Los cimientos de la democracia popular en Argentina

06 de noviembre, 2023 | 00.05

En épocas tumultuosas donde el consignismo panfletario, las imprecaciones descalificatorias, las falsas noticias y la intolerancia predominan en la configuración del imaginario social, es imprescindible tomarse un tiempo para analizar algunas cuestiones que conforman nuestra idiosincrasia y deberían servirnos para proyectarnos a corto, mediano y largo plazo como país. 

La memoria es fundamental

Si el presente nos enfrenta a urgencias impostergables y el futuro establece los desafíos cuya superación permita las realizaciones colectivas y personales anheladas, el pasado invita siempre a visitarlo con el afán de comprender mejor lo que nos ocurre, evitar volver a incurrir en desencuentros frustrantes y extraer lo más valioso de las experiencias vividas.

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Eso no significa un anclaje nostálgico paralizante ni una desestimación de lo que traen consigo los cambios de época, las nuevas demandas sociales y la incorporación -a nivel local y global- de actores, acciones y situaciones que bien podrían plantearse incomparables.

Se trata sí de que siempre hay un antes de aquello que transitamos, que -para bien o para mal- se encadena con los sucesos actuales y que ese encadenamiento fáctico-conceptual guarda estrecha relación, y hasta define, nuestra identidad en cantidad de aspectos.

Tales reflexiones lejos están de proponerse como método de autoayuda, aunque en buena medida resultan aplicables al plano personal de cada quien, sino que están dirigidas a la política que es -en cualquiera de sus vertientes- la que incide en lo social, lo económico, lo cultural y en otros tantos ámbitos comunitarios.

Desde esa perspectiva, y muy sucintamente, cabe recordar que a partir de mayo de 1810 se desenvuelven en estas tierras luchas emancipadoras como también guerras civiles que dan cuenta del enfrentamiento de unitarios y federales, que terminó expresando el centralismo porteño contrapuesto al llamado “Interior” en una relación binaria -no homogénea- que perdura hasta nuestros días.

La batalla de Caseros (1852) en que se impone Urquiza a Rosas y la de Cepeda (1859) en que Urquiza, al mando de las fuerzas nacionales, vence a Mitre que comanda a las de la Provincia de Buenos Aires pero, a pesar de ello, termina claudicando en favor de este último, tal como lo definiera por entonces López Jordán (”Había llegado a Buenos Aires como vencedor y negociado como derrotado”), da paso a una Organización nacional de raíz unitaria, oligárquica y ligada estrechamente a los intereses del Imperio Británico.

Luego, la generación del 80’ consolida ese diseño de país pastoril agro exportador, previo extermino de los caudillos provinciales que le ofrecían resistencia y afianzando la presencia inglesa en la región con la ignominiosa devastación del Paraguay por la llamada Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), a lo que sumó el genocidio de los pueblos originarios con las “Campañas del Desierto” (1878-1885) y la instalación de grandes latifundios.

La enorme concentración de la riqueza en pocas manos tenía por contracara una aún mayor de la pobreza de la población nativa como de la proveniente de la gran inmigración, predominantemente europea, que se registró en esa etapa.

El sistema político daba clara cuenta de esas profundas asimetrías, consagrando una República oligárquica sin participación ni representación popular (el sufragio no era libre, ni universal, ni secreto, ni obligatorio, se manifestaba el voto delante de las autoridades políticas y de la policía), en la cual las “elecciones” formales constituían una farsa ostensible que “validaban” las decisiones y designaciones de un cenáculo impuesto por la clase dominante.

Las crisis económicas que se verificaron recurrentemente desde 1989 -con baja de salarios, desocupación y una creciente inflación-, como las viciadas prácticas políticas y la autocracia consiguiente, encuentran una fuerte confrontación en sectores de la juventud de la Ciudad de Buenos Aires -que se va replicando en las provincias- y que dan origen a la Unión Cívica juvenil, luego Unión Cívica en la que se destaca la jefatura de Leandro N. Alem.

En 1890 desde ese espacio político se impulsa un alzamiento cívico-militar, conformado por un amplio frente opositor, que pone en jaque al poder oligárquico dominante. El 26 de julio se produce en Buenos Aires la denominada “Revolución del Parque”, contra la política del presidente Miguel Juárez Celman y que encabeza una Junta Revolucionaria presidida por Leandro N. Alem.

Si bien ese movimiento fracasa en el terreno militar se lleva puesto al gobierno de Juárez Celman, quien se ve forzado a renunciar, como lo graficara en la Cámara Alta un senador de Córdoba: "Señores: la revolución está vencida, pero el gobierno está muerto".

Pasadas algo más de dos semanas, en una carta a un dirigente de la Unión Cívica de Mendoza Alem le dice: El pueblo tiene hoy la conciencia de su poder y de su dignidad, y se apresta con viril energía a impedir que se repitan las vergüenzas del pasado. (…) Este programa amplísimo, progresista e impregnado de un espíritu esencialmente nacional, lejos de lesionar los derechos e intereses de ninguna provincia, hará la felicidad de todas, puesto que se propone realizar las más adelantadas conquistas del derecho político. (…) Es necesario que todos se convenzan de esta verdad: que el pueblo es el único artífice de su destino.

El mitrismo, que había participado de aquel levantamiento contra el gobierno de Juárez Celman, siendo más proclive al pacto con el régimen conservador que lo sucediera formó la Unión Cívica Nacional, mientras que el sector liderado por Leandro N. Alem rechazó todo pacto, manteniendo sus ideales de un cambio de raíz del sistema político imperante y dando nacimiento a la Unión Cívica Radical (UCR), reivindicando los principios proclamados en la Revolución de 1890.

Un siglo fundacional

Esa postura no participacionista en tanto no se dieran las condiciones necesarias para concretar elecciones libres y contando con las garantías básicas para que el pueblo se pronunciara, fue continuada por Hipólito Yrigoyen -uno de aquellos jóvenes que integraran la Unión Cívica juvenil y se enrolaran en las filas de la Revolución del Parque- y sostenida hasta que, en la presidencia de Roque Saénz Peña, en 1912 se dictara la ley (“Sáenz Peña”) que consagrara el voto universal (masculino), secreto y obligatorio.

Recién allí es que la UCR abandona el abstencionismo electoral, presentándose en las elecciones de 1914 en que resulta vencedora y lleva a su primera presidencia a Hipólito Yrigoyen, cuyo gobierno -de un fuerte personalismo- avanza firmemente en una reconfiguración de la institucionalidad democrática e impulsa medidas de raigambre nacional y popular, poniéndole fin a una hegemonía conservadora de más de 40 años que hoy podemos resignificar a punto de cumplirse cuatro décadas de la recuperación de la Democracia arrebatada en 1976.

En el ámbito internacional repatrió el oro argentino depositado en Londres (catorce millones de pesos oro en 1918) y frustró un proyecto de ley (en 1921) para abrir la Caja de Conversión que habilitara la libre exportación de oro con su correlativa fuga contraria a los intereses nacionales.

En sintonía orientó políticas para que la Argentina tuviera el control de sus yacimientos energéticos, el transporte y la propia moneda, estableciendo regulaciones de las tarifas de los ferrocarriles en manos de capitales británicos y simultáneamente creando líneas férreas estatales. Fundó Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en 1922, como empresa estatal para la explotación de nuestras riquezas petroleras.

En materia social, en su gobierno se dictaron normas en protección de los campesinos y se crearon cajas jubilatorias para empleados públicos, así como se impulsaron políticas educativas en los dos primeros niveles -creando miles de escuelas- y se respaldó en el ámbito universitario las corrientes nacidas de la Reforma de 1918.

Su segunda presidencia, iniciada en 1928, fue truncada por un golpe militar en 1930 que, dos años más tarde, permitiría el regreso de los partidos conservadores y un nuevo ciclo de gobiernos producto del fraude electoral (llamado pomposamente, “fraude patriótico”) y que se correspondían con la impronta cipaya y oligárquica que precediera a la aparición del radicalismo.

Tras diez años de gobiernos de esa naturaleza, las derivaciones de otro golpe (en 1943) dan lugar a un fenómeno de masas sin precedentes en nuestro país del que surge una nueva identidad política, que marca la segunda mitad del siglo XX y continúa trascendiendo en el siguiente: el Peronismo

Que el árbol no tape el bosque

A diferencia de la UCR, estructurada como un típico Partido en el marco de la organicidad propia del sistema democrático liberal, el Peronismo se asienta en una concepción movimientista en la que el Partido funciona como una herramienta electoral y definida por una integración de diferentes espacios de representación entre los cuales el Movimiento Obrero ocupa un sitio predominante.

Se inaugura así una etapa de democracia social en Argentina, en la que se profundizan las políticas de corte nacional y se amplía la participación popular, así como se alcanza una efectiva universalización electoral al sancionarse la Ley del Voto Femenino (en 1947), que permite en 1951 que por primera vez voten las mujeres.

El radicalismo afianza su base de representación en las capas medias, mientras que dentro de la conformación policlasista que caracteriza al Movimiento peronista se destaca la representación de la clase trabajadora en la que no logran permear sustantivamente la UCR ni las izquierdas en sus variadas expresiones.

Más allá de sus peculiaridades y diferencias, sin que verifique un derrotero lineal ni unívoco al interior de ambas fuerzas políticas, ninguna duda puede haber en que históricamente han demostrado ser constituyentes de la democracia popular en nuestro país y fundamentales para obtener un desarrollo institucional plural e inclusivo.

La figura de Raúl Alfonsín recoge las mejores tradiciones del radicalismo e incorpora un fuerte sesgo en materia de derechos humanos que, en 1983, son determinantes para el triunfo electoral; otro tanto ocurre con Néstor y Cristina que, con sus propias improntas, retoman las principales líneas de acción peronista y consolidan como política de Estado las demandas de Memoria, Verdad y Justicia.

Valores como la educación pública universal y gratuita, la salud pública, los derechos laborales y la garantía de acceso a la seguridad social, las libertades civiles y políticas, la independencia de los Poderes de la República, la seguridad alimentaria, entre otros, son compartidos y forman parte de sus respectivas postulaciones doctrinarias. Sin que ello implique una misma y única forma de concebir su consecución, ni la inexistencia de diferencias lógicamente confrontativas que determinan distanciamientos de diverso grado.  

Priorizar el diálogo constructivo y las coincidencias básicas

La Argentina padece variadas crisis, pero una se revela como la más trascendente por verificarse en un campo que es donde finalmente se dirimen todas las restantes, la crisis política.

Es el sistema político mismo el que se debate entre una reconfiguración democrática que permita mejores y mayores representaciones que satisfagan las demandas sociales, y un quiebre antidemocrático tributario de un ostensible autoritarismo que reinstaure las peores prácticas disgregadoras, en el sólo beneficio de minorías y en defensa de sus privilegios insolidarios.

La pluralidad, la diversidad y hasta ciertos antagonismos conviven dentro de una misma identidad política, por lo que es natural que tanto más suceda entre fuerzas con identidades diferentes, pero no es eso lo que debilita la democracia en tanto exista una disposición al diálogo o al debate sin cortapisas con apego a reglas básicas que importen el reconocimiento del adversario sin pretender su exterminio.

El nuevo ciclo de gobierno a partir del 10 de diciembre brinda la oportunidad de un reencuentro auspicioso de las mejores tradiciones políticas argentinas, no exento de conflictos y de disputas, pero apto para dar inicio a una etapa de construcción de consensos básicos que nos provean un futuro promisorio para el conjunto de la sociedad. 

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.