“Reunión cumbre” es el título del disco que grabaron en 1974 Astor Piazzolla y Jerry Mulligan. Un argentino y un norteamericano. Sergio Massa eligió ese símbolo para el regalo que le llevó a Washington a Juan González, el hombre fuerte de Joe Biden para América Latina o “el hemisferio occidental”, como dicen allí donde la palabra América denomina otra cosa. La agenda del presidente de la cámara de Diputados en los Estados Unidos está llena de reuniones cumbre, con la deuda externa y la estabilidad regional como cuestiones preponderantes.
Massa es una de las llaves que tiene Alberto Fernández para destrabar la relación con el gobierno norteamericano, el último eslabón de la cadena diplomática que le resulta esquivo al presidente argentino. Y la pieza clave en la negociación con el Fondo Monetario Internacional, del que Washington es socio preferente con la tajada más grande de las acciones. El apoyo recogido en la gira europea y todo el trabajo preliminar cuidadosamente enhebrado por el ministro de economía, Martín Guzmán, necesita de la bendición de Biden para no quedarse solamente en intenciones.
Los vínculos en Estados Unidos del tigrense pueden abrir puertas a las que no llegan Guzmán, el embajador Jorge Argüello ni el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, las otras cabezas de playa con las que cuenta Fernández en el norte. El complejo trabajo de relojería diplomática que requiere desactivar la bomba financiera que dejó Mauricio Macri necesita del trabajo coordinado de todos ellos, piensa el Presidente. La coordinación no siempre es perfecta; el resultado, por ahora, está en línea con lo esperado. Cuando los avances concretos se demoran, resultan inevitables los reproches cruzados.
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Independientemente de las gestiones a cuatro bandas, la política exterior norteamericana se rige históricamente por una serie de principios en los que hacen balance la ideología y el pragmatismo; la Argentina debe apostar por la potencia del segundo componente. América Latina experimenta en simultáneo una creciente influencia económica de China, el rival estratégico de los Estados Unidos, y una profunda crisis política entre los socios locales en Chile, Perú y Colombia, los tres países del eje del Pacífico que durante décadas fueron los aliados más importantes de Estados Unidos en la región.
En ese contexto, y con Brasil perdido en los laberintos de Jair Bolsonaro, Fernández aparece como un interlocutor razonable que puede intermediar en algunos procesos políticos que se desarrollan en Sudamérica y a los que la larga mano de Washington no alcanza. El mes pasado, en Roma, el enviado especial para el cambio climático, John Kerry, se lo manifestó personalmente, en una reunión donde incluso se conversó la posibilidad de realizar una cumbre regional en Buenos Aires, a la que podría asistir el propio Biden. El presidente podrá ocupar ese rol de liderazgo si se pone a salvo de sus propios exabruptos, claro está.
No le resultará sencillo encontrar un lugar de equilibrio que permita una relación constructiva con los Estados Unidos sin desdibujar su perfil progresista y multilateralista. La escalada de la situación en Nicaragua puede ser una buena prueba en ese sentido. En los últimos días, el régimen de Daniel Ortega detuvo de manera arbitraria a una decena de dirigentes opositores, entre ellos cuatro candidatos presidenciales para las elecciones que deben celebrarse en noviembre. Desde Washington, impulsaron una cumbre virtual especial en la OEA para condenar al gobierno nicaragüense.
El asunto fue parte de la la agenda de Massa estos días y luego el motivo de una llamada entre Washington y Olivos en la previa del encuentro. Antes, el viernes pasado, el secretario de Estado Antony Blinken había hablado del asunto con el canciller Felipe Solá para pedirle que Argentina acompañe la condena al régimen de Ortega. Fernández, en tanto, todavía repudia el rol de la OEA, y de su actual titular, Luis Almagro, en el golpe de Estado que depuso violentamente a Evo Morales en Bolivia a fines de 2019. Por eso, finalmente, decidió abstenerse en la votación, contra los deseos norteamericanos.
Al mismo tiempo, esa abstención podría abrir la puerta para que una delegación argentina intervenga para establecer algún canal de diálogo con el gobierno nicaragüense para negociar la liberación de los presos políticos, algo que no va a lograrse a través de una condena en la OEA. Las charlas en ese sentido están avanzadas y podría haber novedades en los próximos días. Si Fernández consigue intermediar y facilitar la resolución de ese conflicto, podrá reclamar para sí el rol que imagina y que charló con Kerry. La jugada podría coronarse con una visita de Estado a Washington.