Francisco Franco lo consiguió, le llevó unos 40 años de dictadura, pero finalmente se salió con la suya. Su legado no sería un monumento de esos que las palomas arruinan con su inmundicia. El “generalísimo” quería matar a la muerte de una manera diferente: quedarse a vivir en las ideas. Mal no le fue. Hay un Franco insoportablemente vivo, respirando el aire viciado del siglo XXI, en el tipo que despotrica contra “los rojos” o “las maricas” desde la cabecera de la mesa de cada hogar español que hoy vota al Partido Popular o a VOX.
En la Argentina del siglo XX hubo dictadores de sobra. Fueron 14 desde José Félix Uriburu hasta Reinaldo Bignone, “el último de facto”. No dejaron crimen sin cometer. Represiones, proscripciones, encarcelamientos, torturas y desapariciones. La herencia, al contrario de lo que ocurrió con Franco, es de una siniestra producción comunitaria, no acaparable individualmente. Pura invención colectiva, donde los herederos pueden reconocerse en eslóganes “libertarios” o “republicanos” aunque no necesariamente, y por ahora, en alguna puntual paternidad sanguinaria.
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Seguramente para adecentar una genealogía tan bochornosa e incriminante, es que Javier Milei y Mauricio Macri comparten la práctica del negacionismo. Milei va en la lista junto a Victoria Villaruel, del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, que niega la existencia del Terrorismo de Estado. Es la superación de “la teoría de los dos demonios”: habla de la existencia de uno solo, como hacían los dictadores. De Macri, nada nuevo puede agregarse. La rentabilidad del clan familiar creció exponencialmente en dictadura, no es raro que hable del “curro” de los derechos humanos o desconozca a los 30 mil desaparecidos.
Los dictadores de la “Revolución Fusiladora” decían que el golpe del ’55 se había hecho para que el hijo del barrendero muriera barrendero. Toda una definición política, de derecha, reaccionaria y bien conservadora, que veía en la expansión de derechos del peronismo una amenaza a su manera de ver el mundo, porque en el pensamiento del dictador, que el hijo del barrendero pudiera ser ingeniero era una imperdonable alteración del orden natural de las cosas.
La gratuidad universitaria, pero también los salarios dignos, los aguinaldos y la protección por despido, es decir, los derechos laborales, permitieron al barrendero resignar la fuerza laboral de su hijo (su prole) para que éste se convirtiera primero en estudiante y luego en ingeniero. El sueño de todo trabajador, concretado con legislación de avanzada. El peronismo, pocos los dicen, fue una fábrica de clases medias en un país donde la derecha sólo pretendía ver ricos y pobres.
Cuando Elisa Carrió dice que está mal que se le pague indemnización a una empleada de casa particular para poder despedirla, es decir, para desocuparla, reactualiza lo que el dictador argumentaba para justificar el golpe militar dado contra los derechos laborales. Deberían ser discusiones saldadas. Pero hay ideas que atrasan. Cómo mínimo, en este caso, viajan en el tiempo hacia el pasado unos 70 años.
A un momento de la historia bastante oscuro, además de violento. Una dictadura antiperonista.
El dictador Francisco Franco entendió que las inmundicias que las palomas depositaban sobre estatuas y bustos erigidos en su honor cuando aún estaba con vida estropeaban su legado. Entonces, quiso sobrevivir en las ideas.
“Ni rojos”, “ni rojillos”, “ni maricas”, “ni nada”, dicen los de VOX y los del PP también.
“Ni indemnización”, “ni ideología de género”, “ni universidades en el conurbano”, “ni derechos humanos”, “ni kirchneristas”, “ni nada”, dicen los Milei, los Espert, los Vidal y los Macri.
Son como estatuas vivientes que nos recuerdan que hubo 14 dictadores en la Argentina durante el siglo pasado, convencidos de que la solución era suprimir o eliminar un pedazo de la sociedad para obtener la felicidad. Algunos se autopercibían como liberales y otros como conservadores. Todos republicanos, hasta la médula.
Las tragedias siempre nacen de ideas más o menos así de estúpidas.