Apuntes electorales para leer en la fila del cuarto oscuro

La voluntad popular: fenómeno divino. Tres preguntas para cuando abran las urnas. 40 años de democracia a la sombra de una bandada de cisnes negros. La muerte como eufemismo. Buenas y malas víctimas. La pendiente resbaladiza y el fruto del esfuerzo.

12 de agosto, 2023 | 19.50

1.

Este domingo es un día magnífico porque se revela ante nuestros ojos la voluntad popular, un hecho sumamente inhabitual, que sucede muy rara vez y no en todas partes del mundo ni en todo momento. Vale la pena, en todo caso, antes de sumergirse en asuntos más álgidos, detenerse un momento para apreciar la maravilla que los argentinos supimos conseguir y que no debemos dar por sentada. Sean eternos los laureles.

En las horas previas a que se cuenten los votos de las elecciones 2023 transitamos el momento de máxima incertidumbre. Nunca supimos menos sobre los contornos de la opinión pública, la voz del pueblo, la voluntad popular, que en las largas noches de veda y las más largas horas de espera, después de haber emitido el sufragio y antes de conocer el resultado. Ya pasaron 22 meses desde la última vez que nos sorprendió. Descontemos que volverá a hacerlo.

Todos los actores del sistema político y económico, desde la PyME más pequeña hasta el candidato favorito, actúan en función de suposiciones vagas, de proyecciones que hacen respecto a ella. Gastan millones en encuestas y grupos focales tratando de conocerla, de acercarse a su esencia. Pero la voluntad popular es como el sol. Sólo se la puede mirar directamente en un evento extraordinario, como un eclipse o una elección nacional.

2.

El sol es, para muchas religiones, la representación de lo divino. Y el poder divino tiene en común con la voluntad popular más de lo que parece a primera vista. Se trata, de alguna manera, de pares. En el curso de la historia, la voluntad popular sucedió a la voluntad divina como origen de la autoridad y los atributos de poder. De alguna manera conserva rasgos de aquella: es terrible y cruel pero también sabia y generosa. Sus designios son inescrutables.

Así como es imprevisible resulta igualmente implacable. De esa forma, con la severidad de un dios desahuciado, va a manifestarse este domingo el pueblo argentino, a cuarenta años de haber recuperado la democracia, en un clima enrarecido por la violencia cotidiana, por la violencia política (son dos cosas muy distintas, ya volveremos sobre eso) pero también por el hartazgo generalizado después de muchos años de sacrificios no retribuidos.

La sociedad argentina, la voluntad popular, este domingo va a ir a votar para castigar a quienes consideran responsables de esa violencia, de las privaciones, de la falta de expectativas. Algunos lo harán contra el peronismo. Otros para evitar que gane la derecha o el neoliberalismo. Otros apuntarán indistintamente contra todos eligiendo una opción extrema o directamente no irán a votar.

Podemos inferir, con cierto grado de certeza, que se trata, en cualquier caso, de un voto agónico. Acaso, la última chance que le da una sociedad agotada a un casting de dirigentes políticos que no se renueva desde hace mucho tiempo y ha fallado sistemáticamente a la hora de brindar soluciones desde hace por lo menos ocho años. Si alguno de ellos cree que estará a salvo el día que ceda esa compuerta, va a llevarse una sorpresa.

3.

En el momento de máxima incertidumbre, cuando escasean las respuestas, a veces conviene refugiarse en las preguntas. Encontrar las preguntas correctas. De cara a esta elección hay tres preguntas que se deberán responder cuando estén contados los votos y que pueden ayudarnos a entender el país que se viene, cuáles van a ser las fuerzas políticas que lo conduzcan y en qué condiciones.

La primera gira en torno a Javier Milei. ¿El economista estará más cerca del cuarto de los votos que le prometen, de manera sostenida desde hace meses, algunas encuestas, o de los resultados míseros que obtuvo su fuerza en cada una de las elecciones provinciales que se disputaron hasta ahora, en las que casi siempre estuvo lejos de los dos dígitos? La respuesta a esta pregunta tiene implicancias electorales y de largo plazo.

Si se acerca al caudal que imagina, Milei tendrá más chances de hacer que el resultado de agosto sea un piso y crecer de cara a octubre. Por el contrario, si aparece desinflado y sin chances de llegar al ballotage, es probable que pierda votos hacia otras opciones o el ausentismo. En lo que hace al futuro, una buena cosecha en octubre le dará una bancada parlamentaria influyente para los próximos años, condicionando a todo el sistema político.

La segunda pregunta es acerca del liderazgo en Juntos por el Cambio, que se pone en juego este domingo. Hay tres postulantes y lugar para uno solo en la cima. Dos se baten cara a cara, a todo o nada, como le gusta decir a Patricia Bullrich, que se juega lo que hizo hasta acá en un duelo contra Horacio Rodríguez Larreta. El ganador deberá lidiar con Mauricio Macri, que no parece dispuesto a correrse por motu proprio. Final abiertísimo.

Por último la más importante: ¿Existe, todavía, el pueblo peronista, tal como lo conocimos por ochenta años? ¿Se sostiene el piso histórico de esa fuerza, que durante la última década y media estuvo detrás de CFK? ¿Hay, todavía, un tercio de argentinos dispuestos a votar a Unión por la Patria o en estos cuatro años se rompió el vínculo de décadas? Eso se pone en juego en esta elección, a la sombra de una bandada de cisnes negrísimos. 

4. 

Lo que sucedió el jueves en el Obelisco da cuenta cabal de que, a cuarenta años del Nunca Más a la violencia política en la Argentina, como no sucedió antes en estas cuatro décadas, en estas elecciones se pone en juego la seguridad más básica del pacto democrático: la de no morir en manos del Estado. Toda muerte es trágica pero la peor es la que es en manos del Estado, porque cuando el estado dispara, golpea y aplasta nadie puede defenderte.

De ahí a que algunos políticos no puedan contestar una pregunta tan sencilla como esta: ¿Vale romper la ley en nombre de la ley? O mejor dicho: ¿Están dispuestos a cometer delitos con tal de prevenir o castigar otros delitos? O mejor dicho: ¿Existe una ley para los que se encargan de custodiar la ley? ¿A quién responden jueces y policías? El monopolio legitimo de la violencia es legítimo solamente cuando actúa dentro del estado de derecho.

O mejor dicho: ¿Existe, en la Argentina que ellos proyectan, la igualdad ante la ley? ¿O hay quienes pueden actuar sin atenerse a sus obligaciones ni enfrentar consecuencias por sus actos mientras el resto no goza siquiera de la protección de sus derechos más básicos? La policía mata a un hombre. Dicen: no importa, era terrorista. Un intendente fragua la participación de un niño en un homicidio. No importa, era chorro.

5.

Vivimos en un país con buenas víctimas y malas víctimas. La mala víctima podés ser vos. Puede ser cualquiera. La mala víctima no tiene derechos. La muerte de la mala víctima ni siquiera es una muerte, es un eufemismo. “Aparentemente fue un infarto”. “Se desplomó”. “Falleció luego de una descompensación”. El viernes un hombre se descompensó en el subte y murió. No hubo un comunicado del gobierno porteño porque la diferencia entre los dos casos resulta evidente. Se hacen los boludos, no son boludos.

No son boludos pero sí son cobardes. En las entrevistas que pautan para cortejar el voto de extrema derecha los candidatos se jactan de su capacidad de liderazgo y su decisión para avanzar con sus planes sin importar quién se interponga, pero cuando sucede lo que prometían se esconden cobardemente detrás de tecnicismos. No dicen: lo matamos porque su muerte era necesaria para el progreso del país. Dicen: se descompensó.

6.

Si intentan reescribir de forma tan burda esta historia, un hecho registrado minuciosamente, a plena luz del día, con testigos, adelante de las cámaras de reporteros y que sucedió en hora pico en los metros cuadrados con mayor vigilancia de todo el país, con grabaciones y testimonios que dan cuenta de los hechos, da un poco de miedo preguntarse qué son capaces de hacer cuando nadie está mirando. 

7.

Los mismos dirigentes que basaron su campaña en la letanía insidiosa respecto a un Estado terrible y autoritario que te aplasta y te asfixia, cuando un policía literalmente aplasta y asfixia a un hombre miran para otro lado y se escudan en tecnicismos. No quieren menos Estado. Quieren más Estado aplastando cabezas contra el pavimento y menos Estado cuidando, arbitrando, repartiendo. Quieren represión. No quieren comunidad.

8.

El policía que le batió a Diego Kravetz los datos que le sirvieron para acusar a un pibe de 14 años por un homicidio que no había cometido no estaba en la calle formando parte de un sendero seguro para que los chicos puedan ir tranquilos a la escuela. No se puede estar, al mismo tiempo, cuidando a la comunidad y armando operaciones. Es una cosa o la otra.  Eso es asignación de recursos y depende de una decisión política.

El ajuste que proponen algunos candidatos también es una decisión política que significa menos policías en las calles, menos maestros en las escuelas, menos médicas y enfermeros en los hospitales y también menos laburo y más desigualdad. ¿En qué país va a haber menos Morenas, menos Juan Carlos, menos víctimas del crimen? ¿En uno con más policías o menos? ¿Con más maestros y médicas o menos? ¿Con más trabajo o menos?

Y cuando salgas a protestar por otro crimen o por la falta de clases o de trabajo te van a reprimir y cuando esa represión deje heridos y muertos van a ser malas víctimas. Ese es el modus operandi; siempre lo fue en esta parte del planeta. A eso se le dijo Nunca Más hace 40 años: podemos estar mejor o peor pero de donde no se vuelve es de naturalizar la violencia. De hacerse par de la muerte. De tomarla por el mango.

9.

Cuando los argentinos dijimos Nunca Más a la violencia política hace 40 años hablamos  específicamente de los horrores de la dictadura. Pero esa no es la única forma de violencia política y ninguna es aceptable en un país como la Argentina porque la pendiente de la violencia política es empinada y una vez que comenzaste a deslizarte por ella es muy difícil frenar. Son tragedias que destruyen países.

En Ecuador, donde esta semana mataron a sangre fría a un candidato presidencial, la degradación de la democracia, el ajuste económico salvaje, la represión y la violencia narco llevaron al país a la peor crisis de su historia. Fue todo muy rápido. En 2019 la tasa de homicidios era de 6 cada 100 mil habitantes. En 2022 es de 25 cada 100 mil. En 2023 se proyecta arriba de 40 cada 100 mil, de las más altas del mundo. Se rompió en cuatro años.

Para entender el contexto: en Argentina en 2019 la tasa de homicidios era de 5 cada 100 mil habitantes, no tan distinta a la de Ecuador en ese momento. Desde entonces, durante este gobierno, bajó casi un punto, a 4,2 en 2022. Eso significa menos que Chile (4,6 cada 100 mil, con un incremento del 32 por ciento en el último año), El Salvador de Bukele (7,8 cada 100 mil) o Uruguay (11,2 cada 100 mil).

10.

Tenemos un gran país, mucho mejor que las proyecciones neuróticas de nuestro inconsciente colectivo. Y además está mejorando. Muy de a poco, a veces ni se nota. Pero lo cierto es que está mejorando cuando todo indica que debería estar hundiéndose: la pandemia, la guerra, la peor sequía de la historia, todo sobre el único país del mundo sin acceso al crédito internacional porque el gobierno anterior había quemado la tarjeta.

Y sin embargo: hay menos asesinatos, más industrias, más trabajo, más gente en la universidad y en el sistema científico, más locales abiertos, más inversión, más turismo, más exportaciones que hace cuatro años. Hay (muchas) variables al rojo vivo y la crisis puede estar a la vuelta de la esquina. Pero todavía, a pesar de los incontables vaticinios de economistas y políticos opositores, no llegó. Y el país, de a poco, está mejorando.

¿Quién está haciendo el trabajo para que el país esté mejor a pesar de todos los vientos en contra? ¿Sobre qué hombros se carga esa tarea titánica? La respuesta a esa pregunta es sencilla, toda vez que la economía está creciendo, las ganancias empresarias también, mientras que los salarios todavía corren de atrás a la coneja. Está claro que el país creció estos años gracias al sacrificio de los trabajadores y trabajadoras de la Argentina.

Antes de ir a votar, vale la pena preguntarse: ¿vamos a hacer vale ese esfuerzo?¿Vamos a construir nuestro futuro sobre esos cimientos? ¿O, como proponen algunos, lo vamos a dinamitar? Eso tiene un sólo final posible: después de que todo vuele por los aires, cuando nada quede en pie, a los que sobrevivan, a los que no mate el hambre, un chorro o la policía, cuando haya que volver a construir, van a volver a pedirle que hagan el sacrificio.

Basta de sacrificios. Vayamos a votar para ser artífices de nuestro propio destino.

LA FERIA DE EL DESTAPE ►