La derecha, un peligro para la democracia

13 de julio, 2021 | 07.52

En términos políticos la región vive un ciclo el cual es difícil de definir en una sola idea. Desde el retorno de la democracia como forma de gobierno a inicio de los 80, hemos conocido tres grandes momentos abarcado una década cada uno de ellos: la transición, las reformas de mercado, el giro populista, el que se prolongó por más de una década. Cuando este ingresó en un período de crisis, luego de las destituciones de Fernando Lugo y Dilma Rouseff, la muerte de Hugo Chávez, la derrota del peronismo en la Argentina, el giro de Lenin Moreno, la derrota del Frente Amplio uruguayo, el golpe a Evo Morales, se especulaba que Sudamérica ingresaba en un nuevo período que significaría a la vez el fin del populismo y el nacimiento de una nueva era pro mercado, signada por un alto protagonismo de empresarios en la gestión de gobierno. Pero no sucedió.

Mauricio Macri no logró ser reelecto, Jair Bolsonaro atraviesa una profunda crisis y las encuestas lo ubican perdiendo las próximas elecciones presidenciales, mientras que Chile en estado de deliberación constitucional coloca un signo de pregunta sobre su futuro inmediato, pero con una certeza: la derecha pierde poder. Se supone que, a más de un mes de las elecciones, la autoridad electoral de Perú reconozca que Pedro Castillo será el nuevo presidente de la República, postergando otra vez el proyecto conservador de Keiko Fujimori; Colombia está sumida en una histórica crisis social y política; en Paraguay se percibe también cierta inestabilidad para el gobernante Partido Colorado.

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El peronismo y el MAS gobiernan nuevamente en Argentina y Bolivia respectivamente. En Uruguay el FA logró juntar las firmas suficientes para un referéndum en contra de un conjunto de leyes promovidas por el presidente Lacalle Pou. El giro a la derecha no está agónico porque en realidad fue un proyecto que no acabó siquiera de insinuarse como propuesta política regional, y quedó acotado al éxito en algunos de sus países que como vimos hoy atraviesan procesos críticos.

El conjunto de estas nuevas realidades no significa, con todo, que estemos en los albores de un ciclo semejante al que caracterizó el inicio del siglo XXI, lo que parece más claro por ahora es la imposibilidad de desplegar políticas pro mercado sin más. La pandemia significó un incremento del protagonismo estatal y la evidencia de que el mercado no es capaz de coordinar acciones para enfrentar una crisis de esta naturaleza; con el credo monótono del “ajuste del gasto público” el neoliberalismo quedó mudo frente a los desafíos que impuso una pandemia histórica; difícil hablar de un fracaso neoliberal, por lo definitivo que esa palabra implica, pero quedó en evidencia sus límites como respuesta a las demandas de la sociedad como un todo.

Los mensajes recientes que hemos escuchado del presidente de los EE.UU, Joe Biden, parecen dar cuenta luego de 40 años, que existe la posibilidad de algunos cambios en los fundamentals del orden económico global. Insisto, la posibilidad. Por eso difícil afirmar hoy el modo en el cual la región procesará este momento político, cuál es el proyecto global que desplegarán los partidos populares que retornaron al gobierno y qué sucederá con las expectativas que se abren en Perú y Chile, por ejemplo y qué puede suceder en Colombia.

La pandemia, los problemas internos y los cambios en la configuración mundial a partir del nuevo rol de China, abren un panorama nuevo e incierto. Pero los partidos políticos de anclaje popular tienen algunas certezas muy claras respecto de lo que no quieren y convicciones sobre lo que buscan.

Del mismo modo, la derecha intentó (y persistirá en lograrlo sin duda) llevar adelante políticas coherentes con su proyecto. En estos días, los sucesos políticos de la región vuelven a manifestar las diferencias de ambos proyectos. En primer lugar, el gobierno de Bolivia denunció que el gobierno de Mauricio Macri había enviado armas y municiones en apoyo a los golpistas que derrocaron a Evo Morales.

El macrismo reaccionó de formas no coordinadas: mientras el ex presidente dijo que era falso que su gobierno hubiera enviado armas, algunos ex ministros se remitían a afirmar que ellos no habían autorizado ningún envío, dejando abierta la posibilidad de que el mismo se hubiera realizado.

Pero sucedió algo curioso también; en medio de las desmentidas, varios ex funcionarios admitían que en Bolivia se había producido un golpe, hecho que negaron en 2019 reconociendo a Jeanine Añez, como presidenta y negándole asilo a Evo Morales. Luego sostuvieron que el comunicado era falso, acompañados por una ONG boliviana que publicó una declaración en esa línea y luego tuvo que desdecirse, pues se confirmó que la carta que daba cuenta del envío de las armas y municiones era verdadera; y el macrismo retornó a otras excusas.

Pero el fondo de la cuestión es muy otro: ¿qué esperan de la región ambos proyectos? Los movimientos populares se saben parte de experiencias, realidades, procesos, problemas, frustraciones, logros y reclamos compartidos, más allá de los límites nacionales. Así como no cabe duda que cada país y su sociedad encierran sus propias historias, con igual énfasis reconocen que es mucho mas lo que los vincula que lo que los distancia. La defensa de la democracia es desde los 80 una búsqueda común en la región, como lo fueron las políticas en favor de la distribución en el inicio de siglo.

Esa agenda común se expresó en el fortalecimiento de instituciones económicas como el Mercosur y la creación de otras como la UNASUR. No los aproxima solo una épica de la “patria grande”, sino que comprenden que las realidades políticas y económicas compartidas, también los ata a un destino conjunto.

Lectura de la política y la historia en sentido inverso hace la derecha de la región. Por eso no repudió el golpe en Bolivia; por razones semejantes Luis Lacalle Pou está dispuesto a romper el Mercosur alentado por Jair Bolsonaro; tampoco exigen que se reconozca la victoria de Castillo en Perú como si se los ha escuchado en otras ocasiones (¿no es María Eugenia Vidal observadora en la OEA?) del mismo modo que no criticaron la represión en Colombia, Chile o Ecuador, mientras sí conocemos sus opiniones, casi diarias, sobre Venezuela.

De confirmarse el envío de armas y municiones a los golpistas bolivianos nos lleva a un grave retroceso para nuestras democracias, que en los últimos 40 años apuntaron a consolidarla, nunca a promover su erosión. Por eso la gravedad; porque el de la derecha no es solo un proyecto económico de ajuste, que ya es grave, sino que ponen en cuestión los modos de la democracia.

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