El 17 de noviembre de 1972 el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse decretaba día no laborable. Se trató del primer “San Perón” -como denominaban en broma las masas peronistas en el ida y vuelta popular con su líder al día posterior a los actos- tras 17 años de proscripción y exilio de quien fuera hasta el momento dos veces Presidente de la Nación (último mandato incumplido por un golpe militar) y un parteaguas en la historia argentina del siglo XX y contando.
Ese día Perón retornaba al país en un vuelo charter acompañado de su esposa Isabel Martínez y de su secretario José López Rega junto a una comitiva integrada por 153 personas, entre los que se destacaban el padre Carlos Mujica, los cantantes y cineastas Hugo Del Carril y Leonardo Favio y los sindicalistas Lorenzo Miguel y José Ignacio Rucci (que esa misma tarde guarecería a Perón bajo el paraguas más famoso de la Historia).
Multitudes de sueltos pero también de militantes organizados se dirigieron con alegría y una expectativa incalculable a recibir y homenajear a quien encerraba sus esperanzas de dignidad y buena digestión. ¿El lugar de encuentro? La residencia de Gaspar Campos, en la localidad bonaerense de Vicente López. Allí terminó asomándose el propio Perón, que, en pijama, salió a agradecer a los cánticos que aseguraban que "aquí está, General/su custodia personal”.
Los "marinos del pueblo"
Pocas horas antes, un grupo de infantes de marina protagonizaba quizás el último evento de la Resistencia Peronista. A través de él, los militantes peronistas de distintos campos emprendieron buscando el retorno de Perón desde su derrocamiento en 1955.
Es que por esas horas un grupo de suboficiales de marina y dragoneantes, apoyados por un conjunto numeroso de conscriptos que rondaban los veinte años en promedio (por ese entonces, el servicio militar era obligatorio), se sublevaron para tomar nada menos que la Escuela de Mecánica de la Armada. Un grupo de aproximadamente treinta hombres con instrucción militar especializada liderados por el guardiamarina Julio César Urien intentó tomar una unidad militar que operaba con cerca de cuatro mil personas. Según testimonios de los protagonistas recogidos en el film “Los marinos del Pueblo” de 2009, los fusilamientos de Trelew, acaecidos pocos meses antes, fueron el impulso decisorio para empezar a planificar las acciones.
Nada es inescindible de su contexto y este evento histórico tampoco es la excepción, dado que el retorno del General ya tenía fecha establecida y lo que se intentó fue hacer coordinar la sublevación con su retorno, bajo el objetivo de poner la fuerza al servicio de sus directivas políticas. Más allá del contexto inmediato en que se desarrollaron los acontecimientos, en la sublevación de la ESMA que fue acompañada por otras en varios puntos del país, subyace un problema de larga data: el sentido político de las Fuerzas Armadas argentinas.
Este grupo de oficiales es de la misma generación que el represor Alfredo Astiz. De hecho Mario Galli, quien protagonizó para la misma fecha la sublevación de la Base Naval Puerto Belgrano, compartió la promoción en 1968 de la Escuela Naval con el genocida. Mientras uno encarnó los mandatos de la doctrina de la seguridad nacional impuesta por los Estados Unidos con la lucha contra la subversión a la cabeza, el otro luchó por la vuelta de Perón y el alineamiento de las tres fuerzas con la doctrina nacional justicialista que el líder del movimiento supo generar.
“Como militares, nosotros nos sentíamos herederos de los orígenes de las Fuerzas Armadas: el Regimiento de Patricios; el Ejército Sanmartiniano; lo que esgrimió Guillermo Brown; y los militares industrialistas: el General Mosconi, el General Savio, el General Perón y también el General Valle”, resumió Urién en un acto de desagravio a su persona en 2005 en que le fue devuelto el grado de Teniente de fragata. Hasta en la dictadura sanguinaria de 1976, pueden encontrarse a menudo controversias y diatribas al interior de las fuerzas, que nos hablan del cuerpo militar como un territorio en disputa. Los genocidas del Plan Cóndor también dejaron tierra arrasada respecto a la necesidad de unas Fuerzas Armadas con sentido nacional, asimilando como natural el alineamiento antipopular de la institución al menos en el imaginario colectivo.
Tras el alzamiento, el gobierno de Lanusse puso prisioneros a los sublevados, quienes recibieron una amnistía en tiempos de Cámpora. Luego, Massera en persona pidió su expulsión de las fuerzas pero la petición fue rechazada por Perón. Luego de su fallecimiento, fueron dados de baja durante el mandato de Isabel Perón, y es ahí cuando algunos de ellos se dedicaron a profundizar su costado militante y sumarse a las filas de organizaciones como Montoneros. Cuatro de los Marinos del Pueblo, tal como se conoce a los sublevados, fueron desaparecidos durante la última dictadura.