Alerto: voy a anticipar el final de un cuento de Borges, un spoiler en lenguaje actual. Sin embargo, no importa si no lo leyó, aunque lo haga sabiendo el final el placer será el mismo. En El Fin Borges propone en el encuentro entre Martín Fierro y el hermano del moreno que él había matado años atrás, un hecho más. Esta vez Fierro no corre la misma suerte. El cierre del cuento es como siempre, brillante: “Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre”. La metáfora es de una contundencia notable resume lo que puede significar una vida convertida solo en una persecución de una venganza, sin otro objetivo a tal punto que la propia vida no es ya la de uno, sino la de eso que se persigue. Y cuando se lo alcanza, no queda más.
Hace uno días intelectuales y gente de la cultura presentó un comunicado bajo el temerario título “La democracia argentina en la encrucijada: neogolpismo o progreso”; se trata del mismo grupo vinculado al macrismo que ya ha publicado notas semejantes desde que asumió Alberto Fernández y que el año pasado, buena parte de esas firmas, aseguraron que se vivía una “infectadura”. La carta fue difundida por todos los grandes medios de comunicación quienes repiten ese mismo discurso. Algunas frases incrementan la línea que este grupo decidió recorrer: “Un grave peligro se cierne sobre la democracia argentina. No el peligro de un golpe militar como los que conocimos en el pasado, sino otro mucho más sutil que se enmascara bajo la retórica del altruismo y la solidaridad”.
O más adelante: “El sello distintivo del autoritarismo populista, que se repite en Rusia, Filipinas, Bielorusia y Hungría, es que destruye la democracia desde adentro” y la última de muchas otras realmente asombrosas: “Si el kirchnerismo suma nuevas bancas vaciará hasta la última gota de esa democracia”. Antes de mencionar el punto principal no quisiera dejar de notar que unificar en un solo proceso a países tan disímiles, le agrega a la nota una cuota de hilaridad. El objetivo de estas declaraciones es uno que hace al origen del antiperonismo más básico y que reza el siguiente apotegma: el peronismo está fuera del sistema democrático y por lo tanto no es un espacio con el que se deba buscar consensos y aceptar el juego democrático sino buscar su desplazamiento; que mejor para ese fin, que asegurar que es el mal absoluto, actividad mental mucho más cómoda que sentarse a discutir políticas públicas. Es el argumento que ha acompañado al antiperonismo desde su nacimiento. Quizás por eso, para que no nos queden dudas, Juan José Sebreli, sea su primer firmante, Beatriz Sarlo la segunda Algo así como firmas de curaduría sobre lo que debe ser el antiperonismo auténtico. Esa ha sido su tradición desde 1951, por tomar una fecha, el año del intento de golpe de Estado contra Juan Domingo Perón.
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En esos años y muy especialmente a partir de 1955 se forjó esa identidad de la que pocas veces logró escaparse el no peronismo. Lo explica muy bien María Estella Spinelli en su recomendable libro Vencedores Vencidos (Biblos 2005) donde afirma que toda la oposición se torna antiperonista separada solo por matices: el radical (el peronismo era la culminación de la decadencia política del siglo XX en modo fascista); el optimista (creía que la masa peronista podía ser reconquistada y democratizada por la UCR) y el tolerante (se aceptaba el carácter popular del movimiento, pero sin Perón, claro). Todos veían en el partido recién derrocado las sombras del fascismo, pero las lecturas eran diversas. De allí en más, estos tres sectores se disputaron la representación y la primacía en ese espacio definido no por ellos, sino por ese otro, el peronismo: existían en tanto pudieran derrotar al monstruo. Lo que sucede políticamente en Argentina hasta 1973 es esa búsqueda que acumula un fracaso tras otro, proyectos que no logran imponerse siquiera bajo el peso de las armas. Los que resultaban fruto de una elección, sabían que lo obtenían gracias a la proscripción de quienes seguían a Perón. ¿Cuál era la sustancia de esos intentos? No mucho mas que pensar una Argentina sin esos “otros”; ese desde luego implicaba destruir su sistema de producción y distribución, pero no un proyecto propio autosuficiente; algunos incluso soñaban con volver a una supuesta Argentina idílica previa a la aparición del general
. Recién en 1983 con la conducción de Raúl Alfonsín y el fin de la proscripción, el sector político no peronista, fue algo mas que el antiperonismo. Allí existió un proyecto político que pareció comprender que la construcción de futuro era mucho mas que imaginar el destierro de un movimiento político. Con sus más y sus menos, Alfonsín tenía un proyecto en mente y pudo desarrollar parte de él; y para ello se sentó a consensuar con el peronismo que estuvo junto al entonces presidente cuando un grupo de militares creyeron que podían volver a condicionar la democracia. Y tal fue el grado de consenso en esos años que el Congreso llegó a reformar la ley de coparticipación federal, no vuelta abrir desde 1988.
Ahora en cambio, nos topamos con estas declaraciones que sólo expresan al antiperonsimo radicalizado que ve en ese otro a un enemigo vestido con los ropajes del autoritarismo y la intolerancia, al que identifican como una amenaza si gana las elecciones, en una curiosa lectura del momento democrático supremo. Nuevamente, luego de mas de 6 décadas niegan al peronismo su carácter de movimiento democrático, mientras se saben portadores de un vacío, de un hueco que no pueden llenar, simplemente porque no tienen con qué. Han retornado al viejo corralito que el antiperonismo se construyó y en el que parece se sintieran felices, porque ¿cuál es el modelo político y económico que proponen fuera de las generalidades que mencionan? Asombra la pobreza del documento respecto de un destino, aunque en realidad no, porque parece que les alcanza una Argentina de ausencias aún sin un modelo político que incorpore a las mayorías. Su pasado inmediato se identifica con el apoyo al fracaso del gobierno macrista, y a pesar de ello (o quizá por eso mismo) su propuesta se limite a la exclusión del monstruo. Aun cuando cuenten con apoyos, la sociedad no parece compartir esa lectura.