Mauricio Macri reapareció en público luego del enojo con Horacio Rodríguez Larreta que puso en terapia intensiva al PRO. Lo hizo en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción que se desarrolló en La Rural y dejó dos cosas en claro: la molestia sigue pero que se pasará a otro plano de competencia más civilizada y que no romperá su partido ni la alianza que integra. Descartó migrar hacia un armado con Javier Milei pero avizoró un balotaje con él, decretando nuevamente el final del kirchnerismo.
El dato más sobresaliente fue la negación de la ruptura del PRO y de la alianza. El concepto de Macri fue reforzado por Patricia Bullrich que continuó con la idea de disputar una PASO dentro del partido y descartó una confluencia con los libertarios, no por falta de deseo sino porque Milei optó por no irse de su espacio. Para el libertario, con algunos podría haber acuerdos pero con otros no. Al cerrarle la puerta a una parte de Juntos por el Cambio, le cerró la puerta a todo.
A diferencia de Macri, que lo subió a un balotaje para decretar la derrota total del peronismo, Bullrich esperó que Milei los acompañe con su apoyo en caso de una segunda vuelta entre Cambiemos y el Frente de Todos. Esa será una misión bastante difícil dado que, más allá de la cercanía ideológica, el elector del libertario está descontento con el sistema y no necesariamente pueda acompañar a alguien que forme parte de él. Tal vez un segmento pero no todo.
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A esa incógnita se le podría sumar otra. Si Bullrich ganara la PASO ante Larreta, tal vez podría aspirar con más fuerza a intentar atraer esos votos, siempre teniendo en cuenta que dentro de la alianza que ella representa hay sectores a los que Milei no quiere. Pero ¿Qué pasaría si la interna fuera ganada por el jefe de Gobierno? ¿En ese caso se podrían buscar con la misma fuerza las voluntades libertarias? Apareció más difícil.
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Una vez superada la incógnita de la ruptura, se pasó a bajarle el tono al enojo con Larreta. Algo de esto se habló el mismo lunes en un mano a mano con Jorge Macri y el mandatario capitalino. Si bien fue “rara” la jugada del jefe de Gobierno, no fue ilegal y aún así se lo destrozó en público en forma casi innecesaria, cuando podría haberse hecho en privado. Por eso, desde el martes ya no se vieron réplicas fuertes más allá de una reunión virtual. Pero eso fue puertas para adentro.
Bullrich le dio un punto final a la disputa pública al asegurar, tras la salida de La Rural, que “las PASO son un debate entre un mismo partido, entonces no hay que asustarse de que debatamos”. Larreta también se subió al tren de la paz simulada al garantizar "que no hay ninguna posibilidad de que haya una ruptura en Juntos por el Cambio”. Algo similar hizo Macri al admitir la existencia de rivalidades, vehemencia y egos dentro de la coalición pero al llamar, al mismo tiempo, a poder superarlas. "La tensión está y va a estar, pero confío en que no llegará a lugares dañinos para la coalición", agregó para darle un cierre al conflicto que seguirá latente.
El enojo con Larreta no es nuevo. Hace años se empezó a generar un malestar producto del intento de jubilación de su figura por parte del jefe de Gobierno. Así se interpretaron los movimientos del capitalino durante la época de la pandemia y la primera etapa de la salida de la misma. En ese entonces, con un Macri ausente de la vida política pública, pareció irse hacia un macrismo sin Mauricio y eso nunca gustó. Al ex presidente no le gusta que le digan lo que tiene que hacer.
Por eso, fortaleció a Patricia Bullrich. Ella se quedó con la espina de haber querido competir en las elecciones legislativas y no poder hacerlo por un acuerdo que selló con Larreta y, por trayectoria y edad, se jugó desde siempre para ir por la presidencia. Se creyó, erróneamente, que podría bajarse nuevamente con otro acuerdo que, sobre el filo, dejara un solo candidato amarillo pero no pasó. Y Mauricio se subió al tren bullrichista aportándole equipo y estructura.
Tal vez el momento en que el conflicto se marcó como claro fue, justamente, en la pandemia. Las fotos de Larreta con Alberto Fernández y Axel Kicillof sirvieron en un momento y después le empezaron a jugar en contra en la interna. De eso se aprovechó Bullrich y comenzó la escalada que llegó a su punto máximo (¿o todavía queda más por trepar?) este año. Muy lejos del inicio de la campaña pero muy cerca de las elecciones.
La tensión en el PRO se mostró muchísimo más feroz que la que podría existir entre el macrismo y el radicalismo, por ejemplo, o entre cualquiera de los miembros integrantes de Juntos por el Cambio. No son pocas las veces que ambos espacios mayoritarios se encontraron con acusaciones feroces. Algo que también hizo la Coalición Cívica cuando tuvo la oportunidad. Los temblores estuvieron por todos lados y ninguno puede hacerse el distraído.
Pero más que la ruptura de Cambiemos, en los últimos meses se puso en tela de juicio la continuidad misma del PRO. Algo que, de no resolverse, podría derivar en una PASO sangrienta y en un beneficio para los aliados que siempre corrieron desde atrás. En caso de tener internas en absolutamente todos los estratos imaginados, el radicalismo podría recobrar fuerzas y buscar recuperar territorios. Esa es una de las grandes preocupaciones, por ejemplo, en Buenos Aires.
Las rupturas entre el larretismo y el bullrichismo no necesariamente son entre el macrismo y el larretismo. Si bien Bullrich y Macri parecen lo mismo, no siempre actuaron en forma similar ni se los encontró en el mismo lugar. Este año, los principales conflictos electorales estuvieron signados por disputas entre los dos precandidatos y la resolución no fue buena. Siempre terminaron en la Justicia.
Por lo tanto, nadie podría hacerse el sorprendido ante el movimiento de Larreta ni la intención de desafiar a aquellos que lo desafiaron desde siempre. Los que apoyaron al jefe de Gobierno desde dentro del PRO analizaron lo mismo. Se sacó una mochila de encima. Ahora habrá que ver cuál es el próximo movimiento para no quedarse sólo con la declaración de guerra sino ir a pelearla. Eso probablemente se plasmará en guiños y acuerdos cada vez más marcados con el famoso “centro”, el sector que definirá la elección.
Sin embargo, la guerra ya estaba declarada. El primer paso fue la interna en Mendoza. El armador de Larreta, Omar de Marchi, amenazó con romper la alianza y, de hecho, lo hizo. Pero el larretismo no quedó pegado y tuvo que mantener los pies dentro del plato, soltándole la mano. Este miércoles hubo cierre de frentes electorales en esa provincia y el diptuado del PRO presentó La Unión Mendocina confirmando el quiebre total dado que Cambia Mendoza también se conformó. Habrá tres candidatos. El mencionado De Marchi por fuera versus, por dentro, a Alfredo Cornejo y Luis Petri, dos radicales.
De Marchi judicializó la movida que hizo el PRO nacional para impedir que el partido rompiera con la alianza. Un movimiento que unió al larretismo y al bullrichismo. Pero eso fue una rareza porque las tensiones en el macrismo no siguieron el mismo camino. A Mendoza, tal vez la batalla más grande entre los dos sectores, se le sumaron Tierra del Fuego, Salta y Neuquén.
Esos signos tendrían que haber sido leídos como lo que fueron, la chispa de la pelea que iba a culminar con una posible ruptura. En Tierra del Fuego, el interventor larretista del PRO no quiso cerrar alianza con otros de sus socios y Bullrich hizo lo que se transformó en una práctica habitual: lo cambió de la noche a la mañana para firmar la adhesión. Eso pasó a la Justicia local y luego a la federal. Los tiempos lentos de los tribunales terminaron de congelar la situación en favor de Patricia.
En Salta pasó algo similar. Frente a la intención del interventor larretista de no cerrar una alianza que incluya al radicalismo y a un hombre del actual gobernador, el bullrichismo desplazó a esta autoridad para sólo quedarse con su propio representante y cerrar el frente electoral. Esto también fue judicializado por el larretismo que, más tarde, decidió no escalar el conflicto y acordar. Allí se dio un Zoom sorpresivo, de noche, sin enviados de Patricia, que encontró a Macri, María Eugenia Vidal y Larreta del mismo lado. Contra los manejos “autoritarios” de la titular del partido.
Llamativamente, esta semana se dio algo parecido pero a la inversa. Macri, Bullrich y Vidal se reunieron en un Zoom para manifestar su desacuerdo con la decisión de votar en forma concurrente en la Ciudad de Buenos Aires. Pero allí sí hubo enviados de Larreta para defender la postura que, a fin de cuentas, logró sellar su pacto con la UCR institucional, poner en igualdad de condiciones a los competidores porteños y pelearse con el PRO ruidoso. Jorge Macri ya mandó a hacer encuestas para ver, en el nuevo escenario, cómo quedaría ubicado frente a Martín Lousteau.
En Neuquén, el otro cortocircuito del PRO. Esta provincia tendrá sus elecciones generales el domingo y fue una de las grandes batallas. Sin PASO, Juntos por el Cambio se partió al abandonar su plan original de ir detrás de la candidatura del radical Pablo Cervi. El macrismo, con Omar de Marchi como una figura clave para el acuerdo y también con apoyo explícito de Mauricio, gestó un acuerdo para ir como colectora de Rolando Figueroa, un ex Movimiento Popular Neuquino.
De ese modo, la alianza quedó partida en dos y se judicializó el nombre de la alianza. Patricia Bullrich fue la que apoyó que el sello quedara en manos del radical Cervi, acompañado por la Coalición Cívica, dado que el PRO fue el que promovió el quiebre. Eso no sólo fue una gentileza sino también un acuerdo político porque la ex ministra coló figuras de su entorno en lugares muy importantes, como la candidatura a la vicegobernación. O sea, señalamientos cruzados.
En el fondo, lo que sucedió y sucede es una disputa por el manejo del partido. Más allá de la pelea electoral, una puja mano a mano para ver quién tiene la posibilidad de tomar decisiones en nombre del PRO y llevar a una mayor cantidad de dirigentes hacia su orilla. Una disputa de poder ante un Macri ausente, sin cargo institucional ni candidatura posible.