“El miércoles llenemos la Plaza de Mayo y festejemos este triunfo como corresponde”, arengó Alberto Fernández, aunque un veloz escrutinio provisorio confirmaba la descontada victoria de Juntos por el Cambio en las elecciones de medio término. Un virtual empate en la provincia de Buenos Aires, donde el peronismo recuperó casi medio millón de votos, y triunfos en otras dos, Chaco y Tierra del Fuego, que en las primarias se habían inclinado por alternativas opositoras, alcanzaron para cambiar la impresión que habían dejado las PASO. Anoche, el Frente de Todos celebraba la derrota y le ahogó a sus adversarios la capitalización del éxito electoral.
Se trata de un éxito módico, sin dudas, pero en el contexto de pandemia, recesión, sobreendeudamiento y alta inflación, un gobierno asediado en los flancos político, mediático y financiero y atravesado por internas cruentas no puede darse el lujo de no explotarlo. A la oposición, que había llegado a entusiasmarse con fantasías sobre la cadena sucesoria, la liquidaron las expectativas. Un resultado objetivamente bueno puede terminar en una derrota política, o al menos un empate poco digno. Al finalizar la noche, las pantallas se quedaban con el clima festivo en el bunker peronista que contrastaba con las caras de circunstancia de los panelistas en los programas políticos.
El resultado le da al gobierno una nueva oportunidad. La chance de relanzarse sin pasar por otra crisis traumática como la que en septiembre siguió a la derrota en las primarias. En un mensaje que había grabado para emitir cualquiera fuese el resultado de las elecciones, Fernández anoche anunció que la primera semana de diciembre enviará al Congreso un proyecto de ley con un plan económico acordado con el Fondo Monetario Internacional que no implique un ajuste y se acerque al superávit a través del crecimiento. “Esta es una decisión política que cuenta con el pleno aval del Frente de Todos”, explicó el presidente. Por esta vez, la aclaración resultaba pertinente.
Fernández también reiteró el llamado a un acuerdo con otros sectores: lo necesitará para avanzar en el nuevo Congreso con legislación clave para el desarrollo económico. No espera que la oposición acepte el convite, al menos en una primera instancia, por eso buscó otros interlocutores: los sindicatos de la CGT reunificada esta semana y empresarios de compañías locales y extranjeras aparecen como esos partenaires necesarios para meterle presión a los legisladores que no forman parte del bloque oficialista pero pueden ser la llave que ayude a hacer más efectiva la labor legislativa incluso si Juntos por el Cambio insiste en oponerse sistemáticamente a todo.
La nueva etapa trae consigo nuevos desafíos: un Congreso empatado, el crecimiento de la ultraderecha y de la izquierda trotskista, el 2023 que aparece en el mapa como próximo, aunque todavía remoto, destino. La urgencia de un acuerdo con el FMI y necesidad impostergable de mejorar la calidad de vida y el poder adquisitivo de los argentinos. Aunque no adquirió la magnitud desestabilizadora que imaginaban algunos opositores, la derrota a nivel nacional por nueve puntos es una señal de alarma que el peronismo no debe ignorar si quiere torcer la historia en las próximas presidenciales. En esa instancia no existen las derrotas dignas. Es ganar o volver a retroceder mil casilleros.