La carta de CFK puede abrir un inesperado camino a un alto el fuego

A última hora de la noche, en los tres campamentos se hablaba de paz, después de un día en el que la ruptura estuvo más cerca que nunca.

17 de septiembre, 2021 | 06.40

Después de la carta se apagaron los teléfonos y el peronismo entró en estado de deliberación profunda, cada tribu reunida en su círculo y todas en contacto permanente. El mensaje de la vicepresidenta fue crudo y exhibió sin pudores las diferencias, a veces exasperantes, que tiene con Alberto Fernández respecto al rumbo del gobierno en el que son socios y cuyo destino, inevitablemente, comparten.

Algunos lo leyeron como la consumación de una ruptura, aunque el texto escondía, entre estocadas, una propuesta para deshacer el nudo en el que se enredó el Frente de Todos durante las 72 horas fatales que siguieron a la derrota en las primarias. Cuando volvieron a activarse las notificaciones de los chats, ya entrada la noche, en todos los campamentos se hablaba de paz.

“No hay ninguna posibilidad de mi parte de que esto se rompa. No voy a dejar que ocurra”, fue la respuesta que brindó el presidente a última hora del jueves cuando le preguntaron por la carta de Cristina Fernández de Kirchner. En el mismo sentido se dejaron oír Sergio Massa y Máximo Kirchner, que otra vez, como el día anterior, estuvieron juntos en el Congreso, mostrándose en tandem.

Por unas horas, al menos, quedó desactivado de esta manera el conflicto que durante el día alcanzó máxima tensión y puso a la coalición oficialista al borde del colapso. Por delante queda la tarea de convertir este precario alto el fuego en un tratado de convivencia permanente y luego llevarlo a la práctica. No sobra el tiempo: cada día que pasa es uno menos hasta las elecciones del 14 de noviembre.

La carta había funcionado, al mismo tiempo, como la culminación del proceso incremental de mensajes políticos que la propia CFK se encargó de detallar en el texto, una respuesta a los tuits que el presidente había publicado al mediodía, endureciendo su posición en el conflicto, y el contraataque ante una operación que se ejecutó desde las entrañas del gobierno para detonar el Frente de Todos.

La confirmación de que Fernández había aceptado la renuncia al ministro de Interior, Eduardo De Pedro, surgió poco antes del mediodía de una de esas fuentes que, en tiempos normales, eximen de chequeo adicional. La vicepresidenta lo mencionó con nombre y apellido: fue el vocero presidencial Juan Pablo Biondi, que le filtró la información, a la postre falsa, a uno de los principales comunicadores oficialistas.

Se trataba de una bomba de profundidad destinada al corazón de la coalición. La salida de De Pedro, si no se daba en un esquema consensuado, hubiera implicado la ruptura con el kirchnerismo, una hipótesis que entusiasmaba a varios funcionarios en el entorno del presidente. CFK sospecha que Biondi intentó precipitar ese quiebre antes de que Fernández, a través de Vilma Ibarra, diera la marcha atrás oficial.

Al mismo tiempo, el presidente publicó un hilo de twitter en el que ratificó explícitamente su autoridad y dirigió dardos apenas disimulados a su vice. Ratificó esa misma línea en un reportaje que brindó a Mario Wainfield, donde mostró los dientes y dejó explícito cuál es el punto de apoyo de su palanca: “Me llamaron todos los gobernadores, me decían que los sacara”. A los kirchneristas, se entiende.

Da la sensación de que Alberto se reencontró, sorpresivamente, en las horas que siguieron a la derrota, con su mejor versión. Que al sentirse acorralado sacó su antiguo instinto de operador político para tejer una red de apoyo entre gobernadores, sindicalistas, empresarios y dirigentes con espalda política propia. Creyó que podía ganar la partida en esa arena. Imaginó, esta vez sí, el nacimiento de un albertismo.

CFK decidió intervenir directamente: sacó los trapos al sol para llevar nuevamente la discusión al terreno en el que se siente más cómoda. Menos palacio y más calle. O, en este caso, redes sociales. Para escaparle a las intrigas, desnudó, adelante de extraños, su relación con el presidente, una relación excede lo político y que los dos, al reencontrarse después de una década de distancia, prometieron resguardar.

Sin embargo, en una nueva muestra de pragmatismo, la vicepresidenta le ofreció a su socio un camino de salida que permitiera desandar la suba de tensión de los últimos días en un decoroso empate. Cargó las tintas sobre un funcionario de segunda línea, al que el presidente puede sacrificar sin ningún costo para ganar tiempo valioso para resolver los detalles peliagudos de un nuevo pacto político.

Esos detalles tienen que ver, como hizo explícito la carta, con el gasto público. CFK le puso números: 2,4 puntos del producto bruto interno, contemplados en el presupuesto pero no ejecutados, y que equivalen al monto necesario para pagar un ingreso de 10 mil pesos a nueve millones de personas (todos los que recibieron el IFE, o todos los beneficiarios de AUH más los jubilados de la mínima) durante doce meses.

Cerca de la vicepresidenta sospechan que esa subejecución forma parte de un acuerdo de palabra con el Fondo Monetario Internacional, en el marco de las negociaciones por la deuda contraída por Mauricio Macri. Juan Grabois se encargó de explicitarlo ayer con un comunicado. En el gobierno aseguran que no es así y que la demora de las partidas va a solucionarse antes de fin de año.

Anoche, Fernández trabajaba con Santiago Cafiero y Cecilia Todesca en las primeras medidas del paquete postelectoral, que servirían para ganar tiempo hasta que se alcancen acuerdos para dar pasos más de fondo como exige la vicepresidenta. El ministro de Economía, Martín Guzmán, no dejará su cargo hasta que no haya acuerdo con el FMI, pero deberá ceder otra vez , como ya hizo con las tarifas. El tema es hasta dónde.

Si hay una acuerdo al respecto que permita la distensión de los conflictos durante el fin de semana, será el momento para que el presidente y la vicepresidenta resuelvan sus diferencias y terminen de definir el esquema con el que compartirán el gobierno de ahora en adelante. Si vuelve a recrudecer, el riesgo de cruzar un punto de no retorno es muy real. La mecha está cortísima. No hay margen para seguir jugando con fuego.