La "mesa chica" de la CGT volverá a reunirse la semana que viene luego de un mes de virtual parálisis a la espera de definiciones en el Gobierno -norma antibloqueos y fondos de obras sociales- y en el PJ, en plena reorganización interna. Los dirigentes esperan volver a juntarse entre el martes y miércoles próximo con la vuelta a la Argentina de Héctor Daer y Gerardo Martínez, abocados a congresos sindicales en los últimos días, y la posible incorporación a las deliberaciones del camionero Pablo Moyano, crítico de sus pares y permanente impulsor de conflictividad.
El encuentro será la antesala para la demorada convocatoria de la mesa tripartita de diálogo que la administración de Javier Milei espera organizar con la participación de la CGT y el G6, el grupo que nuclea a las principales patronales de la industria, la banca, el agro, el comercio, la construcción y la Bolsa. El secretario de Trabajo, factótum de la iniciativa con el aval del asesor plenipotenciario Santiago Caputo y el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, espera concretar esa foto antes de fin de mes.
La última vez que la cúpula de la central sindical se dejó ver fue el 17 de octubre en el acto que encabezó Axel Kicillof en Berisso por el Día de la Lealtad peronista. Allí estuvieron, pese a sus históricas diferencias, Daer y Pablo Moyano junto a otros referentes como el estatal Andrés Rodríguez (UPCN), Cristian Jerónimo (personal del vidrio), Pablo Flores (empleados de AFIP) y Marina Jaureguiberry (docentes privados, Sadop). Desde entonces, y a pesar de que la interna del PJ decantó en favor de Cristina Fernández, la conducción de la CGT mantuvo en su mayoría su inclinación por el gobernador bonaerense, asediado por La Cámpora.
Pero más allá de la disputa partidaria, adonde la CGT suele ser convidada de piedra, los ejes de preocupación de los dirigentes en la vuelta a la tarea cotidiana pasan por la relación zigzagueante con el Gobierno. Uno los ítems pendientes es la reglamentación de la norma antibloqueos de empresas contenida en la ley Bases, que el Gobierno deliberadamente no abordó a la espera de un eventual acuerdo marco con el gremialismo.
Cordero ofició de correo entre los sindicalistas y el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, pero cuando parecía que había sustento para una solución salomónica que conformara a funcionarios, empresarios y gremialistas, el diálogo se interrumpió. El enfriamiento en la relación dejó en veremos la oferta oficial por una posible instancia administrativa previa al despido con causa derivado de la denuncia patronal frente a un bloqueo. Como reflejó El Destape, el freno en las conversaciones tuvo tres razones: la desconfianza sindical hacia el Gobierno por reiterados incumplimientos en los compromisos asumidos, el paro de gremios del transporte del 30 de octubre y el tironeo por la jefatura del peronismo.
Si es cierto el refrán según el cual Dios cierra una puerta pero abre una ventana, el ministro de Salud, Mario Lugones, acudió en salvaguarda del diálogo con la CGT. El funcionario, parte del trípode en el "Grupo Güemes" (por la fundación del sanatorio que lleva ese nombre) que también integran el operador radical Enrique "Coti" Nosiglia y el gastronómico Luis Barrionuevo, reanudó la conversación con los responsables de las obras sociales sindicales para encontrar salvavidas financieros para el sector. La última propuesta de Lugones fue reactivar la propuesta de crear una Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias, el nombre pomposo que se evalúa desde tiempos de Alberto Fernández para un instituto ideado para resguardar a las prestadoras de los gremios de los tratamientos costosos o experimentales a los que los fallos judiciales las obligan.
La cumbre pautada de la "mesa chica" de la CGT servirá para poner en la balanza los resultados de esas gestiones llevadas a cabo bajo el radar. Hasta mediados de esta semana la moneda estaba en el aire entre inclinarse por la metodología dialoguista clásica de los "gordos" de los grandes gremios de servicios y los "independientes" de lazo inquebrantable con todos los gobiernos o bien apostar a un escenario de conflictividad como el pregonado siempre por el hijo mayor de Hugo Moyano.