La semana que pasó fue agitada por hechos, movilizaciones, definiciones políticas y operaciones de prensa, que obligan a reflexionar acerca de los márgenes reales de gobernabilidad y los modos de hacer política dentro del oficialismo como en el amplio arco opositor.
¿La negociación con el FMI?
Todo cuanto concierne a ese Organismo Financiero internacional: su creación y propósitos, su integración, su actuación -en el otorgamiento de préstamos, condicionamientos y auditorías-, lo que ha significado -y significa- recurrir a su “ayuda”; entre otras muchas cuestiones, muestra un amplio espectro de opiniones que se remontan más allá de las contingencias actuales, aunque, está claro que inciden en la valoración de lo que está sucediendo en estos días.
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El carácter ruinoso para la Argentina que supuso el crédito tomado en 2018, las serias irregularidades que lo rodearon, la ausencia de inversión -directa o indirecta- emergente del mismo como la fuga de ese enorme capital (44.500 millones de dólares) en menos de dos años, debería ser irrebatible ante las evidencias abrumadoras existentes. Sin embargo, no lo es, al punto que vemos defenderlo, con total desparpajo, a quienes fueron los responsables de ese endeudamiento, y también a otros representantes de la oposición que, a lo sumo, expresan algún reparo, pero coinciden en el alineamiento con el Fondo.
No es el caso de lo que sucede al interior de la Coalición gobernante, en donde no se registra ninguna voz disonante con respecto a la descalificación sustancial que se le asigna al negociado que implicó la toma de esa deuda, ni con la real motivación política -para favorecer la reelección de Macri- que condujo a una concertación crediticia que hipotecó el futuro del país.
Diferencias sí existen en lo concerniente a las negociaciones con el FMI, en que se han manifestado posturas que van desde el desconocimiento de -toda o parte- de la deuda contraída y que algunas incluyen asumir un eventual default, hasta serias divergencias en las estrategias para llevarlas a cabo no exentas -en ciertos casos- de duras críticas al Ministro Guzmán y al propio Presidente.
Diferencias, que no son nuevas ni pueden sorprender porque hace ya dos años que vienen manifestándose, pero que se redimensionaron luego de dos anuncios. El de Alberto Fernández sobre el memorándum de entendimiento al que se arribara, que sería puesto a consideración del Congreso, y el de la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del Bloque de Diputados, por su total discrepancia con los términos de aquél.
La amenaza o efectiva caída en default, cualquiera fuera el fin buscado -brindar mayor fortaleza negociadora o realmente patear el tablero-, ya sea por extemporánea o por las gravosas consecuencias inmediatas (por ejemplo, impedir entablar negociaciones con Rusia y China), parecieran en general haber sido desestimadas.
La negociación entonces, en vísperas del vencimiento de una cuota de capital, ofrecía ya a esa altura pocas opciones y ninguna que pudiera vislumbrarse como positiva para el país, cualquiera sería mala y, por consiguiente, las disyuntivas eran en torno a la que se juzgase “menos mala”.
Discernir al respecto para calificar la elegida no es sencillo, tanto por no conocerse todavía los detalles (o letra chica) de lo acordado, como por los estrechos márgenes reales existentes llegado a ese punto y considerando el -típico- endurecimiento del FMI. Aunque un dato poco halagüeño es el monitoreo trimestral del Fondo y su escrutinio acerca del cumplimiento de las metas, las implicancias en materia monetaria y las reducciones del déficit fiscal pactadas.
Pero otro lado, no puede dejar de tomarse en cuenta la “atipicidad” del acuerdo en orden a los programas que -tradicionalmente- forman parte de las exigencias del FMI, teniendo en cuenta que no se incluyen reformas laborales o previsionales, ni reducción de la inversión pública destinada al desarrollo ni a planes sociales o dirigidos a ciencia y tecnología.
Anhelos revolucionarios
El peronismo fue realmente revolucionario en los dos primeros gobiernos (1946-1955), precedido de medidas de esa naturaleza en 1944 y 1945 impulsadas por Perón ocupando distintos cargos y principalmente desde la Secretaría de Trabajo. Aunque incluso es objeto de debate, si mantuvo ese carácter luego de la muerte de Evita o al promediar el Segundo Plan Quinquenal.
Esa impronta revolucionaria se materializó en un Proyecto Nacional que permitió un ascenso meteórico de la clase trabajadora, la incorporación plena a la política del Movimiento Obrero, la recuperación de la soberanía sobre nuestros recursos naturales, la reforma del sistema financiero y la nacionalización de los depósitos bancarios, como del comercio exterior de granos y otros sectores básicos de la economía. Concretándose su institucionalización con la sanción de una Nueva Constitución, en 1949, en la que se plasmaba ese ideario con la pretensión de reasegurarlo con la máxima jerarquía normativa.
Pudo volver a serlo en 1973, pero se frustró esa posibilidad con desencuentros que llevaron al límite toda chance de construcción de un Proyecto unificador y en el cual tuviera cauce una nueva etapa revolucionaria en sintonía con los cambios que se verificaban en la Argentina y en el mundo. Junto a la responsabilidad que les cupo a los actores locales, que por cierto sigue siendo motivo de debates irresueltos, tuvo un protagonismo destacado la acción imperialista de los EEUU con particular énfasis en Sudamérica.
Con Néstor y Cristina Kirchner, las figuras que en el imaginario peronista más se asimilaron por su desempeño gubernamental a las míticas gestas de Perón y Evita, se llevaron a cabo profundas transformaciones y se conquistaron importantes derechos sociales, civiles y políticos, sin que por ello -y sin desmedro de su relevancia- sus gobiernos fuesen revolucionarios.
El acceso a un nuevo gobierno en el 2019 fue posible gracias a la reunificación del peronismo y a la constitución de una Coalición con otras fuerzas políticas, en base a una estrategia elaborada por Cristina que, contando con el mayor caudal electoral, supo resignar protagonismo en aras de obtener un triunfo indispensable para impedir la continuidad del Neoliberalismo y las previsibles consecuencias que acarrearía.
Si bien se planteó un Programa ambicioso en orden a la recuperación de valores institucionales, de soberanía, desarrollo y justicia social, emblemáticos para el peronismo, lejos estuvo de plasmar anhelos revolucionarios. Ni éstos cabe atribuirlos mayoritariamente a quienes acompañaron con sus votos esa propuesta, entre los que se contaron desencantados de la experiencia macrista que no sólo pertenecían a sectores medios, sino también trabajadores, dirigentes gremiales y sociales que confiaron en la promesa de eliminación del impuesto a las ganancias sobre los salarios y del mantenimiento de los nuevos derechos adquiridos.
Referentes, tendencias y alineamientos
La gravitación de los personalismos en política es un fenómeno muy común en estas tierras, como en otras, si bien en los sistemas presidencialistas aparece con mayor nitidez y es por demás justificado por el rol que ejerce el Poder Ejecutivo en el diseño de los actos de gobierno, como en su implementación a pesar de los límites -formales y fácticos- que determinan los otros Poderes del Estado.
De allí, que las tendencias que denoten a su interior las fuerzas políticas gobernantes se identifiquen con sus principales referentes, ya sean tales por su trayectoria o por situaciones contingentes que los ubiquen encabezando un sector determinado ya consolidado o en construcción.
Partiendo de la centralidad que el peronismo posee en el Frente de Todos, que conlleva a que las fuerzas aliadas que también lo conforman se distingan por su alineamiento con quienes se erigen como principales referentes peronistas, hoy es evidente que las líneas predominantes son las que encabezan Cristina, Massa y Alberto, cuya denominación precisamente deriva de sus nombres o apellidos.
No advertir sus particularidades, historias, concepciones del ejercicio de la política no exenta de cierta carga ideológica, nivel de compromisos sectoriales y otras tantas singularidades, sería inconcebible si se pretende comprender sus diferencias y resolver las preferencias con las consiguientes adscripciones.
Aunque, y sin que ello salde esas diferencias ni las torne irrelevantes, también es preciso poner el foco en cuanto puedan evidenciar en común y hacer factible -debates mediante- su convivencia, con las lógicas disputas por alcanzar la hegemonía.
En ese sentido, la mutua necesidad de constituir una sola fuerza política-electoral que sirva de valladar al avance -nada desdeñable- de una oposición sin aparente memoria y decidida a profundizar el rumbo de colisión que le imprimió al país cuando gobernara entre 2016 y 2019, se muestra como un elemento que tiende más a la unión que a la dispersión. Del mismo modo, la clara convicción de que, para instrumentar un Proyecto de país, no sólo la concreción de un Programa de gobierno, hace falta revalidarse en el 2023 y aspirar a una continuidad de varios ciclos en la dirección del Estado.
Bases programáticas, unidad y pragmatismo
Las acciones en política siempre causan efectos que suelen revelarse de inmediato, pero también consecuencias que se develan en el mediano o largo plazo y son, quizás por la mayor perspectiva para evaluarlas, las que dan mejor cuenta del sentido e idoneidad que tuvieron para alcanzar los propósitos buscados.
Las cuestiones sobre las que se centraran las reflexiones precedentes, en ningún caso -y sin perjuicio del nivel de relevancia que se les acuerde- se erigen como fronteras que dividan al Frente de Todos con una entidad tal capaz de determinar un quiebre irreductible.
Si así fuera, ahondar los desencuentros en esos temas no generaría beneficio alguno. Por el contrario, sería de gran utilidad para una oposición sedienta de estragos que impidan la gobernabilidad, especulando con que los fracasos del gobierno vuelvan a colocarla como alternativa de la “paz, orden y progreso” que, hipócritamente, declaman y lejos están de garantizar, ni menos perseguir en beneficio del conjunto de la sociedad.
Con la relatividad y subjetividad de todo análisis de este tipo, lo expresado de ningún modo cabe interpretarlo como una propuesta de eludir los debates internos en el Frente de Todos, sino justamente de encararlos -toda vez que sea útil y necesario- sin recurrir a fundamentalismos inconducentes y que desvían de lo que urge definir.
Principalmente, el modo de seguir despejando el camino que lleve a la Argentina al desarrollo, con igualdad e institucionalidad soberana que permita su emancipación, en los límites que demarca una interdependencia planetaria, hegemonías ostensibles potenciadas por la globalización y un deseable multilateralismo internacional apalancado con la conformación de Bloques regionales, que brinde un mayor grado de autonomía como Nación ratificando el principio de autodeterminación de los Pueblos.
Explorar vías para superar las diferencias que ponen en riesgo de fractura al Frente de Todos, debería considerar un reencuentro alrededor de las bases programáticas que definieron la propuesta electoral en 2019, colocar a la unidad como condición inexorable para cumplir con esos compromisos y asumir una dosis importante de pragmatismo indispensable para impedir una vuelta al más crudo neoliberalismo.