuelve cada vez más clara. Se organiza en términos de quién paga los costos de la tragedia. Y de la otra tragedia, que fue el régimen macrista cuyos grados de corrupción y el nivel de los daños que produjo están en plena efervescencia.

Bienvenida, entonces, la politización de la pandemia. El cuidado de la vida es un valor humano que no se puede dejar librado a los automatismos de mercado. El respeto colectivo a las medidas del gobierno para evitar el colapso sanitario es una prueba muy importante para nuestra comunidad. Y las medidas económicas resueltas a favor de los sectores más débiles constituyen un acierto que recupera el enfoque de los primeros tiempos de la pandemia, corrigiendo cierta obsesión por el control del gasto estatal que tuvo también que ver con el empeoramiento de la situación sanitaria. Cuidado y vacunación aparecen como horizontes colectivos de recuperación, en medio de una fase particularmente crítica para la convivencia entre lxs argentinxs. Deberían concebirse como un puente hacia una etapa de recuperación social después de la barbarie neoliberal que perpetró el macrismo.