El presidente Alberto Fernández usaba la carta de su candidatura más como un mecanismo de defensa para esta gestión que con aspiraciones reales a consagrar la reelección. Es lógico que la haya dejado de lado cuando la indefinición comenzaba a tornarse contraproducente. Ante la inminencia de un ultimátum público por parte de la plana mayor del Partido Justicialista, eligió, por una vez, anticiparse a los hechos para tratar de sembrar una narrativa.
Su renuncia, como la de Macri, fue consecuencia de una realidad adversa y un pronóstico sombrío. Se bajó de algo que ya no estaba a su alcance. Eso no significa que no sea un acto político conducente y, hay que esperar para saberlo, potente. El cantado adiós a su aventura reeleccionista debería marcar el cierre de esta etapa turbulenta para el Frente de Todos y permitir que el oficialismo se ponga, por fin, en modo campaña.
El tiempo es escaso y la misión es compleja: que el peronismo vuelva a sintonizar con una sociedad que desde hace casi una década cada mes que pasa está un poco peor que el anterior. Una lenta pendiente por la que se desliza el pacto social. El escenario electoral está abierto: el Frente de Todos puede ganar agónicamente un ballotage o salir tercero por goleada. Hará falta más que una renuncia simbólica para inclinar la balanza.
Sólo si el peronismo es capaz de interpretar, ahora sí, correctamente la situación crítica en la que se encuentra el gobierno, todos sus protagonistas y, antes que nada, el país; si la dirigencia aprende de los errores que ya se cometieron y aplica esas lecciones para tomar las decisiones correctas ahora, la historia podría darles una última oportunidad para revertir un rumbo que muchos, propios y ajenos, dan por perdido.
Las discusiones sobre candidaturas y estrategias electorales llegarán en el momento que corresponda. Esta noche en Matheu el presidente recibirá el pedido de que implemente, pronto, medidas económicas que impacten positivamente en los bolsillos, en medio de una aceleración en el aumento de los precios. Massa negocia a reloj contra el FMI. Es difícil que haya medidas fuertes de redistribución hasta que no se renegocie ese acuerdo.
Sobre esa clase de contradicciones y en el vértigo de la gestión de una crisis permanente es que el Frente de Todos deberá reinventarse, proyectarse, ampliar sus márgenes y correr el eje que parte al medio a la sociedad. Suena casi imposible un triunfo; en todo caso, será difícil que llegue a ser una opción competitiva. Es tanto lo que está en juego que ningún esfuerzo es poco para arrimar al objetivo. El presidente hizo su parte. Ahora le toca al resto.