Dos años después de haberle dado al Frente de Todos un formidable voto de confianza, la sociedad argentina dejó ayer de manifiesto que no obtuvo, en este período, lo que esperaba a cambio. El resultado de las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias tuvo la contundencia suficiente para clausurar de cuajo cualquier lectura evasiva o ambigua. Esa, quizás, sea la única buena noticia para el oficialismo, que ahora tiene por delante nueve semanas, hasta el 14 de noviembre, para hacer control de daños e intentar cambiar el desenlace de la historia.
Para bien o para mal, los guarismos dejaron a toda la plana mayor del oficialismo a bordo del mismo bote salvavidas. Aunque una lectura fina de los resultados permitirá establecer órdenes y matices, necesarios para saldar los debates que ya comenzaron anoche, el Frente de Todos no tuvo ganadores en el domingo negro: Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa, Máximo Kirchner y Axel Kicillof, ninguno de ellos saldrá intacto de este trance, como tampoco lo harán los gobernadores e intendentes que sufrieron incómodas derrotas de local.
El veredicto popular también echó por tierra el mito de que la unidad del peronismo es garantía de éxito electoral. El Frente de Todos cosechó en la provincia de Buenos Aires menos puntos que Unidad Ciudadana en 2017, cuando el Frente Renovador y el Movimiento Evita militaban otras listas. La sociedad le señaló un límite a la acumulación vía rosca: de poco sirve tener todos los patitos alineados si no cumplís el contrato electoral. El resultado de ayer, otra vez, dejó en evidencia que el votante argentino es crítico, exigente y adapta su decisión a las necesidades y circunstancias.
Con la unidad no alcanza pero sin la unidad no se puede. Esa era la coincidencia que anoche funcionaba como cemento de una coalición en crisis pero determinada a superarla sin perder piezas por el camino. Las diferencias sobre el rumbo del gobierno, particularmente en materia económica, deberán ser resueltas de manera expeditiva. También los cambios en el gabinete, que reflejarán el saldo de esa discusión. El Presidente pidió anoche a la militancia que redoble esfuerzos. Es injusto. La única campaña que puede hacer el oficialismo a esta altura es gobernar mejor.
Las muchas cosas que sí se hicieron, evidentemente, no alcanzaron o no fueron bien explicadas o las dos cosas. El gobierno falló, también, a la hora de mostrar cuál era, exactamente, el camino que proponía para salir de la crisis. Tanto, que una buena parte de la sociedad decidió volver a elegir a los que, en primer lugar, causaron esa crisis. Ese debe ser el punto de partida de cualquier diagnóstico y de cualquier solución. En el gobierno confían en que la reactivación económica empuje una mejor performance en noviembre. El viento de cola es bienvenido pero hay que saber dirigirlo.
La oposición, en tanto, embriagada por un triunfo que no estaba en los planes de nadie, dejó de lado durante unas horas los celos mutuos entre dirigentes que tienen en la mira un 2023 que a partir de los resultados de ayer parece más accesible que nunca. La tregua será efímera. Horacio Rodríguez Larreta, que jugó fuerte en esta elección, puede declararse el gran ganador pero Patricia Bullrich cuenta para sí el notable avance de Juntos por el Cambio en el interior del país, donde ella talló mientras el resto se concentraba en las Buenos Aires.
Macri, cuyos candidatos resultaron derrotados por un amplio margen en Córdoba y salieron terceros en Santa Fé, retrocede algunos casilleros en esa discusión, pero la UCR se dedicará los próximos dos años a construir un presidenciable . Ayer, pudieron anotar en su haber una sólida performance de Facundo Manes en la provincia de Buenos Aires, con más de 15 puntos propios y triunfos en Jujuy, Corrientes y Mendoza. También se impusieron en distritos donde jugaban internas contra el PRO, como Santa Fe. El Coti Nosiglia y Martín Lousteau se fueron más contentos que Gerardo Morales.
La principal incógnita de ahora en adelante es qué sectores de la oposición se van a plegar a la maniobra de Macri para utilizar esto como elemento desestabilizador que condicione al gobierno. El expresidente, que había advertido en la semana que “si pierden, se van a tener que ir”, apenas consumado el triunfo habló de “un gobierno tremendamente débil”. Ayer, como en cada elección, la democracia argentina mostró su mejor cara: transparente, imprevisible, incontrolable por ninguna voluntad individual. Sería una pena que la echemos a perder.