Una frase de Máximo Kirchner fue la que mejor explicó la dura derrota electoral en las pasadas elecciones de medio término: “El peronismo es una fuerza territorial militante, no mediática, tiene la tarea permanente de hacer que fluya la demanda de la gente hacia la discusión política y sus diferentes etapas. Esto fue muy difícil en pandemia por las restricciones. Ahora esto debe retomarse, con la población mayormente vacunada tenemos la tarea de trabajar en la interpretación de las demandas”
Militancia territorial implica la conformación de articulaciones participativas en una temporalidad histórica y un espacio real: la calle, el barrio, la unidad básica o el centro cultural. Esa militancia social o política, como distinguía Perón en “La comunidad organizada”, se construye de manera horizontal y en una relación independiente, pero a su vez de mutua colaboración con el Estado. El territorio funciona como un espacio de integración simbólica, de pertenencia, identidad colectiva y construcción del “Nosotrxs”.
El mayor capital del peronismo consistió históricamente en su base militante. Desde sus orígenes, allá por el 17 de octubre de 1945, casi como un pacto fundante, el movimiento peronista tomó el sesgo de un anudamiento entre las demandas políticas, el cuerpo y el deseo, jugado fundamentalmente como democracia participativa en el espacio público. Si eso se desanuda, tal como sucedió en la cuarentena, el peronismo se debilita, pierde su fuerza y se degrada su identidad.
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Durante ese tiempo reciente, la invalorable decisión que realizó el gobierno a favor de la vida dejó, como saldo no deseado, que la política y la existencia personal se convirtieran en una gestión pragmática limitada a la conservación de la vida. En el contexto de una pandemia esa imprescindible biopolítica, orientada a controlar y cuidar a la población, trajo como uno de sus efectos la desvitalización del cuerpo social y político. La oscura cotidianeidad transcurrió contando muertos, vacunas y contagiados.
Perder el territorio significó una herida profunda para la vida política del peronismo. En primer lugar, se quedó sin la mística y el derroche sensible que ofrece la fiesta colectiva de los cuerpos en la calle: los sonidos de consignas, cantos, bombos y voces al unísono, en el arco iris de banderas, pieles y remeras junto con los olores del pueblo. Las marchas se repiten, aunque nunca son iguales. Los cuerpos en el espacio público expresan la voluntad popular, “marcan la cancha”, visibilizan las demandas, aclaran el panorama de la correlación de fuerzas tanto para la oposición y los poderes, como hacia el interior de la propia fuerza. Pero hay aún otra razón fundamental: la democracia participativa implica la comunicación directa, sin intérpretes, entre el pueblo y sus representantes.
El presidente Alberto Fernández pidió en su discurso de asunción el 10 de diciembre de 2019 que, en caso de equivocar el rumbo, el pueblo debía hacérselo saber. Ese enunciado fue un pacto entre el nuevo presidente y su base electoral, que no se pudo cumplir por la necesidad del aislamiento social (Aspo) y luego el distanciamiento (Dispo).
La vía de comunicación directa entre el presidente y el pueblo se vio impedida por la cuarentena. Los otros canales de comunicación indirectos, encargados de interpretar el ánimo social y hacérselo saber al presidente, no lograron un desciframiento adecuado.
El gobierno de Alberto Fernández estuvo a la altura de enfrentar la pandemia de la mejor manera, poniendo el Estado al servicio de todxs. Sin embargo, tanto el presidente como sus asesores confiaron, equivocadamente, que con eso alcanzaría para lograr el entusiasmo y la valorización social en las elecciones de medio término.
No poder expresar de manera directa las demandas en la calle obstaculizó la comunicación y la escucha; una parte importante del Frente estaba enojada, sentía el sabor a poco. A ese sector no le alcanzó con el discurso progresista, tolerante, políticamente correcto y los derechos sexuales; faltó peronismo, lo que se traduce en que con la contención social no es suficiente, que se impone mejorar con urgencia los ingresos del pueblo.
La apreciación equivocada de los representantes es un síntoma que indica una distancia entre el gobierno y su base. Desde las alturas, sin territorio, desconectado de la experiencia política, se escamotea la comprensión de la situación.
A partir del resultado de las elecciones el presidente se hizo cargo del error y manifestó haber escuchado lo que dijeron las urnas; se comprometió a girar el rumbo, pidió ayuda a la militancia. ¿Se reestableció la comunicación directa entre el pueblo y su representante? Está por verse.
El no contar con el territorio, sin medios de comunicación ni canales de expresión en una situación de emergencia sanitaria y económica, con una angustia social sufrida en soledad, fueron factores que llevaron a la desvitalización del Frente de Todxs. Un saldo negativo que hay que agregar a la lista de pérdidas que dejó el coronavirus.
Todo deja entrever que por ahora la pandemia está controlada. Es posible, parafraseando a Raúl Scalabrini Ortiz, que el próximo 17 de octubre-a lo ancho y a lo largo-, desde el subsuelo de la Patria sublevado...el alma de todxs nos redima.