El nombramiento de Germán Martínez como nuevo jefe de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados calmó, al menos en lo inmediato, el sismo que había producido la carta de renuncia de Máximo Kirchner a esa posición. Habrá que dejar que pasen por lo menos algunas semanas para hacer una evaluación más clara de lo que dejó la decisión del presidente del PJ bonaerense y secretario general de La Cámpora, pero a primera vista no parece haber daño estructural.
El bloque permanecerá unido y facilitará la aprobación del acuerdo con el FMI, prometían ayer cerca de Kirchner, que pidió a sus dirigentes de confianza que pusieran paños fríos, después de algunas horas de zozobra. El objetivo nunca fue romper sino marcar diferencias, por eso no hubo otras renuncias que le siguieran, como sucedió en septiembre tras la derrota en las primarias cuando el ministro de Interior, Wado de Pedro, puso la suya a disposición del presidente Alberto Fernández.
El paso al costado de Kirchner abre una nueva etapa para el gobierno y el Frente de Todos. Por un lado, el ahora diputado raso encabezará un sector de la coalición que asumirá las tensiones por izquierda, representando a un sector del electorado kirchnerista descontento con el rumbo del gobierno. Es una decisión que contempla dos tiempos: contener ahora mientras se comienza a perfilar uno de los espacios internos que disputarán eventualmente una primaria en 2023.
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Por el otro, su posicionamiento en esos términos tácitamente habilita, dentro del bloque, un margen de libertad inédito para legisladores que hasta ahora solían actuar bajo un liderazgo vertical. Es un experimento político a cielo abierto con final incierto. Si se puede ordenar la diversidad a partir de proyectos que representen intereses mayoritarios, este reordenamiento puede traer aire fresco y una dinámica renovada a un oficialismo que desde hace demasiado tiempo arrastra los pies en el Congreso.
El riesgo que conlleva la maniobra es que se terminen de diluir las referencias, ya bastante inestables en el marco de una coalición inédita. La decisión de Kirchner no solamente no fue consensuada sino que se hizo en contra de la opinión del presidente Fernández, de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, del presidente de la cámara, Sergio Massa, y del ministro de interior, De Pedro. Si hay algo más peligroso que un doble comando es que la cabina de conducción termine vacía.
En ese contexto complejo, Martínez intentará repetir la historia de otro diputado primerizo y poco conocido que asumió la presidencia del bloque peronista y terminó llevando a buen puerto proyectos históricos durante más de una década: Agustín Rossi. Es una historia que conoce muy bien porque él estuvo junto a Rossi en cada uno de esos momentos, como jefe de asesores, secretario administrativo del bloque, negociador todoterreno y experto en los recovecos de los reglamentos que hacen que salgan las leyes.
Aunque asumió como diputado hace menos de dos meses, Martínez conoce cada detalle de la cámara mucho mejor que la mayoría de los legisladores; pasó buena parte de las últimas dos décadas de su vida recorriendo esos pasillos. Ese fue uno de los motivos que inclinó la balanza a su favor luego de que Fernández y Massa sopesaran otros candidatos y candidatas a ocupar ese lugar. Su condición de “peronista y kirchnerista sin contradicciones”, como dice su cuenta de Twitter, también fue clave en la elección.
Sus primeras tareas pasarán por impulsar los proyectos que incluyó el presidente en la convocatoria a sesiones extraordinarias, aunque esa será una suerte de pretemporada de cara al desafío mayor: la aprobación del acuerdo con el FMI. Después de la carta de Kirchner, será su tarea convencer a la mayor cantidad posible de miembros de la bancada oficialista que acompañen el texto que se arregle con el Fondo. En el entorno del exjefe del bloque ayer prometían que no iban a obstaculizar su aprobación.