El triste espectáculo de la sumisión

30 de octubre, 2021 | 23.44

Aunque el impulso al vasallaje que demuestra la elite local tenga ya carácter crónico, siempre parece haber un escalón más bajo desde el cual ofrecer el espectáculo triste de la sumisión.

En la discusión con el FMI por la deuda contraída por el gobierno de Mauricio Macri, matemáticamente impagable, repiten lo que el staff del FMI exige cada vez, sin pestañear siquiera: que hay que flexibilizar las leyes laborales, ajustar en la seguridad social y desregular el mercado para que lluevan inversiones.

Todo eso para convertir en pagable lo que no se puede pagar si lo que se quiere es mantener la protección laboral dentro de los límites de la decencia humana, aumentar o sostener las coberturas sociales y, por ejemplo, defender los empleos generados a partir de la sustitución de importaciones en estos dos años.  

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Es decir que, mientras Kristalina Georgieva unta con manteca sus tostadas en las mañanas de Washington, cuando aún la bruma sobre el Potomac no se despejó del todo, la gorda tecnocracia financiera que le reporta decide cuál es el sacrificio que deberán hacer de por vida los millones de habitantes ya bastante sacrificados de un país al sur del mundo llamado Argentina.

Un país que no lograrían ubicar en el globo terráqueo sin la ayuda del Google maps. Ni el FMI ni su vasallaje local.

¿Resignar derechos históricos, garantizados por la Constitución Nacional, a cambio de un trabajo mal pago, transitorio y sin indemnización? ¿Renunciar a cobrar su jubilación para caer en un seguro de retiro que fracasó en Argentina y ahora también lo está haciendo en Chile? ¿Aceptar que se abran las importaciones indiscriminadamente? ¿Cómo en los ‘90, cómo con Macri?

Nunca se flexibilizó tanto la legislación laboral como con Menem: durante su gobierno hubo congelamiento salarial, ausencia de paritarias, boom de agencias de colocaciones precarizadas y de pagos de sueldos con tickets canasta y estreno del seguro temporal por desempleo. Y, sin embargo, cuando estalló la Convertibilidad cavallista, la desocupación era de dos dígitos.

No se crea más empleo destruyendo los que hay. 

La privatización del sistema jubilatorio a través de la AFJP tampoco sirvió para bajar “el gasto previsional” y obtener capacidad de repago de la deuda, como aconsejaba entonces el FMI, al igual que ahora.

Un poco de memoria: cuando estalló el modelo menemista, el haber de los adultos mayores era una lágrima producto de la desocupación y la destrucción en los hechos del sistema solidario, paisaje desolador en el que flotaban también los que optaron por la “jubilación privada” y fueron estafados por las administradoras.

Ya nadie se acuerda del detalle, quizá porque la amnesia tiene cómplices poderosos, pero el default no lo declaró el Adolfo Rodríguez Saá, lo hizo el propio Domingo Cavallo, meses antes del caos definitivo, cuando el mercado financiero primero y el FMI después no le quisieron prestar más dólares a la Argentina.

Seguir con las recetas del FMI es lo que más rápidamente te lleva a un default.

¿Será porque la deuda no es solo una deuda sino también un sistema de sujeción colonial al orden financiero que estimula a escala global el negocio de la especulación?

La experiencia de Néstor Kirchner no se puede ignorar. El, gracias a millones de argentinas y argentinos que hicieron el sacrificio, pagó la deuda total al FMI desoyendo al FMI. Incumpliendo con el tristemente célebre “artículo 4”, es decir, recuperando la soberanía sobre la propia economía.

Aceptar ese artículo como normal es abrir una oficina de ajuste permanente sobre los más débiles de la sociedad.

¿Eso quiere la dirigencia local que pone al FMI del lado de “la racionalidad” y a los que -como este gobierno- le exigen una quita, una extensión de plazos o, al menos, tasas razonables, para poder crecer primero y después pagar, los califican de “irresponsables”?

Cada tanto alguna palabra se pone de moda. La de este tiempo es “empatía”. Calza perfecto en cualquier diálogo entre panelistas del Coloquio de IDEA. Empalaga también al leerla replicada en esos suplementos de “responsabilidad social empresaria” donde lavan culpas los que pretenden que sus empleados o empleadas se paguen su propia indemnización y su propia jubilación, todo eso con sus propios salarios miserables que cayeron un 25 por ciento en su poder adquisitivo desde 2015.

Alardean de lo que carecen. No hay ninguna “empatía” en evadir impuestos y fugar la plata a las guaridas fiscales. Ponerse en el lugar del otro -que de eso se trata la “empatía”- es saber que los hechos tienen consecuencias y que la evasión fiscal es un crimen social, que explica la pobreza estructural del país.

No hay empatía allí, eso se llama de otro modo. Es un saqueo, una expoliación social, un sistema de acumulación de riqueza en el extremo más alto de la pirámide financiado con una miseria cada vez más extendida en su base.

Empatía por los sectores populares tendrían si alguna vez asumen que las tres o cuatro propuestas que les dictan desde afuera y repiten como solución, según la experiencia de las últimas décadas, se traducen en dolorosas consecuencias para mayorías sociales de las cuales ignoran todo o casi todo.

El problema no es que miren el país con la nuca. Es que lo ven desde arriba, y las veces que bajan la cabeza no es para enterarse de lo que pasa ahí abajo, sino para acatar las recetas del FMI, esas que transforman lo evitable en irremediable. 

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Roberto Caballero

Roberto Caballero es periodista argentino, fundador del diario Tiempo Argentino y la revista Contraeditorial. Autor del bestseller Galimberti, de Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, entre otros libros de investigación periodística. Conduce Caballero de Día de 6 a 9 en El Destape radio.