“Pertenezco a una generación que no se dobló ante la desaparición de amigos y amigas, y no voy a dejar esas convicciones en la puerta de entrada de la Casa Rosada”, avisó Néstor Kirchner el 14 de mayo de 2003 en su primer mensaje como presidente electo. En una jornada cargada de versiones, Carlos Menem había anunciado que se bajaba del ballotage minutos antes de que Kirchner hablara desde el Hotel Panamericano. Para el santacruceño se trataba de una trampa: querían que quedara como un presidente débil que había conseguido apenas el 22% de los votos, sin la posibilidad de ser revalidado por la mayoría de los argentinos en segunda vuelta. “No voy a ser presa de las corporaciones”, dijo en ese primer mensaje en el que se notaba la pluma de Cristina. No lo fue.
Para el 25, el día de la asunción, la bronca se le había ido. “Vengo a proponerles un sueño”, planteó ante la asamblea legislativa en otro mensaje fundacional. Habló de una "generación diezmada" en la que se incluyó, idea que retomó Cristina la semana pasada. Y planteó la necesidad de una Argentina más normal y de una sociedad más justa. Luego se zambulló en la multitud agolpada en la Plaza de Mayo como quien se tira a la pileta, audacia que le costó la herida de un fotógrafo en la frente, pero sirvió que mucha gente empezara a conocer al personaje “pingüino”: alto y desgarbado, el de los trajes cruzados, mocasines y la Bic negra.
Kirchner sabía que tenía como tarea reconstituir el poder presidencial, dañado luego de una crisis terminal que se había comido cinco presidentes en una semana. Pero lo hizo de una manera particular, ejerció el poder contra los poderosos y no contra los más débiles. “La anomalía kirchnerista”, describió el filósofo Ricardo Forster esa aparición inesperada. Las cosas que parecían imposibles, Kirchner las volvía probables.
Su primera tarea, lo recuerda el ex ministro de Educación, Daniel Filmus, fue viajar a Entre Ríos para solucionar un conflicto docente que venía de arrastre. “Lo conocí un viernes y el lunes estábamos viajando juntos hacia allá”, cuenta. Era 26 de mayo y las clases todavía no habían empezado. En vez de elegir la amenaza y la recriminación pública contra los sindicalistas docentes que mantenían la protesta, Kirchner se subió a un avión para solucionar personalmente el conflicto.
Muy distinto fue el trato a la Corte Suprema de la mayoría automática. Claramente, Eduardo Duhalde no conocía bien con quién trataba y había avanzado con el presidente de la Corte, el riojano Julio Nazareno, en la posibilidad de cerrar las causas por violaciones a los derechos humanos. Creía que así la garantizaba “gobernabilidad” al presidente que llegaba con escasos votos. Kirchner tenía planes opuestos.
“Entendemos que la gobernabilidad no puede ni debe ser sinónimo de acuerdos oscuros, manipulaciones políticas o pactos a espaldas de la sociedad”, advirtió en su primera cadena nacional, el 4 de junio. Presionados por el pedido de juicio político, los jueces, con un largo historial de irregularidades, empezaron a renunciar o fueron destituidos. A través del histórico decreto 222, Kirchner fijó autolimitaciones para el Poder Ejecutivo para la designación de los nuevos integrantes. El resultado fue una Corte Suprema de primer nivel e independiente.
Azuzado por los pedidos de extradición de represores que llegaban desde el exterior, Kirchner resolvió enviar al Congreso la anulación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, las llamadas “leyes de impunidad”, decisión que el Senado aprobó en agosto. Sirve como vara para medir concepciones políticas. Duhalde creía que había que pactar con la Corte y dejar a los represores impunes. Kirchner modificó la Corte e impulsó desde el Estado las políticas de memoria, verdad y justicia.
El movimiento quedó completado el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor le ordenó al jefe del Ejército, Roberto Bendini, que baje los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone de la galería de directores del Colegio Militar. La imagen -Bendini subido a una tarima descolgando dos cuadros ante la mirada pétrea del Presidente- marcó una época y terminó de delinear el perfil de su gestión. Ahora que en los últimos tiempos se puso de moda debatir respecto a la “correlación de fuerzas” que supuestamente habilita para realizar tal o cual cosa, ¿quién le habría recomendado a Kirchner avanzar en esa dirección, que parecería que le traería más problemas que beneficios, en un momento que ya tenía suficientes problemas? El entendió que era indispensable realizar un trabajo reparador en la sociedad para unificar la acción en busca de nuevos objetivos.
En la lógica del teorema de Baglini, los políticos moderan su lenguaje y propuestas a medida que se acercan al poder. En el caso de Néstor -que tuvo su continuidad con Cristina- la lógica resultó a la inversa. Cada vez que Kirchner estaba en una disyuntiva, sus salidas siempre fueron "contrapoder", por izquierda. Llevó la lógica del militante al sillón de Rivadavia. "Yo no voy a reprimir nunca", le decía a sus ministros los días que se multiplicaban los cortes. La contracara de Fernando de la Rúa, que eligió irse en helicóptero mientras la policía reprimía sin piedad a quienes se manifestaban. "Supo para qué arco patear, a veces metió goles y también se hizo alguno en contra. Pero representó bien la visión del mundo en la que creyó", lo define acertadamente Mario Wainfeld en su libro Néstor, el tipo que supo.
Consiguió generar toda una nueva narrativa acerca de lo que se puede o no se puede hacer desde la Casa Rosada. Para eso contó con colegas de excepción, generando una época única en la región. Lula y Hugo Chávez fueron sus grandes aliados, protagonistas de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata de 2005 en la que se le dijo que No al ALCA, la zona de libre comercio que Estados Unidos quería establecer en todo su patrio trasero. "No entiendo que ocurrió aquí", le expresó en su desconcertada despedida George Bush hijo a Kirchner. Ellos tres, más Evo Morales, Fernando Lugo, Rafael Correa y otros que se sumaron de acuerdo a la época, generaron toda una serie de iniciativas regionales que culminarían con el propio Kirchner como primer secretario general de la Unasur. El sueño de la Patria Grande, con países amigos ayudándose de acuerdo a sus posibilidades. La utopía que ahora se busca reflotar.
La reseña no estaría completa sin analizar el indispensable costado económico. Desde 2003 y hasta 2011 la Argentina mantuvo uno de los períodos de crecimiento económico más importantes de su historia. Fue famosa la "libretita" que tenía Kirchner encima de su escritorio en la que al cierre de cada día anotaba la evolución de las principales variables económicas. Los superávits gemelos fueron un pilar de su gestión junto a la política de desendeudamiento, que vista a la distancia cobra una mayor dimensión todavía. Con el ministro de Economía, Roberto Lavagna, llevaron adelante una extenuante negociación de la deuda en default en la que el 92% de los acreedores aceptaron importantes pérdidas a cambio de recomponer un calendario de pagos.
Fue un hito de la gestión, lo mismo que el anuncio posterior de la cancelación de la deuda con el FMI por casi 10 mil millones de dólares con reservas del Banco Central. "Vamos a ganar grados de libertad para la decisión nacional", anunció Kirchner la decisión en un Salón Blanco colmado de gente y emociones. Fue la independencia del organismo financiero al que Mauricio Macri volvería casi 13 años más tarde para tomar un préstamo por una suma fuera de toda lógica, volviendo a someter al país a las exigencias del staff por años. El crecimiento de la época de Kirchner armonizó la suba del consumo interno por la mejora del poder adquisitivo de los salarios, una mayor inversión y la recuperación de las exportaciones. Un cuadro difícil de igualar.
"Está pasando algo con Néstor y la gente", aseguraban en la Casa Rosada luego de cada salida junto al Presidente. Veían un cariño que evolucionaba día a día. No fue posible de verificar en las urnas porque el "pingüino" decidió dejar su lugar a la "pingüina", considerándolo una evolución del modelo kirchnerista que había puesto en marcha. Su sorpresivo fallecimiento, el 27 de octubre de 2010, conmocionó al país y generó una reacción popular pocas veces vista en la historia. "Esto cambia todo, ahí estaba el pueblo", confesó Felipe Solá, quien se había distanciado a partir del conflicto con el campo. En una realidad adormecida en la que se hablaba de fin de la historia y de resignación a la lógica de la desigualdad, "alguien, una figura extraña que vino del sur patagónico, escribió para siempre su nombre en la memoria popular", al decir de Forster.