El jueves el Estado nacional comenzó a distribuir el primer lote de vacunas contra el coronavirus producidas en Argentina por Laboratorios Richmond, que entregó 995.125 dosis del primer componente y 152.500 dosis del segundo. En total, en agosto entregará 3 millones del segundo componente. Así Argentina se convirtió en uno de los 12 países en el mundo que produce vacunas contra el COVID-19.
Con este avance y la aprobación de la combinación de vacunas se comenzó a desandar el camino para completar la vacunación completa a toda población. Esto hizo el gobierno nacional esta semana. Por su parte, la oposición contestó con un escrache al presidente Alberto Fernández por una foto que revela que el primer mandatario no cumplió con los protocolos sanitarios hace un año, el día del cumpleaños de su pareja Fabiola Yáñez.
Esta diferencia entre gestión y escrache con la que terminó la semana define el panorama político actual y viene revelándose desde la asunción de Alberto Fernández.
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Mientras el presidente construía hospitales la oposición llamaba a salir a la calle a correr o a un bar.
Mientras el presidente sumaba camas de terapia intensiva, la oposición invitaba a rebelarse contra la cuarentena.
Mientras el presidente conseguía que se fabricaran respiradores en el país, la oposición organizaba marchas contra las medidas de cuidado que se impusieron en todo el mundo.
Mientras el presidente conseguía vacunas y convertía al país en el decimo séptimo país que más vacunó, la oposición impulsó una campaña anti vacunas.
Mientras el presidente implementaba medidas para salvar empleos la oposición iba a romper la cuarentena en Formosa -que soportó un año con apenas un muerto por COVID-19- acción con la logró que la cantidad de fallecidos se dispare hasta 700 en tres meses.
Nadie debe confundirse y pensar que esta es la normal diferencia en cualquier país entre el oficialismo que gobierna y la oposición que critica. El rol de la oposición nunca puede ser hacer campaña contra las vacunas que salvan vidas. Nunca puede ser llamar a la población a rebelarse contra el Estado. Nunca puede ser insultar, agredir, mentir, difamar, denigrar, demonizar, difundir noticias falsas, perseguir judicialmente y hasta apelar a una Corte Suprema cómplice para no cumplir con medidas sanitarias en medio de una pandemia.
La diferencia entre el Frente de Todos y Juntos no es la normal entre oficialismo y oposición en cualquier democracia. La diferencia cada vez más notoria es la de un frente político y un grupo que, representando al poder económico, juega a la anti política poniendo en juego a la democracia. Ese es el escenario actual: la lucha entre la política y la anti política.
Ahora se ve claramente que la estrategia de la derecha no era demonizar a Cristina; era demonizar a la política: se llame Cristina, Alberto, Axel, Máximo o Sergio.
La presentación de la segunda etapa del Plan Qunita por parte de Cristina fue otra demostración cabal de la lucha política y anti política. Las cunitas salen a intentar salvar vidas de niños. Es un proyecto que contiene múltiples virtudes, que apunta a cuidar al bebé y la madre, que para tenerlo hay que hacerse estudios de salud y que se produce en Argentina y ahora lo fabrican los presos.
Si hay algo que define el grado de civilización de un país es cómo trata a quien está en la cárcel: ¿lo quiere rehabilitar y volver a la sociedad o lo quiere volver un monstruo que salga y siga deteriorando la sociedad?
Del otro lado de ese maravilloso plan está la anti política. Cuando se presentó el plan durante el gobierno de Cristina, Graciela Ocaña fue al barrio de Once, compró una cuna de bebé y presentó una denuncia judicial ante Claudio Bonadío porque la que ella había comprado era más barata.
Ocaña presentó una cuna entre cuyos barrotes se podía caer el bebé y que no contaba con todo el set de elementos para el niño y la madre que incluye el plan. Bonadío armó una causa e incluso intentó quemar las cunas. Así Ocaña se ganó su lugar como diputada por el PRO.
Una crea y la otra incendia: esa es la diferencia entre Cristina y Ocaña; esa es la diferencia entre la política y la anti política.
Siete diputados para perder la democracia
Lo que no se sabe aún es hasta donde es capaz de llegar la anti política en la Argentina actual. Sabemos hasta donde llegó en el pasado y hasta donde llegó en los últimos años en Bolivia, Brasil, Honduras y Paraguay: hasta el golpe de Estado.
La difamación constante hacia los dirigentes populares y la demonización de la política busca debilitar al gobierno para acceder al poder lo antes posible. El apoyo de Juntos por el Cambio al golpe de Estado en Bolivia demuestra que son capaces de hacerlo. O por lo menos de intentarlo. Una derrota del FDT debilitaría al gobierno y, en este caso, puede poner en peligro un equilibrio frágil entre el poder político y los poderes fácticos que apuestan a la anti política.
Cuando llegan al gobierno son las corporaciones gobernado. Ponen el dólar que necesita el campo, le eliminan las retenciones. Ponen las tarifas que quieren las privatizadas, derogan el impuesto a la riqueza, hacen negocios con el peaje, con los parques eólicos, con la exportación de petróleo.
Hay un partido que hace política y gobierna y el otro que representa al poder económico y su cometido es destruir a la política para acceder al poder.
La diferencia entre los discursos de Cristina y de Alberto, que proponen proyectos, y el ataque difamatorio plagado de divagues inentendibles de Juntos, forma parte de la lucha política anti política. En el FDT intentan ser lo más claros posibles para explicar un proyecto. En Juntos no tienen la menor intención de que se sepa qué harían si llegan al poder: confundir es el núcleo del mensaje.
No es casual que Mauricio Macri solo haya durado un mandato y que María Eugenia Vidal haya tenido que huir de la provincia; son candidatos de la derecha desechables. Para usar una vez. No pueden mentir de nuevo. Por eso esta vez no pueden prometer que vas a vivir mejor y solo les queda la mentira y el ataque.
La ventaja de la política
En la última semana hubo multitudinarias manifestaciones negacionistas en Francia, Italia e Inglaterra. No se trató de cien personas como las que van al obelisco en Argentina; fueron cientos de miles en cada país. Muchos niegan la existencia del virus, otros la relativizan, la mayoría expresa teorías conspirativas de las potencias. Todos reivindican su derecho a salir a las calles sin vacunas y sin barbijo. Podría decirse, sin exagerar, que consciente o inconscientemente, exigen el derecho a contagiar y hasta a matar, dada la peligrosidad del virus. Es la antítesis de la idea de comunidad. Si se suma que expresan su decisión de desobedecer al estado se convierten en la expresión de un movimiento que reclama volver a los tiempos pre estado y reivindica que en ese contexto se puede contagiar, enfermar y matar al otro.
El sicoanalista Jorge Alemán opinó esta semana que “hay que analizar si no se trata de un cambio antropológico”. Estamos hablando de sociedades que hace años pasan entre 5 y 7 horas diarias con su celular, mayormente en redes, consumiendo información, que en su gran mayoría es falsa.
Estos movimientos empujan a la sociedad a la derecha. No es un hecho aislado el fuerte crecimiento del fenómeno Javier Milei, que comienza a volverse un problema para Horacio Rodríguez Larreta.
El crecimiento del economista y el temor de que produzca un contagio e impulse a José Luis Espert en la provincia de Buenos Aires, es lo que está corriendo el discurso de los candidatos de Juntos hacia el extremo en los últimos días. En el caso de Vidal se nota claramente su cambio de registro. Pero la manta es corta: si se mueven mucho a la derecha pierden el centro. Esa es una ventaja actual del FDT que puede definir la elección.
Más allá de la coyuntura que representa esta elección de medio término, el hecho de que en Argentina compitan dos propuestas más parecidas a la ultra derecha que a la derecha es preocupante. El conocimiento público de la intervención de la plana mayor de Juntos en el golpe de Bolivia lo situó entre los extremos de la región. La posición anti Estado de Milei redime de mucha explicación para situarlo en el mismo lugar.
El que mejor comunica gana
Hasta hace poco tiempo Baby Etchecopar era un fenómeno único: un tipo que deliraba frente al micrófono con un discurso disparatado sin ningún sentido. Hoy ese delirio se volvió normalidad y se puede escuchar en boca de Jonatan Viale, Alfredo Leuco, Viviana Canosa, Pablo Rossi y muchos otros. La locura da rating y aleja al electorado de la posibilidad de pensar para decidir.
¿Qué puede ofrecer el FDT ante esa propuesta? ¿Cómo comunicar? Hay un segmento en la sociedad que se volvió inmune a las mentiras y difamaciones, que nunca se dejó convencer por la derecha y que mantuvo el voto de Cristina cerca del 40 por ciento contra viento y marea. Ese voto militante casi logra el triunfo de Daniel Scioli en la segunda vuelta en 2015, cuando buena parte de la política y el periodismo afín había entregado las armas y negociaba con el enemigo luego de la mala performance en la primera vuelta.
La militancia, esa tremenda multiplicadora del mensaje peronista, que aprueba mayoritariamente la gestión de Alberto, puede dar la batalla contra el delirio y asegurar el voto kirchnerista, que es mucho, fundamentalmente en la provincia de Buenos Aires, el lugar en el que se define todo.