“Veníamos en falsa escuadra, pero lo de la foto nos rompió el culo” dijo una dirigenta del Frente de Todos la noche del domingo, cuando los datos del sufragio interrumpieron la fiesta precoz y arreciaron como tormenta de agua fría sobre el búnker del Frente de Todos en Chacarita. La dirigenta -que también es funcionaria- sintetizó en esa frase lo que cree el sector kirchnerista del oficialismo: que la imprudencia expuesta del presidente Alberto Fernández fue la gota que rebasó un vaso cargado por un año y medio de pandemia, dolor y frustraciones.
Viendo los números, el diagnóstico de la funcionaria parece insuficiente. Es indudable que la bochornosa postal de Olivos influyó en la decisión final de electores “blandos” que, luego de votar a Alberto Fernández para botar a Mauricio Macri en 2019, se mantuvieron a distancia del gobierno. El distanciamiento del oficialismo con buena parte del electorado autopercibido como “independiente” se produjo durante la pandemia, por una combinación de tragedia y malas decisiones: en ese electorado -en gran medida, sectores medios empobrecidos- al daño provocado por el Covid-19 se le sumó el impacto económico de las restricciones, apenas mitigado por ayudas modestas y efímeras pero indispensables, como el IFE. Sobre esa desolación operó la irresponsable campaña anticuarentena de la oposición y el reproche moral por derrapes como el Vacunatorio VIP y la fiesta de cumpleaños en Olivos. Hay que decirlo: si bien la mayoría de las veces la prensa del sistema inocula el veneno ético con humo y ficción, en esos casos -como decía un viejo líder peronista- al gobierno lo operaron con la verdad.
La economía, los derrapes éticos, la pandemia y algunos aspectos de la cuarentena -como el cierre de escuelas sin contención ni seguimiento de pibes lanzados a la deriva- restaron para el oficialismo los “votos blandos” que Alberto Fernández y Sergio Massa arrimaron al Frente de Todos en 2019. Pero la retracción electoral también horadó la base del kirchnerismo en el conurbano, un hueso duro que soportó estoico el desierto, la estigmatización y la persecución del gobierno macrista. ¿Qué pasó ahí? Resolver ese enigma puede ser la llave para revertir la derrota en el distrito clave de la política nacional.
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Una primera explicación puede ser aritmética. El 68% de participación implicó cerca de un millón de votos menos respecto a 2019. ¿Ahí están los 361 mil votos de diferencia que Juntos le sacó al oficialismo? En el equipo de campaña de Victoria Tolosa Paz se ilusionan con captar al menos cinco de cada diez “ausentes”. Eso alcanzaría para empardar la cosecha de Juntos pero, más importante aún, para alcanzar la marca de 3 millones de votos que obtuvo Cristina Fernández en las PASO de 2017. Ese número era considerado como el "piso electoral" del kirchnerismo en el PBA. Y con razón: la actual vicepresidente los obtuvo en el marco de la feroz persecución macrista. El domingo, ese piso se hundió unos doscientos mil votos para Tolosa Paz, que alcanzó los 2,7 millones con el viento oficialista ¿a favor?.
La política de cautela económica que tutela Martin Guzmán se reveló como un yunke electoral del oficialismo. La persistente pérdida del poder adquisitivo de los salarios es una de las promesas incumplidas del contrato electoral del 2019. Otra es la reforma judicial, un compromiso que transcurrió hacia la nada. Pero es evidente que en un país con seis de cada diez pibes pobres el bolsillo es un factor electoral crucial. Eso explica por qué la primera reacción del kirchnerismo, el peronismo territorial y las organizaciones sociales fue pedir la cabeza del ministro de Economía. La réplica del presidente fue ratificar a su funcionario con una foto conjunta el lunes, gesto que repitió con otros ministros apuntados en el frente interno, como Claudio Moroni (Trabajo) y Matías Kulfas (Producción). Es probable que esa gestualidad de resistencia sume en los próximos días nuevas postales, cuando el mandatario anuncie aumentos en el salario mínimo y bonos para jubilaciones y asignaciones especiales, como la AUH.
Nutrir de dinero rápido a los bolsillos secos será una parte sustancial de la estrategia que se propone el oficialismo para revertir el resultado. Habrá cheques también para la multitud de intendentes y gobernadores que, también golpeados en las urnas, amagan con emanciparse de Nación. ¿Aceptará Guzmán ser el ministro de la expansión fiscal luego de ser el cortafuegos del déficit? Es un interrogante que se hacen en el Frente de Todos y, también, en el FMI, donde Guzmán se comprometió a cumplir el rol que tuvo.
En su defensa, el ministro suele decir que volcar dinero de modo discrecional tensa el tipo de cambio y la inflación. El presidente compró el argumento durante el primer semestre, pero la bofetón electoral exige decisiones audaces en todos los rubros: económico -con shock de ingresos y expansión fiscal-; político -con eventuales cambios en el gabinete-; y cultural, con una política de comunicación que batalle contra la narrativa desalentadora del sistema de negocios y poder.
El menú está servido, pero el resultado final depende del chef. ¿El presidente Fernández, que se autocalificó como “reformista”, tiene en su ADN político la audacia que exige la situación? ¿O la coalición de gobierno implementará una intervención en crisis, como se estila en psicología, para remontar la gestión con medidas disruptivas que no son del paladar presidencial? En las próximas 72 horas se conocerá la respuesta.