El presidente Milei acaba de promover un juego financiero con criptomonedas que significó pérdidas para quienes entraron en él confiando en su autoridad, ¿o no era el especialista en generar riqueza con o sin capital, como lo dijo en los debates previos a consagrarse presidente? Después se disculpó, ¿alcanza? ¿O es que sus gestos a los Charles Chaplin en El Gran Dictador le hacen creer que de verdad puede hacer lo que quiere?
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Fue el final de una semana en el que las características fascistas de la gestión del gobierno libertario se desplegaron con toda su parafernalia: al mismo tiempo que se inscribía al grupo Resistencia Ancestral Mapuche en el registro de organizaciones terroristas y se censuró el recital gratuito del joven Milo J en predio de la Ex Esma, el propio Javier Milei volvió a atacar a una artista popular como María Becerra, descargó su violencia simbólica contra analistas económicos que critican su gestión y echó de su puesto dentro del organigrama de Cancillería a Sonia Cavallo, hija de Domingo, el mismo que el presidente adulaba con devoción hasta que empezó su romance con Luis Toto Caputo.
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“Lo ejecutamos”, dijo sobre su (¿ex?) amigo, Ramiro Marra, en entrevista con Antonio Laje, donde también reivindicó “la guillotina” que tiene y usa su hermana Karina. La metáfora es elocuente del estilo amedrentador con que se ejerce un poder que combina mayor represión y aliento de la violencia social contra poblaciones cada vez más extensas y muchos espejitos de colores, como el número de inflación que los bolsillos de a pie no registran o el aumento de la media de los salarios mientras abundan los cierres de fábricas y pymes, los despidos y la informalidad.
A dos semanas de la Marcha Antifascista y Antirracista Lgbtinbq+, para quienes dudaban o para quienes tienen resistencias teóricas para caracterizar a esta gestión de gobierno, el deseo de eliminación de toda disidencia a la verdad única de “los argentinos de bien” -esa imagen difusa que sólo se consigue homogénea cuando se aplica la guillotina sobre grupos enteros y cada vez más amplios como las disidencias sexuales, los feminismos, los pueblos originarios, artistas que alzan la voz, científicxs, etc- aparece cada vez más estridente.
Podría decirse que no es la única característica del fascismo de este siglo provocar la estigmatización y deshumanización de algunes para consolidar una base social más firme y convencida de haber quedado del lado del éxito que se promete a los argentinos de bien. Que tiene que haber un proyecto de estado imperial en la imaginación de Milei para compararlo con Mussolini. Estamos en el siglo XXI, bajo el ritmo que impone la hiper conectividad de las redes sociales -y las operaciones financieras en línea, como la que el presidente alentó el viernes por la noche-, el mundo y el mismo capitalismo cambiaron. Los deseos imperiales del presidente cripto influencer se condensan en sus fotos con Elon Musk, el abrazo que espera recibir de Donald Trump en la primera Cpac -Conferencia de Política Conservadora- que lo tiene como presidente; también, aunque es más un detalle de color, en ese pasillo de la quinta de Olivos donde su megalomanía se expande entre tapas de revistas y cuadros de súper héroes con su cara.
El investigador del Conicet Rocco Carbone, a quien le prohibieron la presentación de su último libro en un sitio de memoria, caracteriza el fascismo de esta época como un “poder contorsionista que te dice dos cosas al mismo tiempo que chocan entre sí”, así como en el portal por donde se ingresaba a Auschwitz decía “El trabajo los hará libres”, usando a la libertad para encubrir el exterminio. Un poder que “tiende a enloquecer a su interlocutor”, que es el pueblo, la política misma. Milei ayuda a que se cometa una estafa gigante en una sola noche, pero en su tuit de pedido de disculpas le dice “a las ratas inmundas de la casta política” que los va a sacar a “patadas en el culo”. Se busca desprender los hechos de la verdad, dice Carbone. Así como Patricia Bullrich anuncia que se dará de baja el Reprocan -el permiso de cultivo y consumo de cannabis con fines medicinales- para luchar contra el narcotráfico, mientras el narcotráfico está cada vez más cómodo con las amplias posibilidades que le brinda el blanqueo y la falta de oportunidades en los barrios ya empobrecidos por demás.
El reglamento escolar de CABA
Esta semana, apenas volvieron a sus puestos de trabajo les docentes de la Ciudad de Buenos Aires, recibieron por mail el “Reglamento escolar de la educación obligatoria”, enviado a través de la ministra de Educación, Mercedes Miguel. El artículo 75, que habla de prohibiciones a los docentes, señala, en uno de los puntos, que no se podrán expresar opiniones o conductas que puedan “confundir” a los estudiantes en materias de sexualidad, de género, de etnia y de cuestiones políticas. Pero además dice expresamente que si un o una estudiante planteara alguno de esos temas se debe comunicar al equipo directivo para que aborde la temática o presencie la clase.
La imagen que parece representarse de esa redacción es algo así como el deseo de saber o de comunicar algo que le está pasando a les estudiantes fuera como una bomba a la que hay que desactivar previo llamado a los bomberos. ¿Qué mejor manera de desactivar las conversaciones en clase que llamar a la dirección? ¿No es acaso un castigo clásico mandar a un alumno o alumna a la dirección?
“Lo vivimos como un hostigamiento, un clima persecutorio hacia nuestras clases, nuestra libertad de cátedra, también es la vulneración del derecho a la educación integral de les estudiantes porque es contradictorio con las currículas vigentes que, por lo menos en el nivel primario, plantean como uno de los ejes transversales la Educación Sexual Integral. Además es desconocer la vida cotidiana en las escuelas y lo vaciados que están los equipos de orientación que, cuando son requeridos por otras cuestiones, nunca están disponibles”, dice Estefanía, maestra e integrante del Frente Docente Disidente. “Además, para quienes somos disidencias sexuales o nuestra orientación sexual es disrruptiva, genera mayores incertidumbres en un clima en el que nos sentimos en la mira de los discursos de odio que emanan desde el gobierno nacional y también desde el de la Ciudad”.
El deseo de control total y la persecución contra ciertos grupos -en la CABA es visible el hostigamiento hacia personas pobres y migrantes objetualizadas como “manteros” o “trapitos”, además de tratar como basura a personas en situación de calle- se expande más allá del Poder Ejecutivo de la Nación. Tal vez tenga que ver con las internas y vaivenes de las alianzas entra La Libertad Avanza y el Pro, pero las consecuencias las pagan las infancias y adolescencias que quedan privadas de la Educación Sexual Integral, de espacios seguros para poder hablar de las violencias que sufren tantas veces dentro de sus propias familias.
Eso que llaman “batalla cultural” es parte de consolidar una masa propia para el gobierno autoritario de Javier Milei, no es un secreto, el presidente no deja de retuitear sin pausa a su ideólogo Agustín Laje, presidente de la Fundación Faro que ahora vende cursos para formar líderes en esta supuesta guerra.
Pero sobre todo, la batalla cultural opera sobre los cuerpos, busca instalar el miedo, toma a los niños y niñas como rehenes y pretende acallar sus voces aun dentro de las aulas. También se ensaña con los pueblos originarios como lo vemos en la (no) gestión del fuego en la Patagonia que busca saldarse con persecución a brigadistas y población mapuche.
El fascismo de esta época no es el mismo de los años ’30. La resistencia tampoco es la misma y eso se vio en la respuesta que significó la convocatoria del 1 de febrero, dinamizada por las disidencias sexuales pero que hizo eco en la sensibilidad de un pueblo que no se rinde a perder su lazo social. Que está harto de que lo manden a temblar y que volverá a salir a la calle en convocatorias transversales como las que se vienen en marzo, tanto el 8 como el 24, cuando los transfeminismos y los procesos de memoria, verdad y justicia se entrelacen como vienen haciendo con la puesta de límites que significan el antifascismo y el antirracismo que tomó las calles el 1F.