El refrán sugiere, a aquellos que viven en casas de vidrio, que se abstengan de tirar piedras. Es de uso extendido en el mundo anglosajón. Quizás a ello obedece que no lo conozcan, o le hagan caso omiso, los políticos argentinos, que esta semana volvieron a exhibir sin pudor sus dotes en el lanzamiento de rocas contra las frágiles paredes de la estructura que los sostiene. En este caso, la democracia argentina.
Las casas de vidrio tienen una segunda característica, además de la fragilidad: desde afuera se ve todo. En esta época, las miserias de cada interna no quedan a resguardo de la discreción de los protagonistas sino que se resuelven a la luz del día. El divorcio entre las preocupaciones sociales y el discurso público a veces adquiere magnitudes preocupantes, a la vista de los mismos a los que luego deberán pedir el voto.
El Frente de Todos, quizás demasiado tarde, descubrió que necesita mecanismos de organización medianamente efectivos para evitar los papelones que, lejos de redistribuir preferencias políticas al interior de la coalición, espanta votantes del espacio, algo que a la larga perjudica a todos los sectores de la coalición. Muchas veces ya el fuego amigo amenazó con salirse de control y arrasar con todo.
El problema con el armado de una mesa política, en los términos que reclamaba el kirchnerismo y, aparentemente, accedió esta semana el presidente Alberto Fernández, es que cada uno de los socios del frente cree que el problema está en un lugar diferente y, por lo tanto, imagina algo distinto cuando piensa en una solución. El trabajo de articulación previo adquiere tanta importancia como la instancia a la que se llegue.
Esa mesa chica para armar la mesa chica está en manos de Juan Manuel Olmos, vicejefe de gabinete, interlocutor privilegiado de los tres socios principales y sus terminales intermedias. Olmos, histórico armador del PJ porteño, podría mudarse a una oficina más grande antes de fin de mes, cuando Juan Manzur, finalmente, ejecute su licencia para ponerse al hombro la campaña del peronismo en Tucumán.
¿Cuántos asientos tendrá, finalmente, la mesa que convoque el presidente? Con mucho por definir, algunas certezas ya pueden comenzar a bosquejar un escenario. Nadie cree que Cristina Fernández de Kirchner vaya a participar personalmente, aunque desde el gobierno celebraron esta semana el restablecimiento de las comunicaciones entre los dos, vía chat, como de costumbre, especie que no fue desmentida en el Senado.
Sería la primera vez, desde la derrota electoral y la firma del acuerdo con el FMI, que el mandatario y la vice hablan sin que medie una situación de gravedad excepcional: las ocasiones anterior fueron ante la renuncia de Martín Guzmán, que disparó una crisis económica, después del atentado terrorista contra CFK y cuando Fernández sufrió un episodio de salud severo durante su viaje a Indonesia para participar del G20.
O, por decirlo de otra manera, perciben que la situación actual del Frente de Todos, de cara a las elecciones de octubre, es tan severa como aquellas, porque hay poco tiempo de maniobra para encontrar la fórmula que abra las puertas del 2023. Una mezcla de tímidos aciertos propios y feroces burradas ajenas le devolvieron competitividad al oficialismo, si logra abstenerse de hacer blanco en sus propios pies durante algunos meses.
Falta muchísimo y hay otras carencias. Para empezar, uno o más candidatos, cierta conducción estratégica unificada y un plan concreto para evitar una sangría de dirigentes que coquetean con otros espacios, particularmente con el armado que ensaya o dice ensayar el cordobés Juan Schiaretti. En ese sentido, esta semana, Sergio Massa metió una seguidilla de reuniones que consolidan su centralidad creciente.
El problema del ministro de Economía sigue siendo que está cargo de domar un monstruo que excede sus capacidades, y probablemente las de cualquiera. El anticipo de la renovación del plan Precios Justos tuvo que ver con la suba fuerte de la inflación en enero y las perspectivas complicadas para febrero, donde suben varios precios regulados, y marzo, que estacionalmente siempre es un mes de aumentos pronunciados.
Por eso él sigue bajándole el tono a la chance de una candidatura, que no encuentra contendientes de peso en el peronismo. El problema no reside tanto en la dificultad para defender esta gestión sino en la falta de una propuesta que mire hacia el futuro y encuentre sintonía con las necesidades y urgencias de la sociedad argentina en esta época, que son muy distintas a las de 1983 y 2003. Y de figuras que puedan asumir esa agenda.
Resulta sintomático que, a esta altura del partido, a cuatro meses y pico del cierre de listas y nueve de las elecciones, en el Frente de Todos haya por estas horas más dirigentes probándose el traje de vice que postulándose a asumir la responsabilidad mayor. El peronismo, partido del poder, atraviesa un vacío de conducción que difícilmente pueda dirimirse sin atravesar una primaria a cara de perro. Candidatos se buscan.