En la cuna de Domingo Cavallo, Javier Milei se entregó al delirio de grandeza tal vez como nunca. De excelente humor y en pleno romance con el mercado, el presidente se extendió durante 95 minutos con elogios a su gobierno y a sus funcionarios. El aniversario número 47 de la Fundación Mediterránea, creada en el esplendor de la última dictadura militar, era el escenario más propicio, como él mismo lo reconoció. “En pocos lugares juego tan de local como acá”, se sinceró de entrada. En la primera fila, le correspondían entre los aplausos y la obsecuencia, alrededor de 4000 invitados, entre los que se destacaban las familias del establishment que financian a la usina liberal, Marcos Brito, Sebastián Bagó, Sergio Roggio, José Enrique Martín en representación de Lus Pagani.
En la misma fundación que hasta el año pasado apostaba todo al plan Melconian, uno de los enemigos preferidos de Milei, el presidente reivindicó a Domingo Cavallo y se encargó de felicitarse a sí mismo durante casi todo su discurso. “Si yo les hubiera dicho que con 15% de la cámara de diputados y 10 por ciento de la cámara de senadores íbamos a hacer una reforma estructural que es la más grande de la historia argentina, porque es ocho veces más grande que la de Menem, me hubieran dicho que es imposible y, sin embargo, nosotros lo hicimos”, afirmó.
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La baja del riesgo país, la reducción de la brecha, el efecto placebo del blanqueo de capitales y la remontaba en las encuestas habilitaban al ex economista jefe de Eduardo Eurnekian liberara en escena los aires de triunfalismo que lo envuelven. Milei reiteró ante la platea cautiva liberal los méritos que se atribuye: haber evitado la hiperinflación, haber saneado el Banco Central, haber eliminado los piquetes y -sin despeinarse lo dijo- haberse preocupado por los vulnerables. Después negó haber devaluado -no devalué: sinceré", dijo- y aseguró que está bajando la pobreza y que la salida del cepo está cada vez más cerca, aunque depende de varias condiciones, salvo que -según graficó- le pongan una torta sobre la mesa para que pueda eliminar ahora los controles de capitales.
Tras adjudicarse hasta el hartazgo el ajuste más grande de la historia de la humanidad, el ex panelista fue por primera vez más allá de lo conocido y no dudó en afirmar. “Estamos haciendo el mejor gobierno de la historia”. Semejante show de la autoestima no impidió que Milei dejara entrever sus rechazos y sus temores. El presidente cargó de entrada contra Raúl Alfonsín y reivindicó a Fernando De la Rúa, el antecesor que nadie quiere emular. Fugado en helicóptero, después del fallido intento de Cavallo de reincidir con la Convertibilidad, De la Rúa logró después de su muerte una reivindicación tardía de distintas tribus de derecha. En Argentina, el traje de víctima no se le niega a nadie.
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Sin demasiada originalidad pero con una potencia incomparable, Milei redujo el largo proceso de decadencia de la Convertibilidad, que terminó con el estallido de 2001 a un golpe de estado impulsado por Alfonsín y Eduardo Duhalde. “Paradójicamente a Alfonsín lo muestran como el padre de la democracia, siendo que fue partidario de un golpe de Estado, pero que evidentemente pesificarle la deuda a Clarín hizo mostrarle como un héroe” afirmó. Fue la manera accidentada que encontró para señalar por su nombre a los que considera tres grandes responsables de la caída de De la Rúa: Alfonsín, Duhalde y el Grupo Clarín, al que Milei viene desafiando con insistencia desde hace algunas semanas y en varios terrenos al mismo tiempo.
Invitado por la Fundación Mediterránea a hacer el cierre de la misma jornada aniversario en la que hablaba el presidente, el politólogo radical Andrés Malamud le contestó en X. “Está muy bien que hoy Milei pueda expresar esto. Esa libertad se la debe a Alfonsín”. La figura del último líder radical generó y todavía genera evaluaciones opuestas a través de los años, pero Milei se dedica a fulminarlo cada vez que puede.
La respuesta del radicalismo fue comandada por Rodrigo De Loredo, enemigo intimo de Luis Juez, el mileista que aplaudió al presidente en primera fila durante todo el discurso. El ataque a Alfonsín fue lo que más repercusión generó. Sin embargo, la defensa de De la Rúa que hizo Milei es tanto o más sintomática. A casi 11 meses de su asunción, el presidente habla como si tuviera superpoderes y ya hubiera consumado una transformación irreversible. Pero de fondo, los fantasmas del 2001 lo acechan y nadie sabe cómo puede terminar la historia. Por alguna razón, el líder de la extrema derecha necesita hoy atacar a Alfonsin y trazar una línea de identificación que lo une con el presidente que decidió mantener inalterable la ficción contable de la Convertibilidad, aún en su agonía.
Inspirado en la gesta menemista, Milei tiene un carácter que De la Rúa no demostró y llegó solo al poder, producto de un tiempo digital que se montó sobre la ruina del sistema político argentino. La alianza de Milei con Macri tampoco se parece a la de De la Rúa con Chacho Alvarez, el progresista sui generis que primero renunció y después arrimó a Cavallo como supuesto reaseguro del experimento de gobierno. Hay rasgos que, de todas maneras, conectan a Milei con el presidente que se fue: no solo la oposición de un peronismo hoy en crisis, sino el fondo de una crisis interminable, la restricción externa y la orientación económica que la Fundación Mediterránea aplaude y genera perdedores en masa, las víctimas del ajuste más grande de la historia. Con su ataque a Alfonsín y su defensa de De la Rúa, Milei invoca lo mismo que omite: las multitudes que impugnaron en las calles a un plan de ajuste que combinaba endeudamiento y recesión con pobreza y desocupación. También en eso Milei se cree una excepcionalidad histórica.