El sectarismo, un obstáculo a la unidad

04 de junio, 2022 | 00.05

Hay tres conductas sociales que expresan el rechazo de la política: el odio, la indiferencia y el sectarismo. Si definimos a la política como conflicto entre intereses opuestos, entendemos ese rechazo como un no querer saber nada sobre el antagonismo y las diferencias.

Estas tres conductas están atravesadas por la pasión, por la ignorancia; expresan, lo sepan o no, de modo consciente o inconsciente, una posición conservadora que pretende mantener el orden establecido o el propio sistema de creencias y valores, funcionando como un dogma congelado que excluye el presente y se opone a la creación novedosa.

El odio, como desarrollamos reiteradamente, es un modo fascista de aniquilar las diferencias y hacerlas desaparecer.

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La indiferencia ante la política se manifiesta de distintas maneras. Una de ellas es la posición del espectador, el alma bella no contaminada que se limita a la práctica de la queja o el comentario (“son todos iguales”, “que vayan a laburar los militantes”, etc.). El lugar de enunciación de donde emergen ese tipo de enunciados es de una exterioridad cobarde y desvitalizada.

La pasión por la ignorancia en la posición de indiferencia es mucho más evidente que en las otras dos conductas mencionadas. Bertolt Brecht llamó analfabetos políticos a las personas que, sin participar de los acontecimientos políticos, se quejan del costo de la vida, del vestido y de los remedios, sin relacionar que el precio del pan y de la harina no son frutos del azar, sino que dependen de decisiones políticas.

Queremos detenernos en la conducta sectaria porque consideramos que el apego a esa posición constituye, por una parte, una colonización de la subjetividad al interior del campo popular, y, por otra, uno de los mayores obstáculos para la construcción de la unidad frentista.

Se trata, aunque se presente con enunciados populares, de una posición autoritaria y narcisista, que goza de la ignorancia rechazando la política plural y la aceptación de la otredad.

Cabe aclarar que no cuestionamos el hecho de tomar partido, ya que no suscribimos la concepción de la política entendida como consenso o justo medio. Tomar partido significa hacerse cargo de la cosa pública como un asunto de todxs, nunca es una acción o un discurso individual sino efecto de la articulación y construcción de una generosa inteligencia colectiva, debatida democráticamente y sin sectarismos. Exige salirse del individualismo y de las concepciones que hacen valer de entrada una identidad dada.

Sectáreo es una palabra que viene del latín, del participio secutus del verbo sequi y significa seguir. La idea de secta es la de un grupo de personas que siguen a un cabecilla y a una corriente religiosa.

El sectario no se hace cargo del propio pensamiento, sino que a través de un automatismo verbal, repite frases, consignas y citas, pretendiendo extrapolar experiencias pasadas aplicándolas directamente a la actualidad. Las fórmulas conocidas muchas veces -eslóganes ramplones- aportan seguridad.

Esa posición que delega la reflexión denota cierta pereza intelectual que se acerca a la debilidad mental, no como estructura psicopatológica, sino como modo “normal” del aparato psíquico. Es un funcionamiento habitual del sentido común plagado de prejuicios, pensamientos patriarcales o binarismos del todo o nada.

Resumiendo, el sectarismo teórico-político implica encubiertamente conservadurismo aunque se exprese con ropaje progresista o popular. Es una posición que se aferra a las convicciones, siendo incapaz de confrontar sin agresión las propias ideas manteniendo la tensión que aportan las diferencias en un debate.

Los programas supuestamente políticos de la televisión y su lógica espectacular, en la que prevalece el griterío o el escándalo, las redes sociales brindan un modelo para pensar el sectarismo. El producto de ese proceso es más un entretenimiento, una catarsis o una satisfacción narcisista que una acción política verdadera orientada por la construcción de una voluntad popular, imprescindible para el armado de un frente capaz de frenar el avance de las nuevas derechas.

En definitiva, estamos en el tiempo político de una elección forzada:

Para el campo popular y la vida democrática, no hay otra opción que aprender a construir la unidad como articulación de diferencias sin veleidades partidarias. La lógica frentista que nos atraviesa y la unidad que precisamos requiere de la mayor amplitud de fuerzas y también de mentes, eso supone como condición un trabajo de abandonar sectarismos.

La lógica del Frente implica hacer el duelo por la afirmación "la única verdad es la realidad" y la aceptación de que al interior de un frente hay diversas verdades, de su combinación y organización surgirá la realidad partiendo de un programa común que democratice e institucionalice las diferencias.