Una coalición gobernante atravesada por deslealtades diversas no puede ofrecer otra cosa al peronismo que un 17 de octubre dividido. Lo raro sería que ocurriera lo inverso. Pero la política no es un arte esotérico, la mayoría de las veces pasa lo que se presume que va a pasar. Entre la hipótesis y el resultado, salvo en encrucijadas muy puntuales, la línea es bastante recta. A lo sumo, con altibajos.
Sufren deslealtades los unos y los otras. Cristina cuando, siendo la lideresa que más votos aportó en el triunfo del 19, solo es admitida al interior del FdT como jefa de una corriente ornamental, testimonio de un pasado que el actual presidente quiere mantener congelado en el pasado.
Alberto también, aunque en otra escala, cuando el ministro que más defendió durante toda su gestión se va del gobierno intempestivamente y desata una corrida cambiaria que lastima muy especialmente al presidente en su disminuida fortaleza política, pero más que nada a su golpeadísima base electoral.
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Esta misma base electoral que apostó a una recuperación del salario y hoy ve absorta cómo el sindicalismo rollizo de la CGT se opone a un aumento de suma fija que hasta el CEO de Toyota está dispuesto a pagar; y más atónita todavía presencia una discusión sobre si hay que congelar los precios de la comida cuando la inflación del 2022 va camino a instalarse en los tres dígitos.
Es cierto que las divisiones en el gobierno no son fácilmente subsanables. No es cuestión de egos y tampoco son heridas superficiales las que se dejan ver. En la tierra arrasada que el macrismo dejó no pareció germinar otra cosa que un “frentetodismo” insulso, que hoy no se sostiene siquiera en las imágenes.
No habrá foto de unidad este 17 de octubre. Porque Alberto eligió como tribuna el coloquio de IDEA un par de días antes, Massa anda de viaje viendo cómo cumple el acuerdo con el FMI y Cristina está obligada a ralear sus apariciones públicas porque ninguno de los tres poderes del Estado hoy puede garantizar que el peligro de asesinato de la vicepresidenta ya esté despejado. Esta es la realidad.
El espacio vacante será ocupado hoy por el PJ bonaerense, la CTA, el moyanismo, La Cámpora y los sueltos que llenarán la Plaza de Mayo movilizados por consignas a favor y en contra del gobierno, y que probablemente se fundan en un “Cristina presidenta” como mensaje al interior de una botella arrojada al mar desde las playas de una ansiedad cada vez más alimentada por la deriva del espacio oficial.
¿Qué fue lo que pasó para llegar hasta acá? Quizá pasó lo que no tenía que pasar, y es que en un gobierno de coalición tan amplio y diverso haya predominado una lógica de continuidad con el pasado mayor a lo recomendable o, incluso, contradictoria con la identidad mayoritaria de sus votantes, inhibiendo con efecto kryptoniano la potencia del experimento frentista.
Es verdad que la pandemia y la guerra volvieron inútiles el instrumental y la cartografía preexistentes. Eso es tan cierto como que las excusas, por más legítimas que sean, no reemplazan a las soluciones.
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Con este panorama amargo a un año de las elecciones, recuperar la esperanza es casi tan importante como recuperar las reservas del BCRA. Para lo segundo está Massa, que sabe de negocios y finanzas, ¿pero quién se hace cargo de lo primero, que siempre es la política?
La Lealtad es una botella arrojada al mar y solo cobra sentido si alguien la recoge.