Cero
Nada justifica los crímenes de guerra. Tener razón no justifica el asesinato de civiles. Defender tu hogar no justifica torturar prisioneros y subir los videos a las redes sociales para que los vea su familia. Nada justifica los crímenes de guerra en Kiev, en Mariupol, en Baghuz, en Aleppo, en Grozni o en Gaza. Percibirse como víctima no puede ser un pase libre porque --spoiler-- en una guerra ambos bandos se perciben como víctimas.
Pensar la guerra como un combate entre el bien y el mal es un error. El problema no es tomar partido, que en ocasiones es saludable y hasta necesario; sino ignorar el hecho fundamental de que el otro ve lo mismo en espejo. Nadie se pone a sí mismo en el rol de malo. Todas las atrocidades cometidas por un pueblo a otro se cometieron en nombre de causas nobles. “Nos matará, tal vez, un hombre bueno con pistola”.
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Uno
En estos días podemos observar, con cierta transparencia, el mecanismo a través del cual se busca imponer en Occidente una lectura binaria del conflicto que habilita a que una novedosa sociedad entre Estados (lo viejo que no acaba de morir) y megacorporaciones digitales (lo nuevo que no termina de nacer) tome para sí atribuciones que no estaban contempladas en ningún contrato social. En nombre de la libertad.
La censura a canales de origen ruso en territorio europeo no es una medida cuyas consecuencias se limiten al ámbito estratégico comunicacional en el marco de una guerra sino que tendrá ondas expansivas que cambiarán, de manera duradera, el paisaje de Occidente, en particular, y de todo el planeta. Es una decisión tomada por un puñado de personas que afectará la vida de miles de millones.
Una universidad italiana quiso prohibir o prohibió un curso sobre la obra de Fyodor Dostoievski en represalia a la invasión a Ucrania. El Festival de Cannes no exhibirá cine ruso. Rusia no disputará el Mundial de Fútbol en Qatar ni, probablemente, ningún otro evento deportivo relevante en el futuro observable. Incluso sacaron a sus equipos de los videojuegos. Los periodistas que escriben para medios rusos llevan etiquetado frontal.
Estamos asistiendo, en vivo y en directo, a través de la pantalla de nuestro teléfono, a la eliminación, a una velocidad vertiginosa, de un discurso y una identidad nacional del ámbito público en medio planeta. Estamos asistiendo, digamos, a la primera cancelación de un país. El segundo problema más importante de este enfoque es que no puede funcionar bien sin volverse en contra de los que impulsaron (más sobre eso, adelante).
El problema más importante es que en este mundo interconectado (¿será este, acaso, el primer paso atrás importante de la historia de la globalización?), Occidente está lleno de rusos. No símbolos sino personas. Muchos perdieron en estos días acceso a sus ahorros, trabajos, el contacto con sus familias. ¿Cuánto falta para que empiecen los actos de violencia contra ellos? En muchos lugares sólo basta una chispa. ¿Hasta dónde van a llegar?
Dos
Cuando pare la guerra, si todavía queda algo en pie, el racismo va a seguir allí. El subtexto aterrador de cada sanción que decide Occidente, de cada minuto de aire y cada línea que le dedicamos a este tema en los medios, cada opinión vertida en las redes sociales es esa suerte de casta superior que significa ser europeo. Esta semana también hubo bombardeos en Siria (Israel), Yemen (Arabia Saudita) y Somalía (EEUU).
No es ni siquiera una distinción ideológica o geopolítica: durante la guerra civil en Siria, Washington y Moscú intervinieron a la par propiciando ataques que costaron la vida de civiles, incluso niños. No hubo sanciones. Es probable que Putin tampoco sea castigado en un tribunal por Ucrania. El principal responsable de esa impotencia es Estados Unidos, que ha boicoteado permanentemente la jurisdicción de la Corte Penal Internacional.
Tampoco se castigarán los crímenes de guerra cometidos por el bando ucraniano, de los que poco se habla. En las redes sociales circularon videos filmados por el Batallón de Azov, una fuerza paramilitar neonazi incorporada al Ejército regular, que exhibían torturas a prisioneros. Maxim Marchenko, comandante del Batallón de Aydar, otra brigada ultranacionalista, fue designado ayer gobernador de Odessa por el presidente Zelenski.
Por supuesto, en el ejército ruso también hay neonazis. En realidad sucede en todas las fuerzas armadas relevantes del mundo. Alemania descubrió un grupo infiltrado en su fuerza de elite en 2020. El año pasado se revelaron las simpatías nazis de cincuenta oficiales militares en Francia. Desde el 11S, Estados Unidos alimenta su demanda de tropas regulares y privadas con supremacistas blancos y ultraderechistas.
El abandono, a toda máquina (cuando escribo esto pasaron apenas siete días y medio de la invasión), de algunos de los cimientos sobre los que se construyó la identidad europea moderna, como la libertad de prensa, el globalismo y hasta la estrategia militar continental, no hace más que abonar el pasto del que se alimentan esas bestias, mientras la progresía, los liberales y la izquierda, en general, aplauden.
Tres
A lo largo de toda la historia y alrededor de todo el planeta existen solamente dos razones para explicar el comienzo de una guerra: o bien el agresor está convencido de que puede ganar (es decir, que los beneficios a largo plazo serán más cuantiosos que los costos) o bien porque cree que el conflicto es inevitable y que el paso del tiempo no hará más que desmejorar su situación relativa de cara a ese escenario.
Es imposible saber si Putin está convencido de sus chances de éxito pero no hay dudas de que su decisión tiene que ver con el segundo motivo. Lo dijo él mismo en el mensaje con el que anunció el comienzo de la “operación militar especial” y en otras apariciones públicas recientes. Para el presidente ruso no se trata de si habrá o no una guerra con Ucrania sino de cuándo sucederá: antes o después del ingreso de Ucrania a la OTAN.
Si uno se enfoca solamente en lo que sucedió en los últimos meses, parece evidente que Rusia es el Estado agresor. Si uno mira la historia de los últimos treinta años y cómo la OTAN pasó de ser una alianza defensiva a una fuerza ofensiva que ya intervino en territorio europeo en Kosovo y desde ese momento no dejó de arrimarse a Moscú, es posible entender que Putin se sienta amenazado. No se trata de una hipótesis novedosa.
La desmedida reacción después del martes pasado no hace más que confirmar esos temores de riesgo existencial que abriga el país que hizo frente a invasiones de Hitler y Napoleón: quieren borrar a Rusia del mapa. Un dato pasó desapercibido: el 19 de febrero, cinco días antes de la invasión, Zelenski amenazó con denunciar el memorándum de Budapest, que compromete a Ucrania como país sin armas nucleares. Detalles.
A esta altura del partido importa poco si se trata de una profecía autocumplida o de una serpiente que se muerde la cola. El mundo cruzó una línea roja. La desconfianza mutua es mayor que nunca desde antes de la cumbre de Malta, hace casi treinta y cinco años. Otros países de la zona se sienten amenazados por Rusia y se acercan a Occidente. Rusia se siente amenazado por ese éxodo y reacciona en consecuencia.
Cuatro
“Existen dos opciones. Empezar una Tercera Guerra Mundial, ir a la guerra con Rusia, físicamente. O asegurarte de que termine pagando el precio”, dijo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en su discurso del Estado de la Unión, al defender las sanciones impuestas a Moscú. Otra forma de decir lo mismo es que si las sanciones no funcionan no habrá otra alternativa que la guerra. Pero, ¿y si funcionan?
La batería de sanciones económicas desplegadas contra Rusia en estos siete días y medio es tan brutal como la cancelación del país y de sus ciudadanos. La diferencia con otras sanciones anteriores no es solamente de grado sino de magnitud. Esta vez el objetivo no es disuadir a un gobierno de seguir cierto curso de acción sino que se apunta a arrojar al país a una crisis terminal. Arrasar con su economía.
Lo dijo el martes el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, con todas las letras: “Estamos librando una guerra económica y financiera total contra Rusia. Haremos colapsar la economía rusa”. Una tímida retractación posterior seguramente no aplacó el recelo de Putin. El exprimer ministro Dimitri Medvedev se encargó de recordar a través de las redes que “en la historia, usualmente las guerras económicas se volvieron reales”.
Por su parte, el canciller ruso Sergei Lavrov le respondió a Biden al sostener que una nueva conflagración mundial “sería una guerra nuclear devastadora”. Siguiendo la lógica que imperó hasta ahora, si Putin efectivamente está dispuesto a llegar hasta ese punto (y nada parece indicar lo contrario), eso significa que escalará el conflicto antes que aceptar una derrota que deje a Rusia en una situación desfavorable ante la OTAN.
Esa derrota puede llegar por la vía de las sanciones: existen muchas formas en las que una ofensiva económica de esta magnitud puede causar daño terminal a Rusia o, al menos, al gobierno de Putin. Los castigos, oficiales o de los otros, que recaen sobre la espalda de ciudadanos rusos o incluso sobre sus descendientes o sobre extranjeros que trabajan para empresas de ese origen, tampoco ayudarán a desescalar el conflicto.
Cinco
Cuando se desata una guerra, terminarla es solo una parte de la solución. La otra es evitar la siguiente, cuyas semillas quedan plantadas debajo de los escombros. Si este conflicto se resuelve sin pasar de pantalla, cualquiera sea el equilibrio que resulte de las condiciones que se pongan al final, será sumamente precario. Los acontecimientos recientes nos mostraron la velocidad que pueden tomar las cosas de un momento a otro.
Nuevos frentes de discordia se abrirán a medida que otros países de la región se acerquen a Europa, como reacción a esta guerra. Está pasando: Suecia, Finlandia, Moldavia, Kosovo, Georgia iniciaron o dieron impulso a sus respectivos procesos de integración. Putin tomará cada paso en ese sentido como una agresión y una amenaza para Rusia. Las minorías rusas en países de la OTAN (como las repúblicas bálticas) representan otra hipótesis de conflicto. “War, children, is just a shot away”.
En 1945 Europa aprendió que la mejor manera de garantizar la paz era la integración: un juego en el que las partes (Francia y Alemania, en este caso) ganaban más con la paz que con cualquier conflicto eventual. Lamentablemente, en 1989, tras la caída del Muro, por las razones que fueran, no se siguió la misma estrategia con Rusia. Los resultados están a la vista y nadie parece interesado en desandar ese camino.
Todos se preguntan cuál es el endgame de Putin pero no vi, en los medios de Occidente, a nadie que se cuestionara cuáles son los objetivos estratégicos del otro bando. Hagamos de cuenta que las sanciones cumplen con su meta más ambiciosa y logran forzar un cambio de régimen en Moscú, ¿qué sucede después? Beijing nunca aceptaría un gobierno prooccidental del otro lado de la frontera más extensa del mundo.
Más que el peligro nuclear (un corolario horroroso de lo otro, en todo caso) lo que amenaza nuestra seguridad inmediata es este nuevo rostro, furioso, de la realpolitik global, este Occidente despojado de sus ropajes democráticos que arrasa con las garantías que había prometido resguardar. En nombre de la seguridad, el mundo se está quedando sin espacios neutrales. Y recuerden: todos somos el malo de alguien más.