La maldita derecha

El presidente identificó al adversario principal. ¿Hay chance de ganarle sin una reconciliación con su vice? 

30 de mayo, 2022 | 00.05

Hay una atmósfera pesimista generalizada que condiciona la cultura, la política y la economía. Ocurre en la Argentina como ocurre en todo el mundo. No es exactamente la tesis del fin de la historia que vaticinó Fukuyama. Es una versión mejorada, y por eso mismo mucho peor que la anterior: ahora sabemos que la historia sigue, pero muchas veces se nos presenta como una rotonda sin salida.

Citando a Mark Fisher, para explicar por qué su libro crítico “Contra Amazón” se vende a través de Amazon y con gran éxito, el escritor Jorge Tarrión retomó la idea de que “no hay un afuera del capitalismo ni un afuera de la tecnología”, ni siquiera para los que cuestionan el pillaje corporativo, la monarquía global de los supermillonarios, la dictadura del algoritmo o el estado actual del planeta.

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En otras palabras, que no habría alternativa a esta realidad que vivimos. Queda por delante, entonces, ninguna otra cosa más que una vida en círculos a perpetuidad. Experiencia insatisfactoria, mentalmente agobiante, que explica el desánimo que domina a la especie, mucho más después de la pandemia. Motivos, lo que se dice motivos, no le faltan a los pesimistas, claro.

No debería llamar la atención, entonces, que en este mundo donde la desigualdad y la infelicidad se desparraman por doquier, la derecha exprese hoy una radicalidad política tan potente como para poner a los sectores progresistas a la defensiva o confinarlos a una condición subalterna de meros diagnosticadores de situaciones horribles y peligrosas que no tienen solución.

Sin embargo, es muy cierto que cada tanto surgen movimientos que deciden probar una vida diferente saliendo de la rotonda en loop a campo traviesa -Argentina en 2019, Chile a principios del 2022, Colombia ahora, quizá Brasil dentro de poco-, aunque también es verdad que pronto descubren que fuera del círculo no existe un sistema de alegrías inmediatas, que hay que construirlo y que la tarea exige una enorme fortaleza colectiva y un liderazgo extraordinario.

Porque afuera de la zona permitida hay peleas y confrontaciones que no son fáciles. Gobernar no es magia. Hay hostilidades impensadas, reputaciones tiroteadas y hasta amenazas de prisión, muchas veces concretadas. Es cierto, se trata de una gesta de éxito relativo. Lo más seguro es que en el camino haya derrotas, como le pasó a San Martin en Cancha Rayada, después de cruzar nada menos que la Cordillera de Los Andes y antes de liberar medio continente del yugo español.

Peor que una derrota épica es no tener voluntad de pelear. Lo sabe el director técnico de un equipo de la C y el general de un ejército cualquiera, todo se gana o se pierde con la cabeza. Los campeones invictos son la excepción. Se juegan todos los partidos y no sólo los fáciles.

Por eso entibia el alma que el presidente Alberto Fernández haya llamado a derrotar en las urnas a “la maldita derecha” en 2023. El anuncio que sigue, muy seguramente, será su reconciliación definitiva con Cristina Fernández de Kirchner, porque sin ella es imposible cumplir con el objetivo que se trazó en público.

Es que para enfrentar y pelear contra el poder que no dan las urnas, el que gobierna multidimensionalmente, y que desde su abrumadora predominancia tensiona al conjunto de la política a debatir una agenda, la suya, que es la del ajuste, el Estado mínimo y la subordinación a los mercados, hace falta unidad, mucha unidad, y mucha humildad también para aceptar que la vice y su liderazgo son indispensables.

Y, fundamentalmente, hay que tomar distancia conceptual de la derecha y de su objetivo histórico: asegurar que no se interrumpa el flujo de recursos de los más pobres a los más ricos, ni se cuestione la tasa de ganancias exorbitantes de las corporaciones.

Es un poder inmenso que consigue en muchas latitudes que haya, incluso, sectores progresistas virando aceleradamente al centro político para evitar “el peor de los fascismos”; que desde un presunto desarrollismo comienzan a pregonar la teoría del derrame y que practican ajustes que llaman de otro modo, aunque son ajustes igual.

De modo que las sociedades, cuando llega el momento de elegir, se vean obligadas a hacerlo entre versiones indiferenciadas de un rumbo en círculo, ciego y sin salida, como se pudo ver en Francia hace poco, donde el electorado tuvo que optar por un Macrón liberal impopular, por lo regresivo del ingreso durante su administración, para que no triunfe la extrema derecha xenófoba de los Le Pen. Los negocios, mientras tanto, bien gracias.

El origen de la insatisfacción democrática, digámoslo sin eufemismos, es que haya que elegir entre Guatemala y Guatemenosmala cuando la carestía recrudece. Al pesimismo hay que contraponerle esperanzas; y a las esperanzas, alimentarlas con hechos y relatos que ayuden a combatir el desaliento.  

Generalmente, y mucho más después de los gobiernos kirchneristas, se vota a los gobiernos nacionales y populares para que elijan una salida en la rotonda, aunque el resultado sea como el de la 125 en 2008. Derrota que fue prólogo a una victoria electoral contundente tres años después.

Es verdad que no se gobierna con buenos deseos. Pero sin deseo, tampoco.

MÁS INFO
Roberto Caballero

Roberto Caballero es periodista argentino, fundador del diario Tiempo Argentino y la revista Contraeditorial. Autor del bestseller Galimberti, de Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, entre otros libros de investigación periodística. Conduce Caballero de Día de 6 a 9 en El Destape radio.