Un atinado y desafiante comentario de un amigo periodista, con motivo de una nota que publicara en El Destape, a cincuenta años de una victoria electoral que desplegó como nunca el arco polisémico que encierra la palabra peronismo y la consiguiente dura interpelación que entraña el ser o sentirse peronista, me indujo a formular algunas reflexiones que, lejos de agotar o saldar categóricamente un debate en torno al interrogante tomado como título, invita a profundizarlo en una época en que nuevamente se pretende otorgar un certificado de defunción a las ideologías.
Ideas e instituciones políticas
La dinámica socio-económica ligada a la que es propia de la política, condicionada por otros tantos factores entre los que destacan los culturales, inevitablemente van incidiendo en el devenir de ideologías y fuerzas, partidarias o no, que las representan o se identifican con ellas.
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Todas las corrientes de pensamiento sufren con el tiempo cambios, más o menos significativos, que en algunos casos hasta pueden importar alteraciones sustanciales de sus postulados originarios.
Aún en épocas con cierto nivel de rigideces dogmáticas, y más todavía cuando éstas se aplacan, los personalismos que surgen en torno de los liderazgos o de cuadros dirigenciales introducen diferencias que pueden marcar internismos relevantes o escisiones que den nacimiento a nuevas formaciones adoptando otras identidades con raíces explícitas o no en las primigenias.
Los partidos, agrupamientos u organizaciones políticas que registra la Argentina dan cabal muestra de esos fenómenos tanto en el ala más conservadora o liberal por definición, como en el radicalismo -desde la Unión Cívica del siglo XIX- con sus numerosas divisiones (UCR, UCRP, UCRI), en los socialismos de todo pelaje, en los marxismos y, por supuesto, en otros muchos que no se reconocen dentro de esas categorías.
El Peronismo/Justicialismo no es una excepción, aunque es común que se ponga énfasis en sus internismos, desavenencias, debates identitarios y hasta en el cuestionamiento de su misma existencia como tal.
Lo que fue y significó casi 80 años atrás
El 17 de octubre de 1945 se reconoce como una fecha bisagra en la historia política del país, sin que en ello haya serias discrepancias cualquiera sea la opinión que merezca el Peronismo resultante, y sin perjuicio de los disensos en orden a su nacimiento como fuerza política, remontándolo a 1943 o llevándolo a 1946 luego de la supresión del Partido Laborista que era el sello central de la coalición que consagró presidente a Perón por primera vez.
Su aparición en la escena política deparó dos efectos constatables, uno, que lo enfrentó una rara alianza -incluso entre Partidos en ese entonces irreconciliables- en la cual se integraron liberales, conservadores, radicales, socialistas y comunistas, contando con un innegable protagonismo del embajador de EEUU (Spruille Braden), adoptando la denominación de “Unión Democrática”. Otro, la irrupción de las masas obreras sindicalizadas o no, que pasaron a ocupar un espacio -de gestión, de representación legislativa, de potencia electoral, de decisiva acción como factor de presión y resistencia- que supo ser estelar en diversas etapas y que siempre, desde entonces, debió ser tenida en cuenta para la gobernanza.
Una condición que le fue consustancial resultó de su espíritu movimientista refractario a las estructuras tradicionales que en el siglo XX operaban en política, el “Partido” se proponía como una herramienta electoral y recibió formalmente el nombre de “Justicialista” aunque seguía identificándose popularmente por el apellido de su Líder y Conductor.
En la conferencia de cierre del Primer Congreso Nacional de Filosofía (Universidad de Cuyo, Mendoza 1949), Perón enfatizó sobre dicha condición “Nuestra acción de gobierno no representa un partido político, sino un gran movimiento nacional, con una doctrina propia, nueva en el campo político mundial”, junto a otras definiciones que -recogidas luego en su libro “La Comunidad Organizada”- son señaladas por muchos como la base de la doctrina peronista.
También destacó en aquella ocasión: “Difundir la virtud inherente a la justicia y alcanzar el placer, no sobre el disfrute privado del bienestar, sino por la difusión de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez mayores de la humanidad: he aquí el camino.”
Se comparta o no aquella condición fundacional, en ese discurso quedaron plasmadas ideas centrales que acompañaron desde sus inicios al Movimiento peronista y que, entiendo, deben contextualizarse con un dato por demás trascendente que lo precedía, como fue la sanción de una profunda reforma de la Constitución que se enrolaba en el constitucionalismo social, reivindicaba la soberanía nacional y la independencia económica, contrastando abiertamente con la de 1853 de neto raigambre liberal y atada a intereses extranacionales.
En su Capítulo III se establecían los Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad, y de la educación y la cultura (art. 37), que conformaba un compendio de los avances logrados hasta entonces mediante una nutrida normativa que era llevada al rango jurídico de mayor jerarquía, a la vez que importaba una declaración programática de los valores superiores que debían guiar la regulación y evolución futura en todos esos ámbitos.
En su Capítulo IV se establecía La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica, fijando preceptos señeros en sus artículos 38, 39 y 40 que marcaban claramente el camino de un desarrollo soberano y con prevalencia de los intereses dirigidos al bien común, para lo cual se asignaba al Estado un papel rector con el fin de alcanzar esos propósitos. Entre otras directivas y mandatos constitucionales se destacaban:
“La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del campo o intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad, y procurar a cada labriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva.”
“El capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social.”
“La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución.”
“Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias.”
“Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación.”
Cambios en el mundo, en la región y en Argentina
Las conquistas revolucionarias que ese primer peronismo concretó tanto en el terreno social, político, económico y cultural, en buena medida las hemos naturalizado al punto de perder de vista su génesis directamente ligada a valores nacionales y populares materializados en una consecuente acción de gobierno.
Aunque sí, en cambio, han seguido estando presentes y siendo rectoras de sus propuestas reaccionarias en los sectores del privilegio que se vieron afectados por esas políticas que priorizaron el bien común y el bienestar general.
El derrocamiento de Perón en 1955 fue el fruto de una operación combinada de dichos sectores con intereses trasnacionales que, a partir del golpe de Estado, rápidamente se reposicionaron y, en conjunto, buscaron la desaparición del peronismo y determinaron el exilio -y la proscripción- de su Conductor por más de 17 años.
Justamente después de tantos años, el 21 de febrero de 1972 Perón volvería sobre aquella doctrina e incluso formularía reflexiones que anticipaban en décadas el derrotero mundial que, ahora, aparece nítido, en su “Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo”:
“Hace casi treinta años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporáneo, anunciamos la Tercera Posición en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el gigantesco y multitudinario Tercer Mundo, un peligro mayor- que afecta a toda la humanidad y pone en peligro su misma supervivencia- nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, que van más allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias o ideológicas, y entran en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza.
Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología, y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional.”
“(…) Las mal llamadas "Sociedades de Consumo", son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, por el gusto que produce el lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre estos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna corta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo bastan los autos actuales que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos.”
“No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados, funcionen mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales -la de los países de baja tecnología en particular- sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana.”
A pesar de los denodados esfuerzos, que no escatimaron recursos ni brutales represiones, la resistencia peronista permitió mantener vigencia a esa fuerza política e imponerse en las elecciones del 11 de marzo de 1973, poniendo fin a la dictadura entonces gobernante y a la proscripción que llevaba casi dos décadas.
Sin embargo, la victoria electoral no fue suficiente para que unos años más tarde se produjera -animada por similares objetivos y al servicio de los mismos intereses que en 1955- una nueva asonada cívico militar, dando inicio a un ciclo genocida sin precedentes que se concretara en el terrorismo de Estado imperante entre 1976 y 1983.
Derrotado en las urnas en octubre de 1983, fracasada la postulación del alfonsinismo de un “Tercer” Movimiento Nacional y producto de un golpe de Mercado favorecido por el alejamiento de los anhelos populares, el peronismo vuelve al gobierno en 1989 y, cooptado por el neoliberalismo, corre el riesgo cierto de disgregarse y desintegrarse en la etapa menemista.
La caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS, la consolidación del Consenso de Washington, la globalización impulsada por la financiarización de la Economía y las intervenciones depredadoras de EEUU en la región, llegado el siglo XXI resolvieron de la peor manera el dilema para Latinoamérica planteado en 1953 por Perón: “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”.
Lo esencial no es invisible para la razón y el corazón
Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner retomaron la senda trazada por los dos primeros de Perón, e incluso avanzaron en restañar las divisiones y enfrentamientos registrados entre 1973 y 1976, poniendo el acento -como las acciones gubernamentales- en un desarrollo económico independiente y con justicia social, recuperando instancias fundamentales para la soberanía nacional.
Todo ello volvió a poner en jaque nuevas y viejas hegemonías del poder económico concentrado, imponiendo transferencias de ingresos en favor de las mayorías que resultaron intolerables, derivando en un claro hostigamiento a la dirigencia peronista que, luego, se acentuó en el gobierno de Macri y con las operaciones mediáticas, judiciales y de agentes de inteligencia -locales y extranjeros-.
La pretensión de cerrar definitivamente el ciclo peronista nuevamente fracasó, como lo demostró en 2019 el Frente de Todos, coalición con eje centrado en el peronismo y fundada en un ideario que responde a sus enunciados doctrinarios.
La propuesta de conformar un gran Movimiento Nacional, nutrido desde diferentes vertientes del pensamiento enroladas en un común sentimiento de Patria, constituirse en una representación popular con principal dirección a los más humildes y desposeídos, forma parte de ese ideario.
El absoluto cuestionamiento al liberalismo, más aún en su actual formulación “neoliberal”, junto al rechazo de enrolarse en las huestes de las potencias mundiales hegemónicas militando, por el contrario, una concepción que anida en una Tercera Posición y la constitución de Bloques de países del Tercer Mundo que favorezcan la multipolaridad, también continúan vigentes.
La alianza indispensable con la clase trabajadora, el movimiento obrero como columna vertebral hoy expresado tanto en organizaciones sindicales como sociales de diversa naturaleza, siguen siendo rasgos identitarios y explicando las bases mayoritarias que lo sustentan.
La equidad como objetivo de la lucha contra las desigualdades de todo tipo, en la que se encarna un concepto verdadero de “libertad” y debe trasuntarse en una democracia social con preeminencia de los intereses colectivos sobre los individuales, son otros aspectos que lo distinguen.
Un Estado fuerte, presente y confrontativo de los dictados del Mercado, con una intervención regulatoria indispensable para neutralizar las maniobras monopólicas u oligopólicas, con capacidad suficiente para la defensa de la soberanía nacional y asegurar la felicidad del Pueblo, se cuentan entre sus postulados esenciales.
Si no es el Peronismo: ¿qué …?
Los señalamientos precedentes, en apretada e incompleta síntesis, convergen en la definición de esa fuerza política singular que participa de la corriente emancipatoria nacional y continúa la lucha por la liberación en la Argentina.
Precisamente por todo ello, es que hoy otra vez existe una decidida campaña por terminar para siempre con el Peronismo, o, cuanto menos, esterilizarlo de todo propósito transformador, soberano y popular.
Las persecuciones y estigmatizaciones de su dirigencia, como la reedición de proscripciones van detrás de ese objetivo mayor, al considerarlo como “un hecho maldito” que es preciso desterrar para asegurar un desenvolvimiento seguro del neoliberalismo y el consiguiente dominio de la Nación en todos sus planos.
Su esencia movimientista en lo político y su inclinación frentista en lo electoral ponen en evidencia que su vigencia no está sola asegurada por quienes se identifican con o militan en el Peronismo, y en el presente ese acompañamiento convergente se hace por demás imprescindible, tanto como la responsabilidad de su dirigencia para combatir las maniobras para doblegarlo y demostrar que, hoy por hoy, ninguna otra fuerza puede impedir la entronización de un crudo neoliberalismo con enorme capacidad de daño al país y a la inmensa mayoría de la ciudadanía.