Interna de Juntos por el Cambio: en las PASO la UCR ganó más distritos que el PRO y piensa en 2023

El mapa de la Argentina no se pintó de amarillo. Dividido en partes casi iguales, el PRO quedó por debajo de los territorios conquistados por un radicalismo que se ilusiona con plantarse de igual a igual, disputar una PASO y ganarla.

26 de septiembre, 2021 | 00.05

“Ocupate, Dieguito, de mantener la unidad”, le dijo Mauricio Macri a Diego Santilli en la última reunión que compartieron. “Me ocupo, ¿alguna vez te fallé?”, fue la respuesta. El pedido tuvo como base un punto clave para la alianza opositora: el PRO y la UCR se necesitan mutuamente, la elección radical a nivel país planteó una paridad de acciones societarias y la posibilidad de poder hoy muestra a la coalición como un bloque ordenado cuyas fisuras, que seguramente surgirán con las internas presidenciables, podrían mostrarse recién el año que viene. Es que el partido centenario entendió que no sólo puede disputar una PASO de igual a igual, sino que también puede ganarla.

El mapa del 12 de septiembre no mostró, a diferencia de las fotos del día después, un territorio amarillo. La Argentina se pintó de celeste para el Frente de Todos, de rojo para el radicalismo y, en menor medida, del color de los patitos para el PRO. Ese juego de fuerzas será el que se pondrá en discusión camino al 2023 pero no ahora. En Buenos Aires, Facundo Manes arrasó en la mayor parte de la provincia, especialmente en el interior productivo, pero Santilli se quedó con el populoso conurbano, lo que le bastó para plantarse como primero pero no como la única figura a mostrar para las elecciones de noviembre.

Los bonaerenses de Juntos definieron mostrarlos de igual a igual, algo que la UCR espera que se replique a nivel nacional. De hecho, los radicales ganaron en Santa Fe, en Misiones, en Corrientes, Mendoza, Chaco, Jujuy, Santa Cruz y fueron parte protagónica de las victorias en Córdoba y La Pampa. El PRO, en cambio, logró alzarse con el primer puesto en la CABA, San Luis, Chubut, Tierra del Fuego y Buenos Aires, con una elección radical que los sorprendió.

Con los resultados, el radicalismo mostró dos cosas: por un lado, hacia adentro, que hay dirigentes nuevos que plantean la necesidad de un recambio y, por otro, que el partido tiene la capacidad de ir a una PASO con el PRO e, incluso, ganarla. Por eso, quedó en claro que ambos espacios son socios en igualdad de condiciones, nadie tiene la acción de oro, el 50 + 1 % de los votos internos para decidir. La nueva Era: una conducción colegiada que, al menos de momento, pareciera respetarse.

Es que a Cambiemos lo unió la posibilidad de poder. Su único objetivo fue, desde el inicio de la carrera electoral, sacarle el quórum a Cristina Kirchner en el Senado y, ahora, ser la primera minoría en Diputados. Por eso, un boicot interno parece una opción lejana. Por poner un ejemplo, en Buenos Aires no sería un problema, para la UCR, una victoria de Santilli y su consiguiente fortalecimiento como posible candidato a gobernador en 2023. En todo caso, ese podría ser un problema del PRO que vería a otros postulantes tapados por la imagen del ex porteño: una lista que incluye a Jorge Macri, por ejemplo. Sobre el intendente de Vicente López revolotea la posibilidad de ser ministro del AMBA, un invento larretista que negaron "por ahora" desde el Gobierno porteño pero que confirmó otra fuente al tanto de la negociación.

En el caso radical, por el momento sólo se envalentonaron con la posibilidad de disputar una PASO en 2023 con chances de ganarla. Y ese es el premio. A los intendentes no les conviene que le vaya mal a su candidato nacional porque tracciona boletas locales, donde los concejales son clave. “En noviembre va la de ellos, va la del Concejo Deliberante”, dijo un dirigente opositor el día de la elección para graficar justamente el quid de la cuestión, en este caso para el Frente de Todos. Saben que el oficialismo moverá a sus alcaldes, sin la posibilidad del juego libre de la PASO, para conseguir votos, de abajo hacia arriba, mantener los Concejos y levantar la nómina nacional. Ellos harán lo mismo.

Lo cierto es que la UCR aporta y garantiza volumen político al macrismo. Tiene dirigentes de trayectoria, gobernadores, estructura, años de construcción, símbolos y cultura propios. Algo de lo que el PRO carece. Por eso, se estableció una relación de necesidad y desde el macrismo reconocieron que, divididos, pierden ante el radicalismo en una interna.

Instagram Facundo Manes.

En ese camino, al PRO se le abrió la puerta de la reinvención. Todas las fuerzas hoy echan mano del big data, del análisis fino de los datos para focalizar los discursos y las caminatas, para saber dónde está el grupo que siempre te vota, el que nunca te vota y el que por ahí te vota, el que hay que ir a buscar. Ahí aparecen la caminata y la territorialidad. Patricia Bullrich se lo dijo a los propios: “Los votos se consiguen en la calle”. Pero esa calle necesita una construcción y no sólo apariciones taquilleras fugaces. “No se soluciona con figuras famosas”, dijo un dirigente macrista para graficar la cuestión.

Ser conocido no es garantía de una buena elección, la construcción territorial es clave, el radicalismo la tiene y el PRO trabaja en ella. El macrismo tiene nombres más conocidos, una capacidad mayor para inyectar plata en la campaña pero le falta plantar banderas amarillas. Ejemplo de ello fue la migración de sus candidatos: María Eugenia Vidal pasó de la Ciudad a la provincia y de vuelta a la Ciudad; Santilli igual y Nicolás Massot, diputado por Córdoba entre 2015 y 2019 ahora es candidato a concejal de Tigre.

Por todo eso, el radicalismo hoy está confiado. Creció en cantidad de votos, tuvo una revalidación muy fuerte de sus gobernadores, se autopercibe socio mayoritario de la alianza y está en su mejor momento. Y un mejor momento implica pelear mejores condiciones. El partido no se siente necesario, se siente imprescindible por su músculo político aceitado y, de mínima, en 2023 disputará la PASO para cargos clave, entre ellos la Presidencia, donde hay varios anotados.